LA DISIDENCIA RELIGIOSA DE LOS HERMANOS DE DURANGO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La religiosidad de la Europa medieval ha atraído fuertemente la curiosa atención de las personas de nuestra época. Posiblemente, a nivel popular, la novela El nombre de la rosa del gran Umberto Eco, llevada a la gran pantalla y más recientemente a la televisión, constituye el ejemplo más claro. Más allá de las complejidades teológicas y sutilezas filosóficas, ha interesado el seguimiento de los grupos disidentes, los llamados herejes, en conexión con los problemas sociales de su tiempo. El papel desempeñado por las mujeres en estos grupos también ha atraído la atención de la moderna investigación.
Las viudas de los caballeros cruzados conformaron en la Europa de la Plena Edad Media grupos de vida religiosa, según unas normas de simplicidad que fueron entroncando con los ideales de los franciscanos. Tal fue el origen de las beguinas, no siempre bien vistas por las autoridades civiles y religiosas.
En conexión con estos círculos encontramos a la religiosa Margarita Porete, cuyo Espejo de simples almas fue condenado en el Concilio de Vienne (1311-12). Defendía que el alma debía dejarlo todo, incluso la razón, para seguir a Dios, que estaba dentro de las mismas personas, en sus almas. No se debía atender al honor, al cielo o al infierno, dentro de esta particular mística neoplatónica que pretendía pasar de la Iglesia pequeña de la razón a la grande del alma. Escrito en francés de la Picardía, y no en latín, la obra tuvo una difusión que no agradó a las autoridades eclesiásticas, que se consideraron preteridas por sus planteamientos.
Sin embargo, las beguinas o beatas posteriores no se inclinaron por posturas en principio heterodoxas. En 1439 se estableció en beaterio de terciarias franciscanas de Santiago en la localidad vizcaína de Durango. Mujeres viudas o que no pudieron acceder al matrimonio por cuestiones de fortuna familiar, cuando el mayorazgo comenzaba a difundirse en aquellas tierras, lo conformaron, viviendo de su trabajo y de las limosnas.
Con todo, allí emergió el movimiento de los hermanos de Durango, en el que descolló el franciscano fray Alonso de Mella, nacido en Zamora. Se tuvo que enfrentar en 1434 a un juicio por proposiciones heréticas y en 1442 se alzó para dominar la villa de Durango por la fuerza. Al fracasar, tuvo que escapar a la Granada musulmana.
Se han resaltado los problemas sociales de la Vizcaya de la época y su conexión mercantil y humana con los Países Bajos, área de intensa inquietud espiritual, para explicar su eclosión. Más compleja ha sido la definición doctrinal del movimiento de los hermanos de Durango. Se ha visto la influencia de Joaquín da Fiore en el pensamiento de fray Alonso, que pretendía revelar el definitivo mensaje de Dios, el del Final de los Tiempos.
Según la Summa utilissima errorum, de principios del siglo XVI, defendían los hermanos que el ser humano era impecable de por sí y carecía de sentido perseverar en la Gracia. No convenía, por tanto, ayunar u orar al estar sometida la sensualidad al espíritu y a la razón. El cumplimento de los preceptos de la Iglesia quedaba muy relativizado, casi impugnado. La idea de caridad se ampliaba a lo sexual. En la vida presente se podía alcanzar la beatitud según el grado de perfección, con lo que el alma no requería de la luz de la Gloria para ver a Dios. En consecuencia, tal persona espiritual era hija de Dios.
Algunos especialistas han visto la ligazón entre los hermanos de Durango y los posteriores alumbrados. Lo cierto es que, con independencia de ciertas dudas que nos puedan suscitar, aspiraron a una religiosidad más auténtica, más allá de los caminos más trillados, aprovechando la inquietud de varias personas en un momento de cambio social. A su modo, expresaron un anhelo muy extendido en la Europa de finales de la Edad Media.
Bibliografía.
Aranzadi, J., Milenarismo vasco. Edad de Oro, etnia y nativismo, Madrid, 1981.
López Rojo, M., “Los herejes de Durango (s. XV)”, Estudios de Deusto, 24, 1976.
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