LA FORJA DEL PODER MAMELUCO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Entregar armas a los esclavos se antojaba una pésima ocurrencia. Los griegos sólo la consideraron en contadísimas ocasiones, previa manumisión, y a los pragmáticos romanos ni se les pasó por la cabeza excepto para ofrecer combates gladiatorios. Al fin y al cabo la condición de hombre libre se acreditaba con la posesión y el manejo de las armas.
Las sociedades musulmanas, transcurridos los primeros momentos de las conquistas árabes, se inclinaron por el servicio militar de los esclavos. El sometimiento de grandes contingentes de esforzados guerreros no vinculados a los grandes linajes árabes fue de enorme utilidad para los autoritarios poderes islámicos. En el Califato de Córdoba Al-Mansur se sirvió de tropas de origen esclavo.
En el Egipto de la dinastía ayubí, de origen kurdo, los esclavos llegaron a desbancar a los amos del sultanato. El gran sucesor de Saladino fue Baibars a la larga.
Los esclavos procedían del Asia Central, donde las conquistas mongolas habían ocasionado un verdadero tráfago de gentes. Los más jóvenes y fuertes se destinaron en Egipto al ejército. Formaron unidades selectas de tropas que se distinguieron por su disciplina.
En la batalla de Mansura (1250) batieron a los cruzados, incluyendo a los caballeros de las órdenes militares. Se apuntaron otro sonado éxito en la siria Ayn Jalut contra los mongoles en 1260.
Los mamelucos fueron capaces de formar con gran eficacia para el combate. El centro de sus líneas resultaba una verdadera alcazaba flanqueada por unas alas ágiles de jinetes, bien capaces de cercar a sus rivales con gran agilidad. Sus fuerzas alcanzaron una notable fama, que todavía resonó en tiempos de Napoleón.