LA FRONTERA DE CALATRAVA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
En el año 1085 Alfonso VI se hizo con el control de Toledo, lo que favoreció enormemente el paso de las huestes hispano-cristianas por los caminos de Al-Ándalus. Se abría a su expansión el territorio de la submeseta Sur, que en parte se convertiría en Castilla la Nueva con el paso de los años. Esta verdadera explanada de la Península, como muy bien ha sido descrita, se encontraba surcada por la vía axil andalusí al decir de Leopoldo Torres Balbás, la que desde Córdoba pasaba por Calatrava la Vieja, Toledo y Guadalajara antes de alcanzar Zaragoza.
Ubicada a la izquierda del valle medio del Guadiana, en una verdadera península fluvial, se alzaba la romana Turres, citada en el Itinerario antonino del siglo III como etapa del camino entre Mérida y Zaragoza por Almadén. Los musulmanes la convirtieron a partir del 785 en Qalat Rabah, la Calatrava la Vieja de los cristianos. El poder cordobés juzgó la posición de enorme utilidad para controlar a los díscolos toledanos. Llegó a disponer de un alcázar, una medina con murallas dotadas de torres pentagonales, albarranas y corachas, además de dos puertas acodadas. En uno de sus arrabales se han encontrado vestigios de una mezquita.
La ofensiva almorávide no consiguió al final quebrantar el expansionismo cristiano. La Crónica de Alfonso VII se complace en referir varias de las acciones de las fuerzas toledanas, como la del cónsul o potestad de Toledo don Rodrigo González de Lara, verdadero jefe de la frontera que llegó a saquear el territorio sevillano. Junto a la caballería, dispuso de una infantería ligera compuesta por arqueros y honderos. En la formación de combate, colocó en vanguardia a las huestes concejiles abulenses, a las segovianas en medio y en la retaguardia a las toledanas y a las de las gentes de la Trasierra castellana. En el 1138 las huestes de la frontera toledana intervinieron igualmente en la campaña de Alfonso VII contra Jaén, Baeza, Úbeda y Andújar. Ya se apuntaba contra las ciudades andalusíes del valle del Guadalquivir. En la campaña del 1144 los toledanos alcanzaron junto a otros fieles del emperador don Alfonso Córdoba, Sevilla, Baeza, Úbeda y Almería. Retornaron a Toledo por la estratégica Calatrava la Vieja.
En el 1147, el año de la toma de Almería, otorgó su mezquita mayor con sus bienes a la mitra de Toledo y el de la plaza y su territorio a los caballeros templarios, la boyante orden militar alabada por el cisterciense Bernardo de Claraval en los días de la II Cruzada. La aureola de aquellos caballeros había deslumbrado a reyes como Alfonso I de Aragón, que en su testamento del 1131 les había dejado sus dominios junto a otras órdenes militares. El conde de Barcelona Ramón Berenguer III solicitó en su lecho de muerte aquel mismo año incorporarse al Temple.
El derrumbamiento de Al-Ándalus de momento no se verificó. Los almohades, que habían vencido a los almorávides en el África del Norte, desembarcaron en la Península. Reconquistaron en el 1157 Almería, derrota de resultas de la cual moriría Alfonso VII (sepultado en Toledo), y contuvieron la expansión cristiana. A la muerte del que se hiciera llamar emperador de Hispania, Castilla pasó a su hijo Sancho III y a su otro hijo Fernando II León.
La división de los dominios de Alfonso VII coincidió, pues, con la progresión de los almohades. Según el célebre relato del arzobispo de Toledo (de origen navarro) don Rodrigo Jiménez de Rada, validado en líneas generales por el historiador de las órdenes militares Francisco de Rades en 1572, los templarios resignaron la posesión de Calatrava la Vieja, algo que ha llamado la atención. Se ha sostenido que el compromiso de los templarios no era fácil de lograr en los términos deseados por ciertos monarcas. El Temple intervino finalmente en la expansión de catalanes y aragoneses tras la concordia de Gerona (1143), por la que recibieron los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolins y Cobins. En 1153 recibieron de Ramón Berenguer IV la fortaleza de Miravet.
Carlos de Ayala ha contrapuesto el internacionalismo de Alfonso VII con el castellanismo de su hijo Sancho III, deseoso de asentar su reino sobre bases más propias. Según el relato tradicional, el único que se quiso encargar de la defensa de Calatrava la Vieja fue el abad don Raimundo de Santa María de Fitero, monasterio navarro de la orden cisterciense, auxiliado por fray Diego Velázquez de La Bureba. En enero de 1158 le fue concedida la posición y desde Santa María de Fitero trajo pobladores.
Este otorgamiento hemos de entenderlo dentro de la política de afirmación señorial de Sancho III sobre otros monarcas hispano-cristianos, pues en febrero de 1158 suscribiría el acuerdo de Serón de Nágima, en tierras sorianas, con Sancho VI de Navarra y Ramón Berenguer IV. Apaciguó sus fronteras por aquel lado y consiguió cierto apoyo de navarros y aragoneses. No es casual que en la donación al abad don Raimundo figuren en calidad de confirmantes Sancho VI junto a potentados de la frontera castellano-navarra como el alférez del rey castellano y señor de Vizcaya don Lope Díaz de Haro, el conde don Vela de Navarra o el señor de los Cameros don Pedro Jiménez de Logroño. Con la fuerza que le dio el acuerdo de Serón de Nágima pudo alcanzar con su hermano Fernando II de León en mayo de aquel mismo 1158 el tratado de Sahagún. En caso de morir antes uno de los dos hermanos, el otro heredaría su reino. La Vía de la Plata serviría de línea divisoria entre las conquistas andalusíes de castellanos y leoneses. La muerte de Sancho III frustró el entendimiento castellano-leonés, pues su hijo Alfonso VIII sería proclamado rey de Castilla, iniciando un intenso y trascendental reinado, también de gran importancia para Calatrava.
A la defensa de la posición, sostenida con donaciones desde Toledo, acudieron distintos caballeros. Cuando murió el abad don Raimundo, aquéllos escogieron un maestre, don frey García (quizá también de raíces navarras) y tomaron sus propios clérigos, pues no deseaban estar bajo la autoridad de otro abad del Císter, según Francisco de Rades. El Papa Alejandro III lo aprobó por bula del 1164. La fundación calatrava se orientaba por una vía distinta de la inicial: los monjes aguerridos eran relegados por los caballeros freiles. Los monjes cistercienses se acogieron entonces a la villa de Ciruelos y pleitearon por Calatrava la Vieja y su territorio. La concordia se alcanzaría cuando el maestre y los caballeros les concedieron los términos de San Pedro de Gumiel, en el obispado de Osma.
La orden también se interesó por acrecentar su dominio en otros puntos del territorio peninsular, más allá del área de Calatrava. Secundó la política expansiva de Alfonso VIII de Castilla, atenta a la conquista de Cuenca, y recibió en el 1174 del monarca Zorita de los Canes, cercana a la antigua Recópolis de los visigodos. En esta área geográfica doña Sancha Martínez les concedió los núcleos de Vallaga, Almonacid, Huebra y Aldea Nueva. Tomaron también parte en las campañas de Alfonso II de Aragón, que les entregó en el 1179 la plaza de Alcañiz, en un estratégico corredor geográfico. Abenójar, en la provincia actual de Ciudad Real, la lograron en el 1183.
Los caballeros calatravos emprendieron, a la par, cabalgadas o expediciones de saqueo contra los musulmanes. En una, doscientos caballeros pasaron el puerto del Muradal y tomaron el castillo del Ferral, el Hisn el Iqab de las crónicas árabes, en la Sierra Morena. Los musulmanes enviaron fuerzas desde Úbeda y Baeza para recuperar la posición, y desde Toledo la orden recibió la asistencia de tropas, que Francisco de Rades cifraría en unos dos mil hombres. Retuvieron tal posición y consiguieron otras, como hacia el 1170 la de Ozpipa, punto de partida de incursiones islámicas contra el Campo de Calatrava.
Este vaivén guerrero caracterizó la vida de la frontera hispánica entre cristianos y musulmanes, donde fueron habituales los apresamientos de cautivos. Cuando fuerzas islámicas tomaron el castillo de Almodóvar del Campo, el maestre Martín Pérez de Siones (originario de Tarazona) consiguió recuperarlo. Persiguió a los musulmanes hasta la Fuencaliente de Sierra Morena, donde no perdonó la vida a los prisioneros, lo que desató las iras de los caballeros calatravos al ver cómo se perdía toda ganancia en concepto de rescates, esclavización o venta. Lo depusieron y escogieron como maestre a don Diego García.
El desastre de Alarcos de 1195 resultó fatal a la orden, pues perdieron su emblemática Calatrava la Vieja y gran parte de su área. Los caballeros obedientes al rey de Castilla encontraron refugio en sus posesiones de Ciruelos, y los de Aragón llegaron a escoger su propia autoridad en Alcañiz. Fueron años de graves dificultades, coincidiendo con la pleamar almohade. De todos modos, lograron hacerse en las cercanías de Sierra Morena con el castillo de Salvatierra, pero lo perdieron en 1211, lo que dio pie a la importante campaña que culminaría en la batalla de las Navas de Tolosa.
La victoria cristiana les resultó providencial y en 1212 recuperaron Calatrava la Vieja. Sin embargo, trasladaron su sede sesenta kilómetros al Sur, al castillo de Dueñas (en términos de Aldea del Rey, actual provincia de Ciudad Real), finalmente adquirido a los herederos del mayordomo real Rodrigo Gutiérrez de Girón y cuya posesión había confirmado en 1201 Alfonso VIII. Entre 1213 y 1217 alzarían allí la fortaleza de Calatrava la Nueva, donde trabajaron muchos de sus cautivos musulmanes. La sede de la orden radicaría en este punto a partir de 1216, en vísperas de la gran expansión por tierras andaluzas y levantinas. En el siglo XIII se consolidarían sus encomiendas y se abriría paso la colonización de sus dominios de la submeseta Sur más allá de los castillos secundados a distancia por la retaguardia de casas e iglesias como la soriana San Salvador. Paulatinamente, la antigua frontera de Calatrava iba pasando a la Historia.
Víctor Manuel Galán Tendero.