LA EMPRESA DE ÁFRICA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
Conquistado el sultanato de Granada por la nueva monarquía hispana, se planteó la posibilidad de expansionarse hacia el África del Norte, respetando los acuerdos con el rey de Portugal. El momento parecía propicio, pues los Estados islámicos de allí estaban pasando por un momento difícil, de cuestionamiento de su autoridad por grupos urbanos y tribales. Las gentes de Orán, en Tremecén, podían escoger a su gobernador pese a estar teóricamente sometidos a la autoridad superior del emir.
Fernando e Isabel intentaron alcanzar acuerdos satisfactorios con los grupos disidentes. Al judío David de Segura se le ofrecieron en 1492 unos 10.000 castellanos de oro para lograr la rendición de la portuaria Mazalquivir, estratégico punto de atraque para las armadas cercano a Orán, aunque aislado del interior y castigado por la escasez de agua. En 1505 se volvió a intentar su rendición por pleitesía.
Se ha sostenido con razón que la lucha por Nápoles con Francia canalizó las energías militares y económicas españolas fuera del Norte de África, aunque los reyes no dejaron de interesarse por la zona. La plaza de Gibraltar estaría en manos de la corona, y se fijó la atención en el límite entre Fez y Tremecén, Melilla, que en 1497 sería tomada por el duque de Medina Sidonia Juan de Guzmán. A su muerte, Isabel la Católica instó en su testamento a la prosecución de la empresa africana.
A la muerte de su yerno Felipe I, Fernando el Católico volvió a ejercer el poder en una agitada Castilla, en teoría junto a su hija doña Juana. Se consideró un buen momento para emprender nuevas conquistas en el Magreb. En el verano de 1505 cesó el comercio con Tremecén, y se aprestaron naves en las cercanas costas españolas con la vista puesta en Mazalquivir. Se encomendó el mando de la expedición al alcaide de los donceles Diego Fernández de Córdoba. Su flota se componía de treinta y cinco fustas, once naos, diez carabelas y otras diez tafurcas o naves de transporte de caballos. Se dispuso de unos 5.500 infantes. A los concejos y a los nobles se les requirió su cooperación, y cuando la infantería armada a la suiza desembarcó en Málaga, Gonzalo de Ayora ya había formado unidades de infantes.
El 10 de septiembre comenzó la conquista de Mazalquivir. Un escuadrón desembarcó para hacer frente a los oponentes musulmanes. Se logró tomar la sierra de encima de la alcazaba, mientras el alcaide de los donceles ordenó desembarcar la artillería. Al final, los defensores cedieron y los españoles conquistaron la ciudad.
El siguiente paso parecía la toma de Orán, pero saltó la idea de la conquista de la misma Jerusalén en ciertos medios políticos y eclesiásticos, como los del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Cisneros, que se mostró dispuesto a cooperar en la empresa real de África. Tales aspiraciones resurgieron con motivo de la embajada en nombre de los reyes de 1501-02 del milanés Pedro Mártir de Anglería al sultán mameluco (a la sazón molesto con los avances portugueses en el Índico), en la que intervino fray Mauro Hispano, que transmitiría los mensajes de aquel gobernante musulmán. Desde 1506 se llegó a proyectar con cierto detalle la empresa de Jerusalén, siguiéndose las indicaciones geográficas de Tierra Santa de fray Lucas de Gaitán. El dominio de Chipre, según la experiencia de las últimas cruzadas, resultaba clave para el éxito de una operación que contaría al menos con 10.000 hombres avezados a la batalla.
Tal empresa era demasiado ambiciosa, y con la ayuda de Cisneros se fue preparando la conquista de Orán, más asequible a las fuerzas españolas. Aquél llegó a reclamar parte del oro llegado de Indias para sufragarla, pues ya en 1506 se estimó que para su logro sería necesario como mínimo desplegar 200 hombres de armas de las guardias del reino, 500 jinetes de las mismas, 1.000 soldados alemanes llegados con el rey Felipe I, 300 hombres del campo de la frontera del reino de Granada, 300 servidores de artillería y 4.000 hombres de ordenanza de las capitanías destinadas en Italia. También resultarían imprescindibles al menos veinte naos de Cádiz, el Puerto de Santa María y Vizcaya, veinte fustas de Málaga y otras veinte tafurcas, además de las galeras concentradas en el puerto malagueño. La fuerza se abastecería de pan en Andalucía y gozaría del permiso de adquirir el trigo necesario en distintas partes de Castilla.
Desde 1508 se fueron trasladando de Málaga a Cartagena las armas de la expedición, cuyo mando militar asumió Pedro Navarro con el título de conde. Al final se juntaron 4.000 jinetes, 800 aventureros y 10.000 infantes, esfuerzo en el que tomaron parte concejos como el de Guadalajara. Gregorio Sánchez Doncel ha estimado que alcanzaría los noventa barcos la flota, en la que participó Juan Sebastián el Cano como armador y patrono de una nave de 200 toneles, que había servido antes bajo el Gran Capitán. Al no ser debidamente retribuido tras la toma de Orán, hipotecó la nave a unos mercaderes vasallos del duque de Saboya, que terminaron apropiándosela. Acusado entonces de entregar naves a los extranjeros y de traición, terminaría alistándose en Sevilla en la expedición de Magallanes de circunnavegación, que él culminaría.
La expedición, a la que acudió Cisneros en persona, partió de Cartagena y llegó a Mazalquivir el 17 de mayo de 1509. Al día siguiente se desembarcó en Orán, que fue acometida y bombardeada por los españoles. El asalto tuvo éxito, y los oraneses se acogieron a la alcazaba y a la mezquita. Terminaron rindiéndose. El triunfo había sido resonante, y el 23 de mayo Cisneros retornó a la Península, quizá por divergencias con Pedro Navarro. Aunque se aprobó el servicio de homicianos en Orán al modo de la frontera ibérica bajomedieval para redimir su culpa, se insistió en que los maestres de campo castigaran a los delincuentes para mantener la disciplina. Cisneros, en calidad de arzobispo de Toledo, se opuso con las armas de la erudición clásica del Renacimiento a que Orán fuera sede episcopal.
Mientras tanto, Fernando el Católico confirmó en el mando militar a Pedro Navarro, que logró tomar por asalto con ayuda de la artillería naval las ciudades de Bugía y Trípoli en enero y julio de 1510 respectivamente. Sin embargo, don García de Toledo (el primogénito del segundo duque de Alba) lo desplazó del mando, y en agosto de aquel año fue su segundo en la expedición contra la isla de Djerba o de los Gelves. Los atacantes no conservaron el orden en medio de una tierra fragosa y un calor riguroso, y encajaron un contundente fracaso, el de un sonado desastre en el que cayeron unos 4.000 españoles como el mismo don García.
En aquel año de intensas operaciones se hicieron Cortes en Monzón de los reinos aragoneses con vistas a lograr fondos para la conquista de África. Ya en el invierno de 1511, Fernando el Católico partió para Sevilla, donde entre la misma y Cádiz reunió una importante flota. Vista su voluntad de zarpar, acudieron nobles e incluso caballeros de Inglaterra. Pretendía atacar el sultanato mameluco, señor de Jerusalén, pero sus súbditos prefirieron objetivos más cercanos. Las discordias de la Santa Sede, que Francia intentó aprovechar, reabrieron la guerra por Italia en 1512.
España había conseguido importantes posiciones en el Norte de África. Tremecén se declaró su vasallo entre 1518 y 1529, así como de 1543 a 1551. La toma de Argel en 1516 por Barbarroja y la expansión del poderío otomano supusieron duros reveses para los españoles, que como ya sostuvo Braudel se sintieron más tentados por la conquista del Nuevo Mundo que por profundizar en el dominio del interior más allá de sus posiciones litorales.
Víctor Manuel Galán Tendero.