LA PARANOIA BACTERIOLÓGICA EN LA ESPAÑA IMPERIAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

29.03.2016 13:18

 

                La amenaza de guerra bacteriológica ha planeado muchas veces a lo largo de la Historia. Ante la perspectiva de una matanza ocasionada por sus temibles armas también se desataron todos los infundios y prejuicios sociales a la hora de apuntar a los culpables, que en el fondo no dejaron de ser los chivos expiatorios contra los que descargar toda la ira acumulada.

                En ficciones televisivas y cinematográficas actuales los Estados Unidos, el imperio del hoy, sufre el ataque mortal de un virus liberado por sus enemigos. Sin embargo, la psicosis no es privativa de los estadounidenses actuales y el imperio español también la experimentó dentro de los límites de las comunicaciones del siglo XVI.

                En 1576 el agente Carlos de Heredia alertó desde Turín de un peligro horroroso, digno de los pérfidos otomanos que no se habían resignado a la derrota de Lepanto.

                Desde Argel, la plaza corsaria que no había sido expugnada por las armas españolas, se habían enviado agentes con hábitos de peregrino para que fueran a Francia y apestaran el litoral de España. El recuerdo de la alianza entre Francisco I y Solimán el Magnífico todavía permanecía vivo. En los Países Bajos los rebeldes habían dicho preferir a los turcos que a los papistas españoles y en el Sur de Francia los hugonotes tenían importantes plazas fuertes. La conspiración parecía real.

                Como no podía ser menos a la paranoia se añadieron los judíos, acusados en la Baja Edad Media de envenenar pozos y emponzoñar el ambiente para provocar ni más ni menos que la peste, uno de los cuatro jinetes del apocalipsis.

                En apoyo de tales aseveraciones se esgrimía que la peste que golpeaba a Venecia tenía este turbio origen. En el fondo los turcos querían conseguir por tal medio la toma de Colliure y Perpiñán, desde donde dominarían Mallorca y Menorca. Las nuevas colonias africanas amenazarían España y su imperio fatalmente.

                En un tiempo en el que no se conocía con exactitud el origen de enfermedades como la peste bubónica, que acostumbraba a asolar también el Norte de África, agentes como Carlos de Heredia intentaron hacer carrera como confidentes al servicio de la administración política y militar de los españoles, que en no pocas ocasiones se mostró muy cauta ante el alarmismo de muchos oportunistas de escasos escrúpulos.