LA ESPAÑA REVOLUCIONARIA DE LOS REVOLUCIONARIOS FRANCESES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

13.05.2020 10:49

               

                España y Francia mantuvieron una estrecha relación en el siglo XVIII, más allá de los lazos dinásticos, fundamentada en sus intereses contra Gran Bretaña, el enemigo común. Asimismo, la cultura francesa gozó en el tiempo de las Luces de un gran prestigio en toda Europa, mientras que la imagen española no conseguIó deshacerse de la Leyenda Negra. Los ilustrados franceses criticaron con dureza aquella España, que a sus ojos representaba los males del sistema que ellos trataban de cambiar.

                El estallido y las primeras fases de la Revolución tuvieron un gran seguimiento en España, más de lo que a veces se ha supuesto. La detención y ejecución de Luis XVI anuló temporalmente la alianza hispano-francesa. Es más, ambos países entraron en guerra. La propaganda fue una destacada arma esgrimida en este enfrentamiento, pues tanto los franceses como los españoles tuvieron opiniones muy divididas, manifestadas de forma más clara y dura entre los primeros.

                El marqués de Condorcet, el prestigioso ilustrado próximo a los girondinos, escribió en 1792 un breve Aviso a los españoles, en el que empleó elementos de la Leyenda Negra. Aunque presentaba a España atenazada por el fanatismo y el atraso, confió en las posibilidades del pueblo español para acometer una revolución. En los círculos girondinos todavía se creía en derrotar a las potencias absolutistas apelando a sus gentes.

                En sus argumentos, Condorcet no dejó de halagar el orgullo propio de los españoles, a su modo. Habían sido las víctimas de unas dinastías extranjeras que habían dilapidado sus recursos en sus guerras particulares y ahogado su libertad tradicional. La prometedora España de Isabel y Fernando frustró su progreso por culpa de todo ello. Muchas de sus tesis fueron retomadas más tarde por los liberales españoles posteriores, sintomáticamente.

                En 1792, creía el autor, todavía había posibilidades para cambiar en España. Los derechos feudales no eran tan opresivos como en la antigua Francia, la nobleza no se había distanciado tanto del pueblo, el ascendiente popular impulsaba el protagonismo del clero más que la riqueza y entre el pueblo todavía se conservaba el recuerdo de las libertades perdidas, las de Aragón, Cataluña, las Montañas y Castilla.

                Tales idealizaciones le permitieron trazar y postular proyectos políticos. España podría abrazar cuanto antes el sistema de los constituyentes franceses y dotarse de sus propias instituciones parlamentarias. Así se podría conseguir el progreso y preservar las colonias americanas de las ambiciones británicas. Esta llamada amistosa también contenía parte de los argumentos de la futura intervención napoleónica en la Península. Pretensiones de liberalización y de dominio, junto a sentimientos de menosprecio y admiración, se mezclaron en aquella explosiva época con resultados dispares, llamados a tener una gran proyección en las décadas siguientes.

                Fuente.

                Avis aux Espagnols, París, 1792.