LA FRÁGIL DEFENSA PÚBLICA ALTOMEDIEVAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Cuando Carlomagno fue coronado emperador en la navidad romana del año 800, sus importantes ejércitos todavía se fundamentaban sobre la idea del servicio militar de todos los hombres libres de sus dominios, una noción propia de la Antigüedad Tardía, que había compartido la vencida Hispania visigoda. Sus sucesores asistieron a su desmoronamiento a manos de las cada vez más poderosas comitivas feudales. Sin embargo, entre el 800 y el 1000 se dieron diversos intentos en la Europa carolingia para darle nueva vida.
Los conquistadores francos del Norte de Cataluña pudieron apoyarse en el Liber iudiciorum de los hispanos, que cooperaron con aquéllos en la conquista de Barcelona del 801, según lo reconoció el capitular de Carlos el Calvo del 844. En este documento, se expresó con elocuencia la misión de las autoridades y de los gobernantes de preservar el orden público. Entre el 884 y el 986, los condes de la incipiente Cataluña asumieron tal cometido, transfiriendo algunas competencias a sus vizcondes. En la Barcelona del siglo IX, los hombres libres acudían al ejército condal para defender sus derechos y posesiones al modo de los francos. También cumplían misiones de vigilancia e incursión.
Semejantes exigencias se ampliaron en la Cardona de finales del X, coincidiendo con la amenaza de Al-Mansur. Sus vecinos podían actuar contra los delincuentes. Una vez a la semana, trabajarían en la obra del castillo, punto de refugio en caso de alerta. Los cobardes serían apartados del consejo vecinal. Esta comunidad de defensa, sometida a la autoridad del vizconde, anunciaba la aparición del sometent.
La defensa y la ordenación militar fue también una regalía de los monarcas de la Francia Oriental, las tierras germánicas del mundo carolingio. Aquí también el servicio militar era consustancial a la libertad personal, asimilándose la redención a la servidumbre. Los primeros emperadores alemanes encomendaron a sus condes la conducción de las centenas o unidades tácticas de su ejército. Decenas de caballeros custodiaban los castillos imperiales de las Marcas fronterizas.
Con razón, el emperador Enrique I aprovechó la tregua con los húngaros entre el 926 y el 935 para reordenar sus fuerzas. Las dividió entre las tropas ofensivas de caballería (al modo de los comitatenses del Bajo Imperio) y las de protección fronteriza, como los limitanei. Sus campesinos soldados o agrarii milites protegieron el territorio de Sajonia. Se organizaron en agrupaciones de nueve familiares, que cultivaban los terrazgos y edificaban castillos o burgos como la plaza de armas de Brandemburgo en el 928-9.
La potenciación de la caballería los terminó degradando, al privarles de la condición de milites y arrinconarlos en la de simples rustici. Sin embargo, la degradación de este sistema real de defensa comenzó en la Italia carolingia. En Módena, Turín, Cremona, Mantua, Brescia, Verona, Luca y Pisa los potentados territoriales desplazaron a las autoridades episcopales, mandatarias en nombre del monarca, desde finales del siglo IX. Paralelamente, sus milites castri se extinguieron en tres generaciones. En consonancia, a comienzos del XI, los vasallos de los grandes linajes locales nutrieron las tropas pisanas en la guerra contra Luca.
Por tanto, la llamada revolución feudal de alrededor del año 1000 acrecentó el poder de los caballeros. La reconstrucción del orden público y militar pasó por las relaciones feudo-vasalláticas, reconocidas en tierras catalanas por los Usatges. Se alteró el primigenio servicio militar al monarca por el de la hueste feudal, por el que cada vasallo del Sacro Imperio aportaría o pagaría un contingente militar, según los acuerdos de la Dieta del siglo XII. Se reconocieron, además, limitaciones de tiempo y lugar: los caballeros alemanes que servían en Italia solo escoltarían al emperador en su viaje de coronación. La vieja idea de la defensa pública carolingia había tocado a su fin.
Para saber más.
Pierre Bonnassie, Catalunya mil anys enrera, 2 vols., Barcelona, 1979-1981.