LA EMIGRACIÓN ESPAÑOLA A INDIAS POR TERRITORIOS (1493-1539). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los arbitristas y los mercantilistas achacaron a la emigración a las Américas una considerable responsabilidad en el despoblamiento de España en los siglos XVII y parte del XVIII. Nuestra carencia de brazos y de contribuyentes en comparación con otros reinos resultaría fatal para la economía y el poder español.
Hoy en día los historiadores no sostienen una postura tan pesimista, aunque no disminuyen la importancia del fenómeno migratorio, especialmente en determinados grupos de edad y en comarcas muy concretas.
Todo español tenía que pedir permiso y conseguirlo del rey para viajar a Indias. El gran Cervantes no lo logró, quizá para fortuna de la literatura universal. Haciendo honor a los usos legales hispánicos, las peticiones y su resolución fueron cuidadosamente archivadas. Su estudio entre 1493 y 1539, el momento cumbre de la Conquista, fue estudiado hace años por Boyd-Bowman, y sus conclusiones todavía son válidas.
La emigración fue cosa de la Corona de Castilla fundamentalmente, pues de los 17.992 embarcados legalmente un 96 % eran castellanos. En el siglo XVIII acrecentarían su peso las gentes originarias de la antigua Corona de Aragón. Para una población global estimada en unos 4.698.000 habitantes representaba una merma del 0´4% en una época de expansión a nivel general. La emigración no entrañó ningún trastorno grave.
Dentro de la extensa Corona de Castilla no todos sus componentes aportaron lo mismo. El reino de Sevilla (que también incluía las modernas Cádiz y Huelva) sobresalió con 4.866 personas al ser donde se ubicaban las autoridades mercantiles indianas, como la Casa de la Contratación, y punto de partida y de llegada de las naves de Indias. Le seguía la actual Extremadura con 2.925.
La emigración a Indias recorrió la veterana Vía de la Plata a lomos de motivos comerciales y de prestigio social, como los que movieron a los inquietos extremeños que antes participaron en los combates de bandos. Se proyectó hacia las grandes áreas urbanas de Toledo (958 personas), Valladolid (954) y Burgos (623).
El fenómeno perdió intensidad hacia la cornisa cantábrica y hacia la Castilla del Este. En el todavía poco poblado reino de Murcia sólo se registraron 151 personas, el 0´2% de su población, superados en número incluso por los 304 valencianos.
Claro que la emigración no sólo fue cuestión de cantidad, sino también de calidad, y entre los 778 vascongados encontramos gente de fuste.
El asentamiento en América creó redes de solidaridad regional y familiar, de naturaleza, que también actuaron de efecto llamada sobre los familiares jóvenes que todavía permanecían en la Península, acrecentando con ello el peso de determinadas regiones en la emigración. La tasa de masculinidad de los indianos fue considerable, convirtiéndose en frecuente que un tío llamara a uno de sus sobrinos. Otra consecuencia sería el mestizaje. Pero esa es otra historia.
Para saber más.
Guillermo Céspedes del Castillo, América hispánica (1492-1898), Tomo VI de la Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de Lara, Barcelona, 1988.