LA DIFÍCIL RECONCILIACIÓN ENTRE EL CID Y ALFONSO VI. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La Historia de España está llena de personalidades enérgicas, que a veces chocaron con apasionamiento en medio de las peores circunstancias. Tal fue el caso de Rodrigo Díaz de Vivar y de Alfonso VI de León y Castilla una vez que las fuerzas de los almorávides habían desembarcado en la península Ibérica para extender su dilatado imperio.
En el 1089 la asistencia a la posición del castillo de Aledo dio pie al segundo destierro del Cid, al que Alfonso VI responsabilizó de no acudir a su llamamiento. Las cosas, no obstante, no mejoraron para el monarca en los años siguientes. En la primavera del 1091, intentó retener sin éxito Granada bajo su férula, una vez destronado su gobernante por los almorávides. En el verano no le iría mejor al bravo Álvar Fáñez, que también sería vencido por aquéllos en Almodóvar del Río.
En tal situación, la reina doña Constanza y algunos de sus consejeros enviaron carta a Rodrigo Díaz de Vivar, que había afirmado su posición en el Este peninsular. Los monarcas musulmanes de Zaragoza y Lérida y el cristiano de Aragón se encontraban en buenas relaciones con él. Parecía el momento adecuado para la reconciliación entre el triunfante Cid y el rey don Alfonso, el conquistador de Toledo ahora en estado apurado.
A don Rodrigo, entonces a punto de tomar la fortaleza de Liria, se le invitó a sumarse a las tropas de Alfonso VI. Aceptó el Campeador. Ambos hombres se reunieron en Martos, pero no resignaron sus diferencias. Cuando el rey emplace su campamento en las alturas de Elvira, el Cid lo hará en la llanura de delante, lo que encolerizó a aquél. Para sus detractores, el orgulloso Campeador no se resignaba a ser tratado como un simple vasallo. Los gestos de desacuerdo no cedieron y la reconciliación se antojaba cada vez más lejana.
La batalla por parte de las tropas conjuntas nunca se dio y el Cid retornó a sus dominios levantinos. En la primavera del 1092 Alfonso VI intentaría acabar con su poder. Movilizó contra la ciudad de Valencia, tributaria del Cid, sus fuerzas, a las que sumó las de las armadas genovesa y pisana. El rey de Aragón y el conde de Barcelona atacaron Tortosa, al tener acuerdos con el Cid que les impedían cargar contra él directamente. La enérgica reacción de Rodrigo, que desde la Zaragoza musulmana atacó los territorios riojanos del rey de León y Castilla (donde tenían dominios sus detractores en la corte alfonsí), y el retraso de las naves de Génova y Pisa forzaron la retirada y las excusas regias. Oficialmente se le levantó el destierro al Cid tras aquella demostración de fuerza. La guerra y la negociación fueron estrechamente de la mano en la Hispania del siglo XI.