LA MATANZA DE SAN BARTOLOMÉ (1572). Por Carmen Pastor Sirvent y Víctor Manuel Galán Tendero.
La noche del 23 al 24 de agosto de 1572 tuvo lugar en París la luctuosa Saint-Barthélemy, la matanza de una parte significativa de la aristocracia calvinista o hugonote de Francia, encabezada por el almirante Gaspar de Coligny. Los autores más ponderados hablan del asesinato de unas dos mil personas en la capital del Rey Cristianísimo, que a la sazón era un débil Carlos IX.
Carente del carácter de los grandes reyes franceses, Carlos se encontraba sometido a la influencia de su dominante madre, la florentina Catalina de Médicis, mujer calculadora donde las hubiera. Su autoridad se vio durante muchos años obstaculizada por las grandes facciones de la nobleza, que abrazaron la defensa de una causa religiosa. El todopoderoso linaje de los Guisa se inclinó por la del catolicismo frente a la de coalición acaudillada por Coligny, varón que aunó la ambición personal al patriotismo de carácter religioso, pues contempló a Francia como la campeona de la Reforma contra el poder del aborrecido Felipe II.
Se acometieron con las armas en numerosas ocasiones, pero el enlace matrimonial entre el protestante Enrique de Navarra y Margarita de Valois parecía abrir las puertas de la reconciliación. La boda se celebraría por todo lo alto en París del 16 al 21 de agosto.
Pero no se preparaba la paz allí. Catalina había marchado prudentemente al castillo de Monceaux para acometer en la sombra a su gran rival Coligny. El almirante se había ganado recientemente el beneplácito del voluble Carlos IX y estaba jugando con las disputas entre los hermanos del monarca. Emplearía su acrecentado poder cortesano para lanzar una vigorosa campaña militar contra el duque de Alba en los Países Bajos, atacado desde el mes de abril de aquel mismo año por los gueux de la mer, los piratas protestantes que supieron captar el descontento con el gobierno de Felipe II. Una primera hueste de hugonotes franceses se estrelló el 17 de julio ante Mons, plaza asediada por Alba. Serían los mártires de una gran campaña que pondría en manos de Francia y de Dios los muy apetecidos Países Bajos, tirando por tierra el poder español en Europa sin necesidad de recurrir a la alianza con Inglaterra.
La de Médicis no era pro-española, pese a que se reuniera con el duque de Alba en Bayona en el 1562, pero temía que la campaña fuera un fracaso y recrudeciera las luchas entre los nobles. Además, en el supuesto de que el éxito le sonriera encumbraría sin remisión a Coligny. Las últimas maniobras del almirante le hicieron tomar una decisión peligrosa que después lamentaría por sus desagradables consecuencias.
El 22 de agosto Coligny fue víctima de un arcabuzazo, pero no consiguieron darle muerte. Los nervios se desataron en el campo contrario. El antiguo preboste de los mercaderes Claude Marcel consiguió movilizar la milicia parisina el 23 bajo la promesa del botín de los odiados hugonotes de elevada posición. Las tropas se movieron hacia el Louvre. Del 23 al 24 se desató la furia en forma de matanza, en la que cayeron definitivamente el almirante y su círculo.
Al pasar los días Catalina recibió las felicitaciones del Papa Gregorio XIII y de un aliviado Felipe II, cuya respuesta oficial data del 17 de septiembre, reforzando sobremanera las sospechas de complot y la ira protestante. Mientras, la furia anti-hugonote se había extendido mortalmente a Orleans, Meaux, Lyon, Tolouse o Burdeos. Los cien mil caídos postulados para todo el reino se han reducido hoy a unos cinco mil.
Muchos protestantes tuvieron que escapar de las tierras al Norte del Loira, haciéndose fuertes en sus enclaves de La Rochela y centro-meridionales. En la Ginebra calvinista Hotman había publicado su Franco-Gallia en la que defendía que Dios depositaba verdaderamente el poder en el pueblo, que lo confiaba condicionalmente a sus gobernantes. El temor de las autoridades ginebrinas a una contundente respuesta de la monarquía francesa llevó a que no autorizaran el tratado de Theodor Bèze Du droit des magistrats sur leurs subjets, publicado finalmente en Lyon en 1574, en el que abundaba con mayor precisión en tales planteamientos de la filosofía política. De un modo más práctico, aunque no menos trascendente, se organizaron en febrero de 1573 las Provincias Unidas del Midi a imitación de las de los Países Bajos, en las que los sacerdotes y hombres de leyes llegaron a tener puntualmente la voz cantante.
Los historiadores han diferenciado con corrección el protestantismo hugonote de las Provincias Unidas del de los grandes magnates al estilo de Coligny, ya que han visto en esta autoridad capaz de imponer medidas militares, judiciales y tributarias una anticipación de la Gran Revolución de 1789, máxime considerando sus postulados ideológicos. Los príncipes de la sangre ya no se antojaban tan necesarios.
Tras la matanza de San Bartolomé la guerra civil se recrudeció en Francia, forzando a la larga la solución conciliadora de los políticos, superada de las divisiones religiosas en provecho de los intereses generales de Francia. Era el París bien vale una misa de Enrique de Navarra, el futuro rey Enrique IV que tanto inquietaría a una España a la que la suerte de Francia nunca le resultó precisamente indiferente.