LA LLAMARADA DE LA BATALLA DE CANNAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

18.01.2016 07:44

                Cayeron 70.000 soldados de Roma en el campo de batalla de Cannas en el 216 antes de Jesucristo. La elevada cifra es susceptible de discusión, pero no la trascendencia de una batalla que fue el pináculo de la carrera de Aníbal, la pesadilla de los romanos.

                

                En el invierno del 218 antes de nuestra Era había franqueado los Alpes al frente de un heterogéneo ejército de mercenarios pagado con monedas de plata acuñadas en la península Ibérica, donde su padre Amílcar y su cuñado Asdrúbal habían extendido el poder de Cartago tras la victoria romana en la I Guerra Púnica.

                En Trebia y en el lago Trasimeno los romanos habían sufrido en carne propia el mordiente de las fuerzas de Aníbal, que se situó en el centro de la región de la Apulia, en el Mediodía de Italia, para tomar sus suministros y atacarlos una vez más.

                En vista del peligro, el Senado formó un nutrido ejército con los ciudadanos de la República y sus aliados. Lo encomendó a los dos cónsules anuales, Publio Emilio y Varrón, sendos representantes de la facción aristocrática y popular que simultanearon su mando supremo cada día. Fue un error que costaría demasiado caro.

                Al llegar a la llanura de Cannas bajo un sol abrasador, los romanos se dispusieron frente a los cartagineses, con 40.000 infantes y 10.000 jinetes. Se observaron durante tres días, tres días de monotonía entrecortada por algunos combates menores.

                

                Los romanos eran superiores en número y el cónsul Varrón perdió la paciencia. Era hora de atacar a un rival que se juzgaba inferior. El más avezado Publio Emilio lo desaconsejó en vano.

                Los 80.000 soldados de infantería formaron con una línea de vanguardia. Los 6.000 jinetes protegían sus flancos: los romanos a la derecha y a la izquierda los aliados. Se había levantado un cálido viento del Suroeste que alzaba una fuerte polvareda.

                Aníbal dispuso a sus mercenarios iberos y galos en media luna, con el tramo convexo encarado hacia los romanos. Ocuparon sus extremos los soldados cartagineses, su más preciada reserva. Su hermano Asdrúbal comandó la caballería pesada a su derecha y a la diestra de la misma los ágiles jinetes númidas tendrían libertad de movimientos.

                Los escuadrones de jinetes pesados cartagineses cargaron en las orillas del Ofanto contra la caballería romana, mandada por el mismo Publio Emilio. Los caballeros iberos y galos acreditaron su pericia combativa frente a los aristocráticos jinetes de Roma. También los númidas de Maharbal hicieron sentir su superioridad táctica a la caballería de los aliados encomendada a Varrón.

                Entonces los romanos cargaron con el grueso de sus fuerzas sin más dilaciones, su imponente infantería. Su objetivo era el mismo Aníbal al frente de su curvada infantería. Los romanos se fueron sofocando bajo el peso de sus escudos y armaduras en un día tórrido, pero lograron aparentemente empujar a sus adversarios hacia atrás, que convirtieron la línea convexa en cóncava.

                No era el preludio de la derrota cartaginesa, sino una añagaza de Aníbal, la de su flexible media luna. Mientras tanto los caballeros iberos y galos tomaron posiciones para cortar la retirada de los enfrascados romanos y los númidas tras quebrantar la caballería de Varrón se dispusieron también para el ataque.

                La media luna se fue convirtiendo en las fauces de un animal dispuesto a devorar a los romanos. Aníbal entonces lanzó contra los cercados soldados de Roma a sus infantes cartagineses por los flancos. Retornaron a la carga los soldados iberos y galos que parecían retroceder y la caballería completó el cerco y la masacre de las atrapadas tropas romanas.

                Publio Emilio cayó y Varrón logró salvar la vida en un desastre de proporciones colosales. La dominante confederación forjada por los romanos en Italia parecía a punto de perecer, incluso la misma Roma, bajo los golpes del intrépido general cartaginés. Sin embargo, la fidelidad aliada y la prudencia táctica de la que harían gala posteriormente los romanos, evitando un choque frontal, llevaron a la marcha de Aníbal de tierras itálicas y a la larga a su derrota en Iberia y África.