LA GRAN GUERRA Y LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
España no interviene en la Gran Guerra.
El 28 de julio de 1914 se inició oficialmente la primera guerra mundial, la Gran Guerra, que alteró la Historia de Europa y del mundo decisivamente. España se declaró neutral, como también lo hicieron por entonces Italia o Estados Unidos.
Durante tiempo se pensó que la no intervención de España en la Gran Guerra se debía al sentimiento de su falta de fuerza o incluso a la carencia de intereses importantes. En su visita a París de 1913, Alfonso XIII ofreció al presidente Poincaré poner a disposición de Francia y Gran Bretaña las comunicaciones españolas y movilizar dos cuerpos de ejército, en caso de guerra con Alemania y sus aliados, a cambio de poder intervenir en Portugal. Francia, sin embargo, no confiaba en las condiciones de la red ferroviaria española para trasladar sus tropas desde el Norte de África a Europa y Gran Bretaña no hubiera aceptado ninguna intromisión en su protegido Portugal. La entrada en 1915 de Italia finalmente a favor de la Triple Entente (Francia, Gran Bretaña y Rusia), tras sopesar el ofrecimiento de sus rivales, determinó completamente la neutralidad española.
La opinión pública española, con todo, se dividió en varias corrientes de opinión, las de los aliadófilos y las de los germanófilos. Los primeros eran admiradores de la República francesa y pensaban que la causa de la Triple Entente era la de la libertad y el progreso. Tuvo gran aceptación entre las fuerzas de izquierdas. Por el contrario, los germanófilos tuvieron adeptos entre las conservadoras y ciertos círculos militares. Vieron la guerra como una manera de reajustar la arrogancia franco-británica ante la maltratada España. Sus debates no pasaron de discusiones de café, a las que tan aficionados eran nuestros tatarabuelos y bisabuelos, aunque algunos historiadores los han considerado un precedente de las dos Españas que chocaron en la Guerra Civil de 1936-39.
Políticos como el liberal conde Romanones tomaron una actitud más resuelta. El 19 de agosto de 1914 escribió el artículo Neutralidades que matan, que no mereció el apoyo de Alfonso XIII, que secundó el neutralismo del presidente conservador Eduardo Dato. Cuando el 6 de diciembre de 1915, con el apoyo del republicano radical Lerroux, Romanones acceda al gobierno, planteara a cambio del apoyo español a la Triple Alianza la ampliación del Marruecos español (con la plaza de Tánger), la recuperación de Gibraltar y el derecho de intervenir en el Portugal republicano, que sí entró en guerra con los aliados en marzo de 1916.
Alemania no temía a España, pero tampoco deseaba fortalecer la posición de sus contrarios con una nueva aliada. Los agentes alemanes animaron campañas periodísticas en las que se le acusaba de querer favorecer sus intereses mineros en Marruecos y Asturias.
La Oficina de la Guerra Europea.
La reciente novela de Jorge Díaz Cartas a Palacio ha popularizado la iniciativa de Alfonso XIII de la Oficina de la Guerra Europea o Pro Cautivos, fundada en 1915, que se encargó de la mejora de la situación de los prisioneros de guerra, de su canje y repatriación en buenas condiciones. La Oficina consiguió salvar unos 70.000 civiles y unos 21.000 soldados heridos, gastándose el propio rey dos millones de pesetas en las gestiones. Su gesto humanitario le fue agradecido por ambos bandos beligerantes.
La Guinea española, en el torbellino de la guerra en África.
Río Muni, la parte continental de la Guinea española, se encontraba entre el Gabón francés al Sur y el Camerún alemán al Norte. Al comenzar la guerra, irrumpieron columnas militares alemanas, violando la neutralidad teórica del territorio, y reclutaron con brutalidad soldados entre los pueblos fang, no sometidos del todo a España, que tuvo que enfrentarse a su rebelión, duramente sofocada por las autoridades coloniales.
La ofensiva franco-británica contra Camerún avanzó en 1915 y en febrero de 1916 afluyeron a Rio Muni muchos refugiados, africanos y europeos, desde allí. El problema humanitario fue enorme y no pocos terminaron en campos de refugiados de islas como Fernando Poo, que llegaron a ser bloqueadas por las naves aliadas. Se requirió a los alemanes acogidos allí, que al final lograron regresar a su país siguiendo la ruta marítima hasta Cádiz y los neutrales Países Bajos, bajo promesa de dejar de combatir en África. En 1917 había pasado la amenaza internacional sobre la Guinea española, pero el panorama entre los fang era tan desolador que la posterior epidemia de gripe hizo estragos entre ellos especialmente.
El impacto de la guerra sobre la economía.
El estallido de la guerra provocó problemas y desconcierto, al perturbarse el abastecimiento de materias primas, como el algodón y los colorantes. La bolsa de Barcelona cerró entonces con graves pérdidas.
Sin embargo, la situación remontó en 1915 con la lluvia de pedidos de los beligerantes, que pagaron por anticipado. Se benefició la industria textil, la metalúrgica, la química y la naviera de tal demanda. En Puertollano, la producción de carbón pasó de 400.000 a 900.000 Tm. En cambio, las minas de Cartagena y La Unión, muy dependientes de las compras alemanas, vivieron momentos muy difíciles, con paro, hambre y alteraciones públicas.
Los beligerantes no pudieron comprar naranjas, uvas, vinos y plátanos, lo que perjudicó mucho a productores y exportadores de regiones como la valenciana, cuyo desarrollo industrial se había visto incentivado por la agricultura. En la vitivinícola Requena de 1917 se vivieron momentos de gran angustia. La otra cara de la agricultura comercial o primigenia industria de la alimentación española la representó el sector azucarero, fortalecido por la revalorización de la remolacha en áreas como Granada.
La Gran Guerra ayudó a la industria española a conquistar el mercado interior y asomarse con mayor decisión al exterior, pero la sobrecarga de trabajo de las máquinas, muy necesitadas de renovación y mayores inversiones, y la emigración de obreros cualificados al finalizar el conflicto, perjudicó su impulso, por mucho que 1918 fuera todavía un año expansivo en la economía internacional.
El calvario de la guerra submarina.
En agosto de 1914 el Almirantazgo británico declaró el bloqueo marítimo de Alemania, que respondió de distintas maneras. Solo en 1916 se libró una gran batalla naval de acorazados entre británicos y alemanes, la de Jutlandia, de resultado incierto. Los alemanes fiaron en las capacidades de su arma submarina, que el español Isaac Peral había hecho avanzar decisivamente entre 1885 y 1888.
Los submarinos alemanes de la época solo se podían sumergir poco antes de atacar y torpedeaban a las naves de suministros de sus enemigos, incluso las de los neutrales con destino a Francia o Gran Bretaña. Desde el litoral valenciano, el contrabandista mallorquín Juan March hizo considerable fortuna abasteciendo a los submarinos alemanes. En agosto de 1916, España les prohibió sin éxito emplear su espacio marítimo.
El 6 de abril de 1917, los submarinos alemanes hundieron el San Fulgencio y se pudieron sumar los españoles al tono diplomático duro estadounidense, ante el recrudecimiento de la campaña de aquéllos. A diferencia de Estados Unidos, España tampoco entró en la guerra aquel año. La Entente no se mostró interesada en su participación y Alfonso XIII temió padecer el destino del zar Nicolás II de Rusia, caído en marzo de 1917. Romanones fue sustituido en el gobierno por el liberal García Prieto.
El deterioro del nivel de vida de las clases trabajadoras.
Desde abril de 1917 los precios de los productos de primera necesidad, como el bacalao y las patatas, subieron con mayor rapidez, pero los salarios no lo hicieron en la misma proporción. Los problemas y la quiebra definitiva del imperio ruso, gran productor de cereal, se compensaron muy parcialmente con la compra del solicitado trigo argentino y ampliando la superficie de cultivo cerealista en España.
En las zonas agrícolas tales dificultades se hicieron evidentes y la emigración fue forzosa. Entre 1916 y 1918 emigraron a Francia unos 266.568 españoles para cubrir los puestos de trabajo de sus fábricas, dejados por los que marchaban al frente. Bajó la natalidad al marchar población joven.
El ataque de la mal llamada gripe española.
La pandemia del coronavirus nos ha hecho recordar la terrible gripe española, que de marzo de 1918 a marzo de 1920 mató de cincuenta a cien millones de personas en todo el mundo, frente a los diecisiete de la Gran Guerra.
Muchos investigadores sitúan sus primeros casos en Kansas, en el campamento de Fort Riley, pero al no estar en España la prensa sometida a las mismas censuras que la de los países en guerra, ganó el injusto nombre de española al dar a conocer los casos. Entre nosotros se llamó el soldado de Nápoles, pieza de la popular zarzuela La canción del olvido.
En España contrajo la gripe más de la tercera parte de la población, con más de veintiún millones, y murieron unas 200.000 personas, particularmente jóvenes de veinticinco a treinta y cinco años de condición humilde.
El pulso de las juntas de defensa.
Dentro del ejército, cundía el descontento por las condiciones de servicio y el respeto social de la profesión militar. Con un escalafón muy saturado, los ascensos por méritos de guerra de los oficiales africanistas eran muy mal vistos por sus colegas defensores del cumplimiento estricto de la antigüedad.
En 1917 los oficiales de infantería tuvieron que pasar por unas pruebas de aptitud, que se consideraron vejatorias. El coronel Márquez creó en Barcelona unas juntas de defensa del arma de la artillería, que se fueron estableciendo en las guarniciones de otras ciudades. Se ha discutido si Alfonso XIII las animó secretamente.
El ministro de la guerra, el general Aguilera, las disolvió y ordenó detener a sus miembros. Así lo ejecutó el capitán general de Cataluña Alfau, pero se volvió a formar otra y el nuevo capitán general Marina se tuvo que enfrentar a su ultimátum del 1 de junio. Se cedió al mismo y se liberó a los detenidos de las juntas de Barcelona, La Coruña, Vitoria, Sevilla y Badajoz. Grupos de militares habían desafiado con éxito a la autoridad civil.
El conservador Eduardo Dato sustituyó en la jefatura del gobierno a un acosado García Prieto. Maura mostró su indignación ante la situación y los catalanistas de la Lliga aquilataron la debilidad del sistema de la Restauración.
La Asamblea de parlamentarios.
Cuando iba a discutirse en Cortes una ley sobre los beneficios de guerra, se cerraron las cámaras y Dato no consintió su reapertura en un panorama político turbio y dividido.
El 5 de julio de 1917 Cambó reunió en Barcelona una Asamblea con diputados y senadores catalanes, abandonada pronto por los de los partidos dinásticos. Se solicitó un régimen autonómico para Cataluña, al que podían acogerse también otras regiones, y la reunión de unas Cortes Constituyentes para reformar la Constitución de 1876.
Dato no aceptó tales propuestas y el 19 de julio se abrió una segunda Asamblea de parlamentarios, en la que tomaron parte junto a los catalanistas de Cambó reformistas republicanos, el radical Lerroux o el socialista Iglesias. Maura no tomó parte, como tampoco ningún representante de las juntas de defensa.
El gobernador civil disolvió la Asamblea y los participantes proyectaron reunirse nuevamente el 16 de agosto en Oviedo, pero la huelga revolucionaria de aquellos días lo impidió.
La huelga general revolucionaria.
En 1916 los anarcosindicalistas y los socialistas habían acercado posiciones. Maduraba la idea de una huelga general revolucionaria para cambiar la estructura política y económica de España, y no solo para atender reivindicaciones laborales puntuales.
Los despidos de los empleados de la ferroviaria Compañía del Norte en Valencia, afiliados a la UGT, desencadenaron la huelga el 13 de agosto de forma precipitada, lo que algunos autores han interpretado como la caída en una provocación tendida por el gobierno para hacerla fracasar. Se formó un comité de huelga en el que tomaron asiento socialistas como Francisco Largo Caballero o Julián Besteiro, de gran relevancia posterior.
Tuvo gran intensidad en Madrid, Valencia, Barcelona, Vizcaya, Asturias y Riotinto, pero no en las zonas rurales. Los catalanistas conservadores no secundaron el movimiento y tuvo enfrente a los militares, que en Asturias abrían fuego desde el tren de la muerte. El 18 de agosto la huelga estaba completamente vencida.
El sistema de la Restauración, tocado.
La agitación social y revolucionaria recorría Europa. En noviembre de 1917 los bolcheviques tomaron el poder en Petrogrado y Moscú, en noviembre de 1918 cayó el régimen imperial en Alemania y en marzo de 1919 se proclamó una breve república soviética húngara. La caída de un régimen político, como el de la Restauración, podía entrañar la de la sociedad burguesa.
El 30 de octubre de 1917 se congregó en el Ateneo de Madrid la Asamblea de parlamentarios y el rey accedió a reunirse ese mismo día con Cambó, proponiéndole unas elecciones limpias para formar nuevo gobierno, con un ministro de la Lliga y otro del Partido Reformista, fundado en 1912 por el jurista asturiano Melquiades Álvarez, el pico de oro.
El 1 de noviembre se formó un gobierno de concentración con los conservadores de La Cierva, los catalanistas conservadores de Cambó y los liberales de García Prieto, que lo presidió, quedando fuera los conservadores de Dato, defensores del turno, y otras facciones liberales. Duró apenas un año tal gobierno, dando paso a otro únicamente liberal de García Prieto.
De Per Catalunya i l´Espanya Gran a L´hora de Catalunya.
Al fracasar el gobierno de concentración, Cambó abandonó su Per Catalunya i l´Espanya Gran por la reclamación de la autonomía integral de L´hora de Catalunya, muy influida por los Catorce Puntos del presidente estadounidense Wilson, en los que se defendía el derecho de autodeterminación de las naciones. A su albur, tras la disolución del imperio austro-húngaro, se formaron repúblicas como Checoslovaquia.
Al parecer, Alfonso XIII apoyó tal reivindicación con tal de alejar a las masas en Cataluña de la revolución, pero la fuerte contestación de las diputaciones castellanas (reunidas el 2 de diciembre de 1918 en Burgos) le hizo reconsiderarlo. En el debate parlamentario sobre las bases del estatuto autonómico, Niceto Alcalá Zamora (futuro presidente de la II República) reprochó a Cambó no poder ser el Bolívar de Cataluña y el Bismarck de España al mismo tiempo.
Cambó animó la retirada de los diputados y senadores catalanes de las cámaras, declarándose indiferente hacia la forma de Estado, monárquica o republicana. Entonces Romanones animó la elaboración de un proyecto de estatuto, bajo la supervisión de Maura, pero la mancomunidad de Cataluña también tenía el suyo, con competencias más amplias. Los representantes catalanes retornaron, pero el proyecto de la mancomunidad no fue aceptado y aquéllos propusieron hacer un plebiscito en Cataluña, que al final no se hizo, en medio de una fuerte conflictividad social.
La crisis económica de postguerra y el recrudecimiento de la conflictividad social.
Pasada la guerra, la industria textil algodonera ya no vendía igual y 120.000 obreros quedaron en el paro. El banco de Tarrasa registró fuertes pérdidas en 1920.
En junio-julio de 1918 se celebró el congreso anarquista en la barcelonesa Sans, que defendió el apoliticismo o rechazo de la vida parlamentaria al uso, el sindicato único de trabajadores y la acción directa, interpretada por Ángel Pestaña como negociación directa con los patronos. A fines de 1918, la CNT contaba con 345.000 afiliados.
En febrero de 1919 la rebaja de salarios y los despidos de la empresa eléctrica La Canadiense ocasionó una huelga que se extendió al textil, la electricidad y el ferrocarril del área barcelonesa, durante cuarenta y cuatro días, lográndose la jornada laboral de ocho horas sin violencias.
En la huelga del 24 de marzo se pidió la libertad de los presos políticos. El anarquismo fue duramente reprimido. Muchos patronos cerraron sus empresas y la Confederación Patronal Española no cumplió muchos de los acuerdos alcanzados por la Comisión Mixta de Trabajo.
Se ha hablado del Trienio bolchevique de España (1918-20), a partir de los pioneros estudios de Juan Díaz del Moral sobre Córdoba, con fuertes movilizaciones de trabajadores agrícolas en La Mancha, Extremadura y Andalucía. En 1919 se ocuparon tierras para su reparto entre los campesinos al grito de la tierra para quien la trabaja, se quemaron cosechas y se tomaron ayuntamientos. Paralelamente, Blas Infante enunciaría el andalucismo en Córdoba.
En 1921 se formó el Partido Comunista de España (PCE), de una escisión de las Juventudes del PSOE, con figuras como Dolores Ibárruri la Pasionaria, favorables a integrarse en la Internacional Comunista de Lenin y abandonar posturas gradualistas o socialdemócratas. Una década después, sus militantes apenas eran un millar, ganando importancia social y política en los años venideros.
El pistolerismo y la violencia en las calles.
Entre 1917 y 1923 se sufrieron verdaderos años de plomo, especialmente en la Ciudad Condal, que vivió una etapa tenebrosa en palabras de más de un coetáneo. En una Europa con demasiados soldados sin ocupación y habituados al riesgo del combate (como también se vio en la Alemania de postguerra), hubo un exceso de pistoleros dispuestos a ofrecer sus servicios. En Barcelona, el alemán barón de Köening (espía durante la guerra y estafador en casinos) se convirtió en el alma de la banda negra de setenta matones del comisario Bravo Portillo.
Algunos empresarios contrataron tales pistoleros contra sindicalistas. Ángel Pestaña y Salvador Seguí se opusieron a la violencia pistolera contra los mismos empresarios, a asimilar acción directa con al asesinato, pero no lograron evitar las represalias, intensificándose el clima violento, propio del gansterismo de ciudades de Estados Unidos como el Chicago de Al Capone.
Barcelona era un ciudad sin orden, en la que el gobernador civil, el general Severiano Martínez Anido, aplicó cruelmente entre noviembre de 1920 y octubre de 1922 la ley de fugas, que permitía disparar a alguien que no obedeciera el alto de un agente de la autoridad. En la práctica, según se denunció en Luces de bohemia, era un subterfugio para matar impunemente, al hacer correr al detenido para abrir fuego. Los industriales propusieron a Martínez Anido como hijo adoptivo de la ciudad y le tributaron una cariñosa despedida en el hotel Ritz.
El 8 de marzo de 1921 cayó asesinado por tres pistoleros anarquistas el presidente Dato y el 10 de marzo de 1923 el asesinado fue Salvador Seguí, el noi del sucre. La oleada de violencia costó la vida a más de 200 personas en Barcelona.
La puntilla del desastre de Annual.
Mientras tanto, la guerra proseguía en el Norte de Marruecos, donde entre los resistentes se había consolidado la jefatura de Abd el-Krim, hijo de un notable local que había estudiado en la universidad de Salamanca y servido en la administración colonial española. Su encarcelamiento por instigación francesa, acusado de servir secretamente a los alemanes, llevó a su ruptura con los españoles.
Desoyendo las advertencias de su superior el general Berenguer, que estaba logrando buenos resultados militares, el general Manuel Fernández Silvestre realizó un avance temerario de Melilla a la bahía de Alhucemas, que el 9 de agosto de 1921 terminó del todo en el terrible desastre de Annual, que costó la vida a 9.454 españoles y 2.500 aliados marroquíes. El ejército español fue cercado y privado de agua. El propio Fernández Silvestre, del que no se encontró el cadáver, fue presa del pánico y los soldados se retiraron en un desorden sorprendente, bien aprovechado por los de Abd el-Krim, que llegó a proclamar una república del Rif. Los que se rendían fueron ferozmente mutilados, extendiendo la fama de temibles de los moros, que llegaría a su culmen durante la Guerra Civil.
En el mismo mes de agosto Maura presidió un gobierno de concentración, en el que algunos de sus miembros fueron partidarios de abandonar el Norte marroquí. A duras penas duró aquel gobierno hasta marzo de 1922. Para depurar responsabilidades, el ministerio de la Guerra había encargado investigar las razones del desastre al general Juan Picasso.
El famoso expediente Picasso, voluminoso y detallista, señaló numerosos errores y negligencias. Se rumoreó que Alfonso XIII había animado al propio Fernández Silvestre a avanzar, con el telegrama Ole los hombres, en vísperas de la festividad de Santiago Apóstol. La figura del rey se encontraba cada vez más desacreditada y ante la posibilidad que el informe se debatiera en las Cortes, el capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923 para evitar ciertas consecuencias.
Para saber más.
María Rosa de Madariaga, Abd el-Krim el Jatabi. La lucha por la independencia, Madrid, 2009.
Jorge Díaz, Cartas a Palacio, Barcelona, 2014.
Fernando García Sanz, España en la Gran Guerra. Espías, diplomáticos y traficantes, Barcelona, 2014.
Gustau Nerín, La última selva de España. Antropófagos, misioneros y guardias civiles. Crónica de la conquista de los fang de la Guinea Española, 1914-1930, Barcelona, 2010.
Laura Spinney, El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo, Barcelona, 2018.
Javier Tusell y Genoveva García Queipo de Llano, Alfonso XIII. El rey polémico, Madrid, 2002.