LA GRANADA NAZARÍ, ¿UN ESTADO FALLIDO? Por Víctor Manuel Galán Tendero.
¿Un destino manifiesto?
El 2 de enero de 1492 los representantes de Abu Abd Allah az Zughbi, el Boabdil el Chico de las crónicas cristianas, entregaron las llaves de la Alhambra a los de don Fernando y doña Isabel. Muhammad XII, el nombre dinástico de aquel último nazarí que rigió Granada, partió hacia su señorío de las Alpujarras. En 1493 lo vendió a los Reyes y se dirigió a Fez, en cuyas tierras falleció en 1533, cuando Carlos V había ordenado erigir en la emblemática Alhambra su célebre palacio. Su supuesto llanto y la réplica de su brava madre han pasado a la historia sentimental de generaciones de españoles, dando idea del dolor de la pérdida de una tierra querida. En esta misma versión de nuestro pasado, se culminaba desde el lado cristiano la obra iniciada en Covadonga muchos siglos atrás, la Reconquista.
Actualmente, la historiografía ya no contempla este hecho con el mismo prisma, pero todavía subyace la idea del inevitable destino de la Granada nazarí, el de su conquista por los cristianos. Se diría que tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) Al-Ándalus se encontraba irremediablemente perdido y el final de Granada solo era cuestión de tiempo.
Un emirato de casi dos siglos y medio.
Si admitimos su fundación de 1232 a 1238 por Muhammad ibn-Nazar, hemos de reconocer que su duración no fue poca, por mucho que a veces se le haya relegado en la historia general de la Hispania bajomedieval en comparación con Castilla y Aragón. Recordemos que nuestra Historia constitucional, que se remonta al menos a 1812, no ha alcanzado todavía igual extensión histórica. Es más, en comparación con experiencias políticas contemporáneas, como las de la URSS o Yugoslavia, su permanencia a lo largo de las décadas no fue baladí precisamente.
Dentro del mundo islámico medieval, otros Estados no pueden presumir de tal duración, por mucho que la historiografía los haya presentado con todos los emblemas de la fuerza. El califato de Córdoba apenas duró un siglo y el imperio almohade no llegó al siglo y medio. Granada no fue una anécdota intrascendente, una simple taifa a punto de perecer.
Difícil de abatir.
Atacar el emirato nazarí no se redujo a incursionar la vega granadina, sino que requirió cuantiosos medios económicos para conquistar territorios. El intento aragonés de tomar Almería en 1309 se saldó con un fracaso militar y una considerable deuda económica. El asedio de Algeciras se alargó pesadamente de 1342 a 1344 e hizo imperativo el cobro de la alcabala en Castilla. La conquista final de Antequera, que tanta fama diera al que terminaría convirtiéndose en Fernando I de Aragón, se consumó tras considerables servicios económicos acordados en Cortes de Castilla. La conquista final entrañó la cooperación de Castilla y Aragón, con un más que notable despliegue de recursos. Fue más aconsejable durante años percibir el tributo de los nazaríes que domeñarlos.
Guerreros esforzados.
El Romancero Viejo rindió un cumplido homenaje a los campeadores granadinos que cruzaron armas con los castellanos. Eran caballeros al modo occidental del otoño de la Edad media. Sin embargo, las cartas y relaciones de la época nos los presentan de un modo más descarnado, como veloces jinetes que sabían aprovechar las oportunidades de ataque, desde el reino de Sevilla al de Valencia. Buenos conocedores de los caminos que llevaban a los dominios cristianos, sus expediciones cruzaron territorios con grandes espacios apenas poblados, como el reino de Murcia, y se adentraron en territorio valenciano, donde las comunidades mudéjares a veces les prestaron ayuda. Su guerra al modo almogávar resultó bastante efectiva, hasta tal punto que algunos le han atribuido el débil poblamiento de la Frontera cristiana.
Las fuerzas granadinas se anotaron a veces victorias importantes. En 1304 saquearon y quemaron la valenciana Cocentaina, dominio del almirante Roger de Lauria. En 1295 conquistaron a los castellanos Quesada y Alcaudete en 1300. Saquearon Jaén en 1367 y al año siguiente estuvieron a punto de entrar en Córdoba. En cooperación con los benimerines representaron una seria amenaza en el tránsito del siglo XIII al XIV.
Políticos astutos.
Sus emires o sultanes se las tuvieron que ver muy a menudo con el descontento de sus súbditos, la censura de los alfaquíes (guardianes de la ortodoxia religiosa) y la enemiga de una facción contraria. Cualquiera de sus tropiezos servía para justificar su destronamiento. El exilio para evitar lo peor era uno de sus riesgos y los enfrentamientos internos desgarraron en numerosas ocasiones los dominios nazaríes, ciertamente variopintos y complejos. Tales problemas contribuyeron notablemente a la desaparición del emirato.
En el fondo, la Historia de la Granada nazarí no es muy distinta de la de otros Estados coetáneos, en los que sus monarcas se las tuvieron que ver con toda clase de opositores. La guerra civil ensangrentó a menudo la Castilla bajomedieval, desde Alfonso X a Isabel I. En la Corona de Aragón se libraron conflictos tan enconados como los que asolaron Cataluña en tiempos de Juan II. Navarra, Portugal, Francia o Inglaterra no escaparon de ello.
En una situación tan compleja, algunos emires demostraron su astucia, digna de Maquiavelo. Muhammad I, el fundador del emirato, supo sobrevivir a la marea castellana. Muhammad V recuperó el trono, sacó partido de las guerras civiles castellanas y embelleció la emblemática Alhambra con el Patio de los Leones.
Ciertamente la guerra de facciones, como la de los Zegríes con los Abencerrajes, debilitó la resistencia granadina, pero también tuvo sus ventajas. Como cada parcialidad tenía empeño en mandar, se esforzó en seguir la política más adecuada para sobrevivir y ganar ventaja. A su modo, no dejó de ser una competición partidista, que dejó de mantenerse dentro de unos límites muy al final. Asimismo, el derrocamiento de una facción especialmente beligerante daba pie a concertar por la contraria un nuevo pacto con los cristianos. Este peculiar pluralismo combinado con la efectividad de sus incursiones le resultó de gran ayuda.
Territorio de acogida del Islam andalusí.
Los jinetes granadinos capturaron a no pocos cristianos en sus incursiones e incluso a musulmanes procedentes de otros rincones de la Península, que más tarde lograron regresar a sus puntos de origen. Sin embargo, llevaron también consigo a muchos mudéjares descontentos con su situación. La gran tentativa islámica de 1264-66, que puso en armas a los mudéjares de la Baja Andalucía a Murcia, fue seguida de un importante éxodo a Granada, que hasta el siglo XV asistió a la llegada de mudéjares del reino de Valencia.
Esta afluencia de gentes en un tiempo de dificultades demográficas, marcadas por la peste, fortaleció la Granada nazarí, sobre todo cuando las Cortes de Castilla se quejaban de despoblación. Los recién llegados no tendrían siempre las costumbres del gusto de los más estrictos alfaquíes y tras las prescripciones religiosas del llamado Código de Yusuf descubrimos el deseo de emplear la religión como un instrumento de encuadramiento social, especialmente desde las esenciales mezquitas, verdaderos centros de control del territorio. Aunque las costumbres de las gentes de Granada no fueron a veces del gusto de los más integristas, no dejaron de ser firmes musulmanes, según atestigua con creces la posterior experiencia morisca.
Su viabilidad económica.
El emirato nazarí controló una gran variedad de paisajes, a despecho de sus apenas 30.000 kilómetros cuadrados en su mayor extensión. Sus gentes supieron aprovechar a conciencia sus posibilidades agrarias, mucho más allá de la simple actividad de subsistencia, y sus productos despertaron el interés de los hombres de negocios genoveses o de otros puntos de la Cristiandad.
Este modelo ha sido caracterizado de dependencia colonial, según los cánones de la economía de los países subdesarrollados tras la II Guerra Mundial, un planteamiento sugerente que cabría aquilatar mejor, que también se ha aplicado a otros territorios hispánicos como el reino de Valencia, donde los mercaderes de origen italiano negociaron con los productos locales con ventaja. Quizá se puedan establecer concomitancias entre las comunidades rurales nazaríes y las mudéjares valencianas al respecto, más allá del encuadramiento de las segundas en las redes señoriales. Los tributos pagados por ambas acusaron la impronta de la fiscalidad almohade, con destacadas variaciones locales. Sin los pagos anuales de campesinos, ganaderos, pescadores, artesanos y mercaderes los emires de Granada no hubieran podido afrontar la construcción de la Alhambra o el pago de las parias.
¿Cuestión de tiempo?
¿Podía haber sobrevivido la Granada nazarí? Es probable, a nuestro juicio, por mucho que el poderoso ejército de los Reyes Católicos desarrollara su arma de artillería y otros servicios militares. Las circunstancias de 1482-92 le fueron adversas, pero en décadas posteriores no lo hubieran sido en igual medida. En 1516 Jeireddín Barbarroja se hizo con el dominio de Argel y los otomanos tuvieron al final un importante punto de presión en el Mediterráneo Occidental, desde donde golpearon la costa española con insistencia. Quizá sin la constancia de don Fernando y doña Isabel el emirato nazarí hubiera contemplado el siglo XVI y hubiera entrado en el Gran Juego del Islam de Occidente, al modo del tiempo de los benimerines.
La conquista se consiguió con un notable despliegue militar y diplomático, que buscó la capitulación pactada. Varias de las comunidades antes sometidas a los emires adoptaron el estatuto mudéjar al comienzo, pero sus gentes no dejaron de mostrar su combatividad en las dos guerras de las Alpujarras, ahora oficialmente como moriscos. Solo se pudo acabar con ellos con la expulsión.
Con semejantes gentes los emires nazaríes pudieron ser señores de un Estado menos fallido que otros coetáneos, la siempre fascinante Granada.
Bibliografía.
LADERO, M. A., Granada. Historia de un país islámico (1232-1571), Madrid, 1989.
MALPICA, A., Las últimas tierras de Al-Ándalus: paisaje y poblamiento del reino nazarí de Granada, Granada, 2014.