LA GRAN BATALLA POR SEVILLA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
Fernando III, que se consideró el alférez de Santiago Apóstol, obtuvo un éxito resonante con la conquista de Sevilla. Pocos reyes de la Cristiandad del siglo XIII se alzaron con semejante triunfo, pues se trataba de la principal ciudad de Al-Ándalus y una de las capitales del imperio almohade, con una animada vida comercial. El califa Abu Yaqub Yusuf, que había sido su gobernador entre el 1156 y el 1163, la fortaleció por el lado del río, cuyas murallas padecían el deterioro causado por las crecidas del Guadalquivir. Ordenó tender un puente de barcas de Triana a la parte central de Sevilla y aseguró el aprovisionamiento de agua desde Alcalá de Guadaira a través de un acueducto. Su gran mezquita alcanzaría mayor relevancia histórica a partir de 1172. Cuando los cruzados iban perdiendo posiciones en Tierra Santa y llegaron a cifrar no pocas de sus esperanzas en la irrupción de los ejércitos de los mongoles, don Fernando agradeció a Dios la conquista de semejante metrópoli de casi seis mil metros de muralla y ciento sesenta y seis torres, al modo de cómo lo haría Jaime I con la de Valencia.
Cuando el 8 de noviembre de 1246 murió doña Berenguela de Castilla en Burgos, su hijo don Fernando se encontraba en la frontera. La ausencia de su gran valedora dejaba al gobierno real sin una experta gobernadora. Fernando III, no obstante, decidió no regresar a ultrapuertos para no verse atrapado en una batalla de pleitos como administrador de la justicia, y optó por combatir a los abatidos musulmanes, capaces de rehacerse y de reabastecerse en poco tiempo. De Córdoba pasó a Jaén, donde se entrevistó con el burgalés Ramón de Bonifaz para que aparejara en diferentes puntos de la cornisa cantábrica una flota de galeras y naves para la conquista de Sevilla. En sus buenos tiempos, el imperio almohade había contado con una importante flota. En el 1162 el califa Abd al-Mumin ordenó armar unas ochenta naves en Al-Ándalus. Sin embargo, no siempre la flota almohade se condujo de manera combativa, pues en el 1189 los guerreros de la III Cruzada de los Países Bajos y del Sacro Imperio ayudaron a Sancho I de Portugal a tomar Silves, recuperada por los almohades en el 1191.
Entonces Fernando III regresó a Córdoba, donde se le unieron las fuerzas de los ricos hombres y de las órdenes militares. Encabezadas por los cordobeses, las tropas se lanzaron contra Carmona. Le pusieron sitio. Hasta allí llegaron las huestes concejiles de ciudades como León. A los asediados se les dieron seis meses de plazo para rendirse en caso de no recibir ayuda. Las fuerzas castellano-leonesas no se detuvieron y conquistaron Lora y Cantillana. El rey llegó a enfermar, pero ordenó el ataque de Alcalá del Río con máquinas de guerra hasta rendirse.
Se tuvo entonces noticias de la llegada de la flota dirigida por Bonifaz (compuesta por zambras, carracas y galeras), así como de fuerzas enemigas desde Tánger y Ceuta, con la asistencia de las de Sevilla. Fernando III mandó parte de sus huestes concejiles para reforzar los efectivos de su flota, pero como no vieron llegar a los musulmanes en el tiempo previsto retornaron a Alcalá del Río. Trece grandes naves cristianas se enfrentaron exitosamente con treinta musulmanas entonces.
Para auxiliar a sus tropas, el 15 de agosto de 1247 Fernando III pasó el Guadalquivir por el vado de las Estacas y emplazó sus posiciones en la Torre del Caño. El maestre de Santiago Pelayo Correa, con 280 caballeros, también cruzó el río y se dirigió hacia la posición de Aznalfarache. Ante el peligro de las fuerzas del gobernante musulmán de Niebla, recibió la asistencia real.
Fernando III decidió alzar su real fortificado o campamento en Tablada, donde los guerreros de Madrid se lucieron militarmente según la Estoria de España alfonsí. Los combates entre los caballeros de las órdenes y los musulmanes se sucedieron. El cerco cristiano de Sevilla se afirmaba. Para quebrantarlo, los musulmanes decidieron lanzar contra la flota cristiana una embarcación o balsa incendiaria, pero sus propósitos no tuvieron éxito. Por aquel tiempo llegó la nueva de la rendición definitiva de Carmona, carente de ayuda.
En consonancia, los cristianos estrecharon la presión sobre Sevilla. La toma de los arrabales, como el de la Macarena, fue su siguiente objetivo. Fernando III desplazó su posición de Tablada hasta las cercanías de la ciudad. La llegada del primogénito don Alfonso desde el Levante con sus fuerzas y otras destacadas por Jaime I de Aragón fue celebrada.
Los combates caballerescos prosiguieron y los almogávares cristianos asolaron la campiña sevillana para inducir a la rendición. El 3 de mayo de 1248 se llevó a cabo el ataque de dos gruesas y reforzadas naves cristianas del Norte (coronadas por cruces como símbolo de la fortaleza de su fe) contra el puente de barcas encadenadas que unía Triana con el núcleo de la ciudad. A medida que iban avanzando por el Guadalquivir, los defensores de Sevilla les lanzaron proyectiles desde puntos como la Torre del Oro. Una de las naves fracasó en su empeño, pero la otra logró destrozar el puente.
Los cristianos atacaron Triana, cuyas defensas acometieron con minas. Los musulmanes de Sevilla vieron su causa perdida y tantearon distintas posibilidades de capitulación o de pleitesía con el monarca castellano. Al principio le ofrecieron el dominio del alcázar y de las rentas del sultán en la ciudad, pero Fernando III solo se conformó con la entrega de Sevilla. La gran batalla anfibia había sido muy costosa tanto por la movilización de recursos como por el tiempo transcurrido. Los cristianos tuvieron que padecer un verano tórrido con vientos cálidos. Los musulmanes debieron abandonar la ciudad, cuyas llaves fueron entregadas a Fernando III el 23 de noviembre de 1248. Un mes después haría su entrada en Sevilla, de la que haría una emocionada mención el gran Ibn Jaldún, descendiente de sevillanos. Otras gentes vendrían a poblar la gran metrópoli del Guadalquivir, que comenzaba un nuevo capítulo de su dilatada Historia.
Víctor Manuel Galán Tendero.