LA MALOGRADA ALIANZA CASTELLANA DE JUAN I DE ARAGÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

10.08.2024 09:54

               

                Alianzas y lazos familiares.

                La Corona de Aragón quiso concitarse la amistad de la de Castilla a finales del siglo XIV, después de mucho batallar. La política matrimonial desplegada por Pedro IV, que accedió a casar a su hija Leonor con el hijo de Enrique II de Castilla, don Juan, fructificó tras la derrota castellana en Portugal (1386). El angustiado Juan I de Castilla accedió a las peticiones de su cuñado, el rey Juan I de Aragón. No sólo autorizó el suministro franco en sus puertos de las galeras de Barcelona y Mallorca que viajaban a Flandes, sino que también le ofreció en 1390 su ayuda militar contra las compañías del conde de Armagnac, invasoras de Cataluña.

                Al morir el 9 de octubre de 1390, Juan I de Aragón intentó hacer valer también el lazo afectivo del parentesco con su sobrino, el joven Enrique III, y su consejo de regencia. El brutal estallido de furia antijudía de 1391 no gustó ni a las autoridades reales aragonesas ni castellanas, conscientes de los intereses financieros, tributarios y de orden público en juego. Años más tarde, un 21 de abril de 1395, Juan I ordenaría a sus oficiales y patrones de naves que protegieran a los judíos de Castilla que quisieran embarcar hacia Jerusalén.

                El comercio entre las Coronas de Aragón y Castilla.

                El deseo de acercamiento del rey de Aragón a Castilla coincidía con el de parte de sus súbditos, atentos al comercio con tierras castellanas. A 5 de abril de 1392 se solicitaron franquezas de derechos de vectigales y de marcas para los mercaderes de Villafranca del Penedés Pere y Joan Olzina. Transitar por Castilla no siempre era apacible, como comprobó el musulmán de Daroca Alí el Monin, hombre de confianza del menescal de la casa real aragonesa Alí Bellvís. El alcalde de sacas de la castellana Molina de Aragón le decomisó ropas y joyas por valor de trescientos florines, fruto de su viaje a Granada, además de cartas del emir nazarí. La queja se formuló el 15 de agosto de 1392, y el almirante mayor de Castilla Diego Hurtado de Mendoza se encargó de la resolución del incidente. Otros, como el judío aragonés Samuel Bienveniste, también obtuvieron satisfacción a sus reclamaciones en 1393, pudiendo cobrar las deudas que tenía pendientes en Castilla transcurridos los alborotos de 1391.

Algunos particulares castellanos formaron sociedad con aragoneses, caso del tintorero Juan Fontanes, vecino de Cuenca. En 1395 fue apresado y decomisados los bienes que portaba por no poder presentar las licencias de saca de los carniceros valencianos Jaume Carlet y Martín Fernández.

                De hecho, Castilla dispensaba a la Corona de Aragón, particularmente al reino de Valencia, productos de primera necesidad, con valor singular, como los treinta mil carneros pedidos por Juan I para la ciudad de Valencia el 10 de marzo de 1393. A 7 de enero de 1394 también se pidieron pinos de Cuenca y Moya, libres de todo derecho, para las obras de encauzamiento del Júcar. Las condiciones favorables que disfrutaba la ciudad de Valencia en los tratos con Castilla se intentaron hacer extensivas a Játiva, a la sazón muy necesitada de maderamen, carne y trigo a 5 de abril de 1394.

                Una frontera poco inhibitoria.

                La frontera entre ambas Coronas tenía su línea de aduanas, como la de los puertos secos del lado castellano, que en teoría impedían la salida de metales preciosos, caballos o armas. No por ello, sin embargo, dejó de ser poroso el límite. Los vecinos de Albarracín reclamaron sus derechos de pasto en los términos de Molina de Aragón, Cuenca y Moya, lo que encendió un intenso debate entre enero de 1394 y noviembre de 1395. La delimitación de términos no era a la sazón sencilla, ocupándose el alguacil Sancho González de Heredia el 2 de mayo de 1392 de la ocupación indebida de algunos puntos aragoneses fronterizos con Castilla.

                Las órdenes militares surgidas en tierras leonesas y castellanas también tuvieron bienes e intereses en la Corona de Aragón. El maestre de Santiago Lorenzo Suárez de Figueroa se interesó por el estado de los monasterios y casas de la orden en Aragón, pero el 24 de julio de 1393 se le respondió que su pesquisa se haría conforme a los usos de tiempos de Pedro IV y sus antecesores. A 3 de agosto de aquel año, el comendador de Calatrava la Vieja fue a rendir pleitesía a Juan I en nombre de su maestre Gonzalo Núñez de Guzmán, tutor de Enrique III y regidor de su reino, por sus fortalezas en Aragón, pues sólo así cobraría sus rentas y derechos.

                El común enemigo nazarí.

                Además de compartir fronteras y ciertos usos e instituciones, aragoneses y castellanos también tuvieron enemigos comunes. El emirato de Granada inquietó y tentó la ambición de unos y otros. La gobernación de Orihuela, en el sur del reino de Valencia, estaba muy expuesta a las incursiones granadinas, que cruzaban con relativa facilidad por las tierras castellanas de Murcia. La plaza de Lorca, en la frontera con los nazaríes, era estratégicamente esencial, y el 20 de enero de 1393 Juan I avisó al círculo de Enrique III de la intención de Muhammad VII de asediarla. Se mostró incluso dispuesto a auxiliar a los castellanos con tropas ante el peligro. La colaboración, sin embargo, no funcionó según lo deseado por el monarca aragonés, y el 11 de mayo de 1394 se previno al concejo de Orihuela para que reparara sus castigados muros ante la inminencia de ataque, enconado por las disputas entre el maestre de Alcántara y los nazaríes.

                El deseo aragonés del apoyo castellano en el Mediterráneo.

                Juan I hubiera deseado gozar de las mieles de una alianza militar auténtica con Enrique III no sólo contra Granada, sino también contra sus enemigos en el Mediterráneo occidental. La insurrecta Cerdeña llevaba años desafiando el poder aragonés, y en Sicilia también había problemas para la hegemonía de la casa de Aragón. Desde Tortosa, Juan I solicitó a Enrique III el 17 de agosto de 1393 el envío urgente de buenos caballos y jinetes para su expedición a Cerdeña. No se olvidó tampoco de pedir protección para sus dominios hispanos en su ausencia. Sus ruegos apenas fueron escuchados, insistiendo el 28 de octubre de aquel año y el 22 de marzo de 1394. Al final, sólo esperó el avituallamiento desde Castilla. A las reclamaciones también se había sumado el hermano de Juan I, el duque de Montblanc Martín, que había marchado a Sicilia. Enfrentado a los seguidores de casa de Anjou, contrarios a que su hijo Martín el Joven fuera rey de Sicilia, también informó con poco éxito el 27 de enero de 1394 a la corte de Enrique III de sus necesidades militares, aunque algunos particulares castellanos lo siguieron, como el expatriado escudero castellano Luis Alfonso Palomo. El 13 de octubre de 1395 solicitó el perdón de las autoridades de Castilla.

                La fragilidad diplomática de los lazos familiares.

                El 15 de septiembre de 1393 cesó el consejo de regencia en Castilla y Enrique III asumió los plenos poderes reales. Juan I quiso ser obsequioso con su sobrino, enviándole el 4 de noviembre de 1394 varios presentes, como dos bellas espadas o una hembra de leopardo, que había recabado en Chipre por medio de sus caballeros que peregrinaban hacia el Santo Sepulcro. El tiempo demostraría que el joven rey castellano era poco sensible a los halagos, y que no dudaría en adoptar una posición de firmeza frente a la Corona de Aragón, incluso en cuestiones de índole familiar, como la aplicación en 1395 de las cláusulas del testamento de doña Leonor de Aragón, madre del propio Enrique y hermana de Juan I, en puntos como los privilegios del monasterio de Cuéllar. Ya desde entonces, el círculo real aragonés fue acercándose al hermano de Enrique III, el infante don Fernando, que con el tiempo se convertiría en el de Antequera e incluso en rey de Aragón, buscando un interlocutor más complaciente.

                La confiscación del marquesado de Villena.

                Motivos de discrepancia con Castilla no le faltaron a Juan I hasta su abrupta muerte el 19 de mayo de 1396. Entre lo familiar y lo más público estuvo la cuestión del marquesado de Villena. Señorío concedido en 1363 a Alfonso de Aragón el Viejo (el primo de Pedro IV que también fue conde de Denia, de Ribagorza y duque de Gandía) por Enrique II de Trastámara, comprendía un extenso territorio en las actuales provincias de Alicante, Albacete y Cuenca, destacando las plazas de Chinchilla, Alarcón y la propia Villena. El autoritarismo de don Alfonso, la imposición de cuantiosos tributos y la presencia de oficiales y tropas aragonesas no gustaron a una parte de sus naturales, que añoraron los tiempos del infante don Juan Manuel. La ciudad de Valencia consiguió de él valiosas noticias, préstamos y alimentos del marquesado en años de escasez, lo que le valió ser acusado de contrabando por más de una autoridad de Castilla.

                De carácter ambicioso e independiente, el de Villena terminó chocando con Enrique III, que ordenó la incautación del marquesado por la corona. Opuesto al poder de los grandes magnates de Castilla, alentó a los caballeros y prohombres de municipios como Alarcón o Chinchilla. Juan I de Aragón no había animado a su pariente a intervenir activamente en la política castellana durante la regencia de Enrique III, por su deseo de mantener la paz, pero ante el cariz de los acontecimientos tuvo que adoptar una actitud más enérgica. El 17 de febrero de 1394 mandó a la corte castellana a mosén Lluc de Bonastre y a micer Domingo Mascó, que invocaron los servicios prestados por don Alfonso a Enrique II, el abuelo de Enrique III, para ablandarlo. Fue en vano, y para fortalecer la ofensiva diplomática se nombró embajador en Castilla al arzobispo de Atenas, posesión perdida en 1388 por los reyes aragoneses. Tampoco sirvió de mucho, pues en 1395 Almansa cayó en manos de los seguidores de Enrique III. El mismo Juan I llegó a pensar en marzo de aquel año viajar a Castilla para tratar personalmente tan enojoso asunto. Todo quedó en agua de borrajas, y el 27 de enero de 1396 don Alfonso le pediría ayuda desde Gandía, con cierta esperanza por lo aconsejado en las Cortes de Castilla al rey. Ese mismo año fallecería Juan I, y el marquesado de Villena sería legalmente confiscado en 1398.

                Enfrentamientos internos en Murcia.

                Otro punto donde terminaron chocando las dos Coronas fue el reino de Murcia, ambicionado por los aragoneses y con una relación complicada con la valenciana gobernación de Orihuela. El adelantado de Murcia Alonso Yáñez Fajardo tuvo la confianza tanto del consejo de regencia como de Enrique III frente a sus opositores, que en la capital del reino acaudilló la facción del procurador general Andrés García Lanza. En 1394 rechazaron al corregidor enviado por el rey a la ciudad. Ante el cariz de los acontecimientos, Juan I avisó el 11 de julio de aquel año al adelantado Yáñez Fajardo que había prohibido a sus súbditos valencianos intervenir a favor de sus contrarios, tildados de rebeldes al rey. Sin embargo, las gentes de la gobernación de Orihuela no parecieron obedecer el mandato de Juan I a la altura del 25 de agosto, y el primero de septiembre el mismo adelantado llegó a acusar al monarca de Aragón de tratos con su enemigo el obispo de Cartagena Fernando de Pedrosa. La situación se complicó todavía más cuando don Alfonso de Aragón requirió en 1395 la ayuda de la ciudad de Murcia ante el embargo del marquesado. Los partidarios de García Lanza no hicieron causa común con él, y el conflicto murciano se alargó hasta octubre de 1399, cuando García Lanza fue degollado en el palacio episcopal de Murcia. No pocos de sus seguidores habían marchado a tierras aragonesas, aunque ambas Coronas no cruzaron espadas en una guerra abierta que no convenía a ninguna, por muchos motivos que pudieran llegar albergar.

                Choques alrededor del comercio atlántico.

                Y el comercio en aguas del Atlántico sirvió bastantes. A 5 de agosto de 1394 los castellanos se quejaron de una nao valenciana que en el pasado mes de mayo había atacado las barcas de unos mercaderes genoveses en las aguas de Sanlúcar, algo que los aragoneses negaron. Sostuvieron que en Valencia sólo se armaban naos desde hacía un año para socorrer al duque de Montblanc en Sicilia, como la de mosén Rodrigo Díez. Acusado de atacar la navegación de castellanos y genoveses, fue apresado y el 28 de octubre de 1394 Juan I pidió su liberación.

                La hostilidad entre la Corona de Aragón y Génova era más que notoria desde hacía décadas, chocando en Cerdeña o en los mercados del emirato de Granada. La paz de 1390 fue muy frágil, temiendo ese mismo año los aragoneses que los genoveses apoyaran a sus enemigos sardos so capa de su expedición junto a los franceses contra Mahdía, revestida de cruzada. En cambio, las relaciones de amistad entre Génova y Castilla se afirmaron a lo largo del siglo XIV, en detrimento de Aragón. El 20 de abril de 1395 Juan I denunció a Enrique III los agravios inferidos a los mercaderes de sus Estados en aguas de Cádiz y Galicia cuando iban a comerciar a Portugal, Flandes e Inglaterra. Además, en los puertos del obispado de Cádiz y del arzobispado de Sevilla se imponían gravámenes sobre las mercancías que los comerciantes aragoneses importaban y exportaban a Berbería, atacando los acuerdos establecidos, para pagar los préstamos requeridos a los genoveses.

                Los mismos genoveses echaron más leña al fuego cuando acusaron a corsarios de la gobernación de Orihuela de atacar sus embarcaciones en aguas de Tarifa. En represalia, se decomisaron en Cádiz a unos mercaderes barceloneses varias balas de paño francés procedentes de Flandes. Las protestas aragonesas del 24 de noviembre de 1395 surtieron muy poco efecto, y los gravámenes (como la quema de pasaje de Cádiz) y los embargos prosiguieron. Ya era perceptible la rivalidad entre aragoneses y castellanos por el comercio atlántico.

                También se chocó en la cuestión del Cisma.

                Otro punto en la que aragoneses y castellanos terminarían chocando, más allá del reinado de Juan I, fue la de la resolución del Cisma de la Iglesia. Mientas Castilla rindió obediencia en 1381 al Papa de Aviñón Clemente VII, Aragón mantuvo su indiferencia hasta el reinado de Juan I, que se declaró por aquél en 1387. Aragoneses y castellanos parecían concordar en este punto, cuando el 28 de septiembre de 1394 fue elegido el aragonés Benedicto XIII sucesor de Clemente VII en la sede aviñonesa. El nuevo Papa no se mostró dúctil a los intereses de los reyes de Francia, aliados de Castilla, y su resolución del Cisma pasaría por aportarlo de la dignidad.

                Las realidades de poder en la Hispania de la Baja Edad Media.

                Juan I se esforzó por mantener unas relaciones lo más cordiales posibles con Enrique III para favorecer sus intereses familiares, comerciales y políticos en el Mediterráneo, pero no lo consiguió. Dejó a su hermano y sucesor Martín I una complicada herencia, de dependencia y competencia con Castilla. La ambivalente relación con los castellanos sería bien visible durante el Interregno de 1410-12, clausurado con la elevación al trono aragonés del hermano de Enrique III, Fernando el de Antequera. Los Trastámara de Aragón también pensaron ser determinantes en Castilla por medios familiares, pero lo consiguieron muy a medias, pues tanto sus naturales como los defensores del poder real lucharon denodadamente para afirmarse frente a todo rival. Aunque Juan I hubiera tenido el carácter indómito de su padre Pedro IV, también se abría topado con una Castilla no dispuesta a ceder su hegemonía hispánica.

                Fuentes.

                Documentos de Enrique III. Fondo Mercedes Gaibrois de Ballesteros. En línea.