LA FORMOSA ESPAÑOLA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Al establecerse los españoles en las Filipinas a partir de 1565, entraron en contacto con las complejidades del mundo del Asia Pacífica, con las que ya estaban más familiarizados los portugueses, que se incorporarían a la Monarquía hispánica en 1580. Emplazadas entre un Japón en guerra entre sus señores, la China Ming y los poderes musulmanes de Insulindia, recibieron la asistencia del virreinato de la Nueva España a través del puerto de Acapulco.
A finales del siglo XVI los españoles albergaron grandes planes en el Asia Oriental y se fijaron en la posición estratégica de la isla de Formosa (hoy en día el Estado de Taiwán), alcanzada por los portugueses en 1582, a 1.164 kilómetros al Norte de Manila. Poblada por gentes malayo-polinesias, se ubica frente a la costa continental china y a 2.164 al Suroeste del centro del Japón.
En 1597 el gobernador de Filipinas temió que los japoneses tomaran tierra en Formosa, donde se establecerían antes de atacar Manila. Se consideró seriamente la posibilidad en enviar una fuerza expedicionaria con la ayuda portuguesa, pero por el momento no se llevó a cabo. Japoneses y españoles tuvieron que afrontar otros compromisos político-militares.
La llegada de los holandeses a los mares de Asia trastocó seriamente la estabilidad de los dominios portugueses y amenazó la posición de las Filipinas españolas. Los galeones holandeses, con la ayuda de las embarcaciones de sus confederados borneos, llegaron a la bahía de Manila en alguna ocasión. Alcanzaron China y Japón, y en 1624 se establecieron en el Sur de Formosa, tres años después de la ruptura de la tregua de los Doce Años con España.
Los españoles reaccionaron entonces y en 1626 se establecieron en el puerto de la Santísima Trinidad, al Norte de la isla, protegido por el fuerte de San Salvador. Se prefirió evitar el choque directo con los holandeses.
Desde Cavite partió en 1627 una expedición de refuerzo de ocho naves. Sin embargo, los españoles no dieron muestras de mayor acometividad. Los holandeses los atacaron con mayor fuerza desde 1630. La necesidad de comida condujo a los españoles a penetrar hacia el interior de Formosa, donde chocaron con las comunidades nativas. Los esfuerzos de evangelización no dispensaron mayores simpatías frente a los holandeses. En tales condiciones de precariedad, los estragos de la enfermedad (como la malaria) y las inclemencias meteorológicas de los tifones mermaron las contadas fuerzas de un establecimiento muy dependiente de Manila, tan atenta a la conexión de la Nueva España.
En 1642 los holandeses conquistaron Santísima Trinidad. De la pérdida de Formosa se responsabilizó en la Manila de 1645 al alcaide y gobernador Gonzalo Portillo, aunque lo cierto es que pagó los platos rotos de un imperio demasiado extendido y comprometido.