LA DIPLOMACIA ESPAÑOLA DEL TRIENIO LIBERAL Y LA EMANCIPACIÓN HISPANOAMERICANA.

16.01.2019 16:20

                La independencia de Hispanoamérica saltó a la palestra internacional de la época de la Restauración. Sus riquezas habían sido codiciadas por las potencias rivales de España desde hacía mucho tiempo, y toda rebelión podía favorecerlas. Sin embargo, las revoluciones ponían en cuestión el orden establecido, algo que amargamente conocían las monarquías que se habían enfrentado a Napoleón. España podía invocar su ayuda, pero no esperar una cooperación sincera para enfrentarse con sus problemas hispanoamericanos.

                Durante el Trienio Liberal las cosas se complicaron. La aplicación de la Constitución de 1812 en América fue problemática: no siempre se hizo con decisión plena y levantó rechazo entre las fuerzas conservadoras ligadas al régimen colonial. El régimen liberal español fue visto como un peligro por las grandes potencias de la Restauración. Además, el presidente de los expansivos Estados Unidos se declaró a favor de enviar ministros plenipotenciarios a las emergentes repúblicas hispanoamericanas, un verdadero reconocimiento de su independencia.

                Aquello cayó como una bomba a los españoles, que consideraron que desfiguraba el estado de las provincias de América en rebelión. El 29 de mayo de 1822 se pensó que otras potencias seguirían los mismos pasos de Estados Unidos, cuando Venezuela hacía esfuerzos para ser reconocida.

                La diplomacia española se empleó en convencer de sus razones a las pequeñas cortes de Alemania y a Prusia, cuya conducta no parecía acorde con los sacrificios hechos por España en su favor contra Napoleón. Se pensaba que prefería el cese de hostilidades y el reconocimiento de los gobiernos hispanoamericanos para favorecer su comercio. El paso estadounidense quizá hubiera sido intempestivo, pero necesario para muchos. Curiosamente, liberales como Martínez de la Rosa se quejaron de los falsos principios de filantropía abrazados por potencias como Prusia para reconocer la emancipación.

                En el otoño de 1822, cuando se reunió el congreso de Verona, la posición de los liberales españoles en Europa fue todavía más expuesta. Los esfuerzos de diplomáticos como Joaquín Zamorano en Prusia no habían dado fruto. Gran Bretaña albergaba la intención de reconocer la independencia de las repúblicas hispanoamericanas también para alentar sus negocios. Francia insinuaba hacerse con el dominio de algún territorio aprovechando su próxima invasión o bien lograr un estatus comercial privilegiado. En aquel ambiente ciertamente tenso, los británicos temieron que los franceses atacaran la Gran Colombia. Por su parte, los franceses sospecharon que el gobierno de Buenos Aires ofreciera dinero a los liberales españoles para luchar contra ellos a cambio de concesiones políticas.  

                Lo cierto es que los liberales españoles no pudieron evitar su derrota en 1823, como tampoco habían logrado ganar para su causa legitimista en América a otras potencias europeas. Los absolutistas que los siguieron en el gobierno no tuvieron más éxito, pues su propuesta de diciembre de 1823 de reunir una conferencia en París para la pacificación de América no fue considerada. Bajo la invocación de la Santa Alianza, se pretendía invitar a cooperar al respecto a las distintas potencias europeas, preocupadas por el gobierno de Hispanoamérica, entendiendo que las turbulencias habían dado pie a relaciones comerciales.  Claro que algunas tan significativas como Gran Bretaña ya no tenían ninguna necesidad de pasar por el frágil gobierno español para cumplir sus designios. El apoyo a la iniciativa del zar Alejandro I sirvió ya de poco.

                Fuentes.

                Archivo General de Indias. Estado 90, N. 76.

                Víctor Manuel Galán Tendero.