LA PAZ ES POSIBLE EN EL ORIENTE PRÓXIMO. Por Antonio Parra García.

03.04.2015 17:15

                

                El acuerdo con Irán sobre el empleo de la energía nuclear se antoja histórico, aunque sea un tanto prematuro manifestarlo así. Tras Cuba, Washington ha alcanzado un entendimiento con otro de sus satanes particulares del último medio siglo, la República Islámica de Irán, aquella que accionó el despertar islamista y que humilló a los estadounidenses durante la crisis de los rehenes.

                Mucho ha cambiado el Próximo Oriente desde 1981, aunque no haya cedido en violencia. El contrapeso iraquí ha sido quebrantado y la Unión Soviética ha desaparecido. El caos se ha instalado en Siria e Irak, emergiendo el nuevo Califato. El recurso al expeditivo Israel, incapaz de resolver su sempiterno litigio con los palestinos, ha demostrado ser contraproducente en los últimos tiempos.

                

                La zona necesita bajar tensión considerablemente, coincidiendo no sin graves dificultades los intereses de los Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, la Unión Europea e Irán. No es poco.

                Los Estados Unidos, más allá de las lógicas preocupaciones actuales, pretenden contar con un aliado más seguro en la región como lo fuera Irán antes de la Revolución o Egipto, escapando de los inconvenientes de la alianza israelí o saudí. Diversificar sus apoyos en el convulso Oriente Próximo parece muy recomendable, máxime cuando algunos analistas han apuntado a Irán como miembro de una hipotética coalición patrocinada por Rusia y China para acabar con la hegemonía estadounidense en Eurasia.

                Rusia ve reconocido su papel de gran potencia regional tras los nefastos resultados de su mediación a favor del acorralado régimen sirio, que ha encendido una guerra civil que amenaza con desbordarse peligrosamente, desestabilizando su ya de por sí peligrosa periferia musulmana, recordándole los aciagos días afganos. Su acceso al Índico, por otra parte, mejora considerablemente con este acuerdo y ofrece una imagen conciliadora después de los últimos combates ucranianos.

                El Reino Unido defiende sus valiosos intereses petrolíferos y vuelve a significarse como una potencia a tener en cuenta, un grande que se comporta como tal pese a no tener el gigantesco cuerpo del imperio. Prosigue su Gran Juego con Rusia una vez más.

                A la Unión Europea (Alemania y Francia) le conviene participar en el acuerdo no sólo por razones energéticas, muy importantes en la mejora de la situación económica, sino también para demostrar que se comporta como un único actor en el escenario internacional, revalidando los últimos logros de sus negociaciones con San Petersburgo, que tanto incomodaron a Washington. Berlín y París, seriamente preocupadas por la amenaza del terrorismo islamista en su suelo y en territorios de su área de influencia, se encuentran ahora en muy buenas relaciones, como se ha escenificado con motivo de la tragedia aérea en los Alpes. Los socios menores de la UE, como España, se pliegan a sus iniciativas.

                Pasados los días del radicalismo militante de Ahmadineyad y de su agresivo verbalismo anti-sionista, Irán parece haber entrado en una vía de moderación, ya evidente en el verano del 2014, cuando el nuevo Estado Islámico ya había lanzado abiertamente su desafío. El acuerdo le permite ganar apoyos frente a los odiados suníes y mejorar sus perspectivas de desarrollo económico a cambio de renunciar al uso militar de la energía atómica. Sus centrales nucleares podrán suministrar energía para fines civiles y el fin de las sanciones económicas reanimar su comercio. La consecución de mayores niveles de bienestar entre la población iraní ayudaría mucho a la pacificación de la región, dotándola de mayor estabilidad política.

                En cierta manera el acuerdo suscrito en Suiza supone el reconocimiento parcial de la no proliferación de armas nucleares por Irán, algo que también embrida en cierta medida las ínfulas atómicas de Pakistán y la Unión India.

                El único que se muestra visiblemente disconforme con el acuerdo es el gobierno de Israel, que lo interpreta como una capitulación ante el enemigo. Más tarde o más pronto los iraníes, según su interpretación, burlarán los controles internacionales y tendrán a su disposición el arma atómica con la que pretenden borrar del mapa a Israel. Tel-Aviv en el fondo pierde mucho poder en la región y no poca influencia política en Washington. Su esperanza radica en que los republicanos, más proclives a su visión de los problemas del Oriente Próximo, detengan la estrategia de los demócratas, que ya tantos disgustos les produjo bajo la presidencia de Clinton. El sórdido escándalo de la Lewinsky estuvo relacionado con tales discrepancias.

                Con independencia de todas estas disquisiciones, la diplomacia le ha dado una oportunidad a la  paz por muy cínica que se antoje. En el Viernes Santo no tenemos que lamentar una mala noticia que nos haga temer que nos acercamos al umbral de nuestra aniquilación. Otro Viernes Santo, el de 1998, nos trajo los Acuerdos de Paz de la Irlanda del Norte, que han funcionado razonablemente. Esperemos que los suscritos en Lausana gocen de similar fortuna.

                Imagen de movil.eldia.com