LA IRRITANTE COEXISTENCIA EUROPEA. Por Antonio Parra García.
La Unión Europea anda zarandeada por la incertidumbre del referéndum británico. El mismo presidente de Estados Unidos tiró fuertemente de las orejas a los británicos partidarios de divorciarse, pero no parece que haya causado un efecto beneficioso para la causa europeísta. En el fondo, muchos británicos representan un tipo continental muy conocido, el del escéptico que no contempla con buenos ojos el proceso de integración por motivos tan diversos como la sensación de pagar en exceso a beneficio de unos vagos, el fastidio de ser importunados por unos burócratas tan rapaces como extranjeros, el temor a perder la singularidad nacional por una organización inoperante, etc.
El tema de las balanzas fiscales combinado con el de las identidades culturales también erosiona a Estados integrantes de la Unión como España y a otros Estados como Canadá. La Unión Europea no es una excepción, máxime en tiempos críticos. En Finlandia se ha clamado contra la incapacidad de los países meridionales. En la poderosa Alemania, acusada de extorsionadora por muchos griegos, se ha formado un grupo contrario al euro. En la convulsa Francia de huelgas y amenaza terrorista algunos querrían soltar amarras. En la Europa Mediterránea se denuncian los manejos de la troika.
La crisis de los refugiados sirios y de otros países del convulso Oriente Próximo y Medio ha hecho saltar chispas entre los socios europeos. Muchos europeos sienten su identidad amenazada por la llegada de otras gentes y el canal de la Mancha no actúa como el foso que aísla la diamantina fortaleza britana.
En Gran Bretaña se plantea un problema europeo, más allá de las particularidades británicas. De ganar la separación, sus ciudadanos verían mermadas sus oportunidades a muchos niveles, pero todos los europeos saldríamos perdiendo. Y mucho.
Junto a Francia y Alemania, Gran Bretaña es la otra gran potencia de la Unión. Su comportamiento sería visto como ejemplar por muchos que ahora no se ven con fuerzas suficientes para socavar la Unión. Las contradicciones aflorarían inevitablemente y el proceso de integración podría verse seriamente cuestionado, quizá reducido a una mera asociación arancelaria de parte del continente.
Si se diera tal resultado, nos encontraríamos ante un drama. En este año conmemoramos el centenario de uno de las batallas más sangrientas de la Historia, la de Verdún. Una Europa disgregada sería un riesgo para la propia Gran Bretaña, que siempre tuvo un ojo puesto en los Países Bajos para evitar asaltos a su territorio. Una Rusia expansionista lo tendría más fácil y el Oriente Próximo y el África del Norte carecerían de un asociado poderoso. Estados Unidos perdería un gran auxiliar. Todo ello lo pagarían los británicos y el resto de los europeos con creces, cuya coexistencia es tan necesaria como irritante pueda resultar en ocasiones.
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