LA ORDEN MILITAR DE CRISTO Y LA EXPANSIÓN PORTUGUESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La Historia del Portugal medieval no se entendería sin la frontera con el mundo islámico, al igual que la del resto de los reinos cristianos ibéricos. Antes de erigirse en un reino independiente, atrajo a guerreros del resto de la Cristiandad. El movimiento de las Cruzadas coincidió con sus afanes expansionistas. En 1128 los templarios obtuvieron su primera donación en tierras portuguesas: el castillo de Soure, cercano a Coímbra. La protección de los que emprendían el camino a Santiago de Compostela, junto a la lucha contra los musulmanes, justificó tal concesión. El patrimonio templario en Portugal se fue acrecentando con los años al compás de las conquistas a los andalusíes. Participaron en la toma de Santarém en 1147, y en 1160 iniciaron las obras del castillo de Tomar, fortaleza que recogía las innovaciones desarrolladas en los Estados cruzados de Tierra Santa.
La separación de los templarios portugueses de la obediencia de los leoneses y castellanos en 1286 los vinculaba en teoría más al reino, que ya parecía haber alcanzado por el Sur sus límites peninsulares. De hecho, los portugueses estuvieron bien alerta de lo que acontecía en el estrecho de Gibraltar y en el emirato de Granada. Sin embargo, los templarios de Portugal padecieron el mazazo de la supresión de su Orden en 1312. No obstante, el rey don Dinis (al igual que Jaime II de Aragón) no compartía los motivos de Felipe IV de Francia. Buen conocedor de disponer de una Orden a su servicio, solicitó en 1318 el establecimiento de una nueva en su reino. Nació así en 1319 la Orden de Cristo, cuya sede se trasladaría a la icónica Tomar en 1357. Fue agraciada con los bienes de los extintos templarios. Algunos historiadores han sostenido que también heredaron de sus antecesores el gusto por participar en expediciones marítimas.
No era la única Orden del reino de Portugal, precisamente, pero se comportó en líneas generales como una eficaz servidora de la corona. Por sus acciones en la guerra contra los castellanos, recibió la plena jurisdicción (el mero y mixto imperio) sobre sus dominios en 1373. Tras la decisiva batalla de Aljubarrota (1386) las mercedes se prodigaron todavía más. A comienzos del siglo XV, era más que capaz de dispensar un selecto grupo de combatientes al ejército real: cincuenta arneses (caballeros pesados) y cien lanzas o jinetes, el mismo número que la Orden de Santiago en Portugal.
Los inicios de la expansión ultramarina portuguesa se han explicado por el deseo de ganancias de caballeros y mercaderes tras los embates de la peste negra en la Baja Edad Media, que acentuaron la carencia de brazos en muchas tierras del reino. Al filo del 1400, sin embargo, también pesó el afán de gloria de los nobles guerreros, como los hijos del rey Juan I. Uno de los mismos fue el infante don Enrique, que pasaría a la Historia con el apelativo del Navegante. Lo cierto es que su experiencia marinera fue del todo circunstancial. Tampoco resultó ser el varón de ciencia concebido en el siglo XIX: la existencia de la famosa escuela de astronomía y navegación de Sagres ha sido impugnada. De lo que no cabe la menor duda es que fue una destacada figura del Portugal del Cuatrocientos. Al morir don Lopo Dias de Sousa, fue designado administrador y gobernador de la Orden de Cristo por una bula papal de 1420, lo que confirmaría su sobrino Alfonso V en 1439. Al igual que en Castilla, aunque de forma más apacible, la monarquía reforzaba así su control sobre las órdenes militares. Con el patrimonio de la Orden, don Enrique alentaría las campañas africanas del reino y más tarde la expansión atlántica, que dispensaría más propiedades, gracias y derechos a los caballeros de Cristo. Posteriormente, el comendador de la Orden y afamado cronista Gomes Eanes de Zurara reverenciaría su figura en su Crónica de los hechos de Guinea: hombre santo, casto y sabio, merecía los honores historiográficos de un Cid Campeador.
Antes de convertirse en caballero, dirigente de la Orden de Cristo y leyenda nacional, tomó parte en la conquista de Ceuta en 1415. La plaza era una presa tentadora para muchos, por su importancia en el comercio entre África y Europa. El declive del poder benimerín podía ser aprovechado por los portugueses para afirmarse en tan estratégica área. Por otra parte, emprender una campaña contra Granada no era lo más aconsejable, cuando los castellanos habían conquistado Antequera en 1410. No obstante, los preparativos de la expedición causaron un gran revuelo no sólo entre los granadinos, sino también entre los otros poderes cristianos desde los Países Bajos a Sicilia. Una fuerza de 19.000 hombres, en la que tomó parte la Orden de Cristo, conquistó Ceuta tras duros combates. Había costado la sensacional suma de 330.000 florines. Los negociantes genoveses, en buena sintonía con los granadinos, se sintieron consternados al verse desplazados, pero los portugueses no consiguieron rentabilizar su conquista inicialmente. Muchos de los habitantes de la ciudad habían huido y la guarnición portuguesa temía un contraataque benimerín. El capitán de la plaza don Pedro de Meneses tuvo que levantar sus ánimos de la mejor manera posible.
Pronto la ciudad de la nueva frontera portuguesa comerció con esclavos, como los vendidos en Valencia tras su conquista, aunque la riqueza se mostraba esquiva. La perturbación de los intercambios con los musulmanes de Marruecos no favoreció la afluencia de oro africano. Con el tiempo, los temores de los defensores de Ceuta se cumplieron. En 1419 los benimerines trataron de recuperarla con ayuda de los granadinos, cuya flota terminó acogiéndose a Algeciras ante la llegada de las naves enviadas por el infante don Enrique. Las tropas musulmanas terminaron siendo derrotadas y Ceuta se convirtió en un verdadero símbolo de la Orden, cuando el mismo infante enviara en 1421 una imagen de la Virgen albergando a Cristo yaciente. Santa María de África, con una iglesia especialmente querida por don Enrique, expresó las ideas de servicio a Dios y honra del reino tan estimadas por los caballeros cruzados. En consonancia, el rey don Duarte solicitó en 1425 del Papa Martín V la exención de pagar el diezmo de los caballeros de la Orden por su misión de combatir a los musulmanes.
Precisamente, la preeminencia en las empresas exteriores de la Orden de Cristo frente a la de Santiago ha llamado la atención de muchos historiadores. Al fin y al cabo, el favor de Santiago Apóstol era invocado en la batalla (en recuerdo de la del Clavijo) por todos los españoles, según Zurara, y su patrimonio territorial tenía una ubicación más litoral y meridional que el de la Orden de Cristo. Por ello, se han invocado razones de tipo patriótico, pensando que los santiaguistas eran menos portugueses. Lo cierto es que el protagonismo del infante don Enrique resultó ser fundamental.
Claro que no todos los portugueses compartieron sus puntos de vista caballerescos y cruzados. La conquista del Norte de África parecía haberse reducido a la onerosa preservación de Ceuta, librándose un tipo de guerra que más favorecía la acción de los almogávares que de los caballeros, al modo de la frontera de Castilla e incluso de Aragón con los granadinos, diestros en las incursiones en profundidad. Cuando se planteó desencallar la situación con la toma de Tánger, se abrió un importante debate. Los contrarios a la campaña recordaron que don Enrique podía sumar sus fuerzas a las de Castilla contra los granadinos en la Península, ahorrando al reino de Portugal un enorme dispendio en dinero y hombres. El infante don Pedro aconsejó cautela, pues conocía las debilidades militares del reino. Ya en 1426 había advertido a su hermano el rey don Duarte acerca de los que querían gozar de los privilegios caballerescos sin tener montura y recibir cuantías monetarias sin disponer de armas.
El monarca, poco favorable a fortalecer el poder castellano con el de la Orden de Cristo y de otras, se inclinó por el proyecto de don Enrique, que comandó la expedición contra Tánger en 1437, acompañándolo su hermano don Fernando, maestre de la Orden de Avis. Su mando al frente del ejército de campaña dejó mucho que desear. Desembarcó en Ceuta con fuerzas insuficientes; no se valió del efecto sorpresa de los primeros días para conquistar Tánger; dispuso su campamento sin fortificaciones que protegieran la comunicación con la costa, dificultando la evacuación por mar en caso de necesidad; y no se replegó oportunamente a Ceuta a la espera de refuerzos. Los advertidos benimerines dejaron a un lado sus diferencias y fueron capaces de bloquear y derrotar al ejército sitiador. Los derrotados en el campo de batalla tuvieron que reconocer que entregarían Ceuta, quedándose finalmente en garantía del acuerdo el infante don Fernando en calidad de rehén.
De vuelta a Portugal, don Enrique no se mostró favorable a retornar Ceuta, coincidiendo con la opinión de los círculos mercantiles de Oporto, Lisboa y Lagos. Don Fernando terminaría muriendo en cautividad, alentando su leyenda del Infante Santo el mismo Enrique para evadir responsabilidades.
La derrota de Tánger no acabó con las ambiciones portuguesas sobre Marruecos. Sin embargo, se abrió al mismo tiempo un nuevo horizonte expansivo para la Orden de Cristo, el del Atlántico, en el que asomó un nuevo enfrentamiento con Castilla por Canarias. Desde comienzos del siglo XV, los europeos habían visto los archipiélagos atlánticos como verdaderas plataformas para lanzarse al asalto de los países musulmanes. En 1426 el comendador Gonçalo Velho estuvo al frente de la expedición al cabo Bojador. El rey don Duarte concedió en 1433 a don Enrique, como cabeza de la Orden, amplios poderes sobre Madeira, Porto Santo y otras islas atlánticas. No olvidemos el dominio de una Orden como la de San Juan del Hospital de la isla de Rodas por aquellas fechas. El Papa Nicolás V confirmó la preeminencia de los caballeros de Cristo entre los cabos Bojador y Nun. El rey Alfonso V les encargó también la dirección espiritual de Guinea, Nubia y Etiopía a través de sus vicariatos.
Al morir en 1460 el infante don Enrique, la posición de la Orden estaba bien afirmada, siendo sucedido al frente de la misma por don Fernando, el hijo de Alfonso V, monarca que no dudaría en exonerar a sus dignidades del pago de diezmos en 1476. Se ha sostenido que los nobles parecían más interesados en las campañas ibéricas y en las depredaciones navales que en la colonización atlántica y el comercio, muy atractivo para el círculo mercantil lisboeta, que albergaba a judíos e italianos. Lo cierto es que el tráfico de esclavos dispensó grandes beneficios y en 1452 se acuñaron los primeros cruzados de oro. Además, los reyes y caballeros portugueses quisieron conocer la extensión de los poderes islámicos hacia el Sur y contactar con el mítico Preste Juan, desplazado del interior de Asia a Abisinia. En la apertura de las tierras de garamantes, etiópicos e indios la Orden de Cristo, de la mano de don Enrique, había tenido un enorme peso, pasando de la frontera hispánica medieval a la de la época de las grandes navegaciones.
Fuentes.
ARQUIVO NACIONAL DA TORRE DO POMBO.
PT/TT/MSIV/1656.