LA LLEGADA DE COLÓN A LAS INDIAS.
“Armó Cristóbal Colón tres carabelas en Palos de Moguer a costa de los Católicos Reyes por virtud de las provisiones que para ello llevaba. Metió en ellas ciento veinte hombres, entre marineros y soldados. De una de ellas hizo piloto a Martín Alonso Pinzón; de otra a Francisco Martín Pinzón, con su hermano Vicente Yáñez Pinzón; y él fue como capitán y piloto de la flota en la mayor y mejor, y metió consigo a su hermano Bartolomé Colón, que también era diestro marinero. Partió de allí un viernes, 3 de agosto: pasó por la Gomera, una de las islas Canarias, donde tomó refresco. Desde allí siguió la ruta que tenía en su pensamiento, y al cabo de muchos días tropezó con tanta hierba, que parecía un prado y que le atemorizó, aunque no fue de peligro; y dicen que se hubiese vuelto, a no ser por unos celajes que vio muy lejos, teniéndolos por certísima señal de haber tierra cerca de allí. Prosiguió su camino, y entonces vio lumbre un marinero de Lepe y un tal Salcedo. Al día siguiente, que era 11 de octubre del año de 1492, dijo Rodrigo de Triana: “¡Tierra, tierra!”, y a tan dulce palabra acudieron todos a ver si decía verdad, y como la vieron, comenzaron el Te Deum laudamus, hincados de rodillas y llorando de alegría. Hicieron señal a los otros compañeros para que se alegrasen y diesen gracias a Dios, que les había mostrado lo que tanto deseaban. Allí vieseis los extremos de regocijo que suelen hacer los marineros: unos besaban las manos a Colón, otros se le ofrecían por criados y otros le pedían mercedes. La tierra que vieron primero fue Guanahaní, una de las islas Lucayas, que caen entre la Florida y Cuba, en la cual se tomó luego tierra y la posesión de las Indias y Nuevo Mundo, que Cristóbal Colón descubría por los Reyes de Castilla.
“De Guanahaní fueron a Barucoa, puerto de Cuba, donde tomaron unos cuantos indios; y tornando atrás a la isla de Haití, echaron anclas en el puerto que llamó Colón Real. Salieron muy de prisa a tierra, porque la capitana tocó en una peña y se abrió por un sitio que ningún hombre pereció. Los indios, cuando los vieron salir a tierra con armas y tan de prisa, huyeron de la costa a los montes, pensando que fuesen como los caribes que los iban a comer. Corrieron los nuestros tras ellos y alcanzaron solo a una mujer. Le dieron pan, vino, confites, una camisa y otros vestidos, pues ella venía desnuda, y la enviaron a llamar a la demás gente. Ella fue y contó a los suyos tantas cosas de los recién llegados, que comenzaron luego a venir a la marina y hablar con los nuestros, sin entender ni ser entendidos más que por señas, como mudos. Traían aves, pan, fruta, oro y otras cosas, a cambiar por cascabeles, cuentas de vidrio, agujas, bolsas y otras cosillas así, lo cual no fue pequeño gozo para Colón. Saludáronse Cristóbal Colón y Guacanagari, rey o (como allí dicen) cacique de aquella tierra. Diéronse presentes el uno al otro en señal de amistad. Trajeron los indios barcas para sacar la ropa y las cosas de la carabela capitana, que se quebró. Andaban tan humildes, tan bien criados y serviciales como si fueran esclavos de los españoles. Adoraban la cruz, se daban golpes de pecho y se hincaban de rodillas al Ave María, como los cristianos. Preguntaron por Cipango; ellos entendieron Cibao, donde había mucho oro: no cabía en sí de gozo Cristóbal Colón oyendo nombrar a Cibao y viendo grandes señales de oro allí y ser la gente sencilla y tratable; ni veía la hora de volver a España a dar la buena nueva y muestra de todo aquello a los Reyes Católicos. Y así, hizo entonces un castillejo de tierra y madera, con permiso del cacique y con ayuda de sus vasallos, en el cual dejó treinta y ocho españoles con el capitán Rodrigo de Arana, natural de Córdoba, para que aprendiese la lengua y secretos de la tierra y gente, mientras él iba y regresaba. Esta fue la primera casa o pueblo que hicieron los españoles en las Indias. Tomó diez indios, cuarenta papagayos, muchos gallipavos, conejos (que llaman hutías), batatas, ajíes, maíz, de que hacen pan, y otras cosas extrañas y diferentes de las nuestras para testimonio de lo que había descubierto. Metió asimismo todo el oro que había rescatado en las carabelas, y después de despedirse de los treinta y ocho compañeros que allí quedaban y de Guacanagari, que lloraba, partió con dos carabelas y con todos los demás españoles de aquel Puerto Real; y con próspero viento que tuvo llegó a Palos en cincuenta días, de la misma manera como hemos dicho que halló las Indias.”
Francisco LÓPEZ DE GÓMARA, Historia General de las Indias. I. Hispania Victrix, Barcelona, 1985, pp. 48-49. Texto modernizado por Pilar Guibelalde.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.