LA CULTURA MEGALÍTICA SARDA DE TORRES E HIPOGEOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El desarrollo de la metalurgia favoreció extraordinariamente el desarrollo social emprendido con la adopción de la agricultura y la ganadería. Poco a poco emergieron las sociedades estratificadas, capaces de alzar imponentes construcciones.
La cuenca mediterránea se convirtió hacia el año 1800 antes de Jesucristo en un área de activos intercambios culturales y humanos de todo género. Durante la llamada Edad del Bronce (articulada en Antiguo, Medio y Final por los arqueólogos) todo ello se manifestó de forma diáfana en la isla de Cerdeña, hogar de la cultura de las nuragas.
Hacia el 1700 antes de Jesucristo comenzaron a aparecer en la isla elementos claramente defensivos, como la torre redonda con cámara circular de Sa Korona. No sabemos a ciencia cierta si respondía a una lógica defensiva comunitaria o ya principesca, propia de un potentado que impone su dominio sobre un territorio de extensión incierta. Emana, de todos modos, del pasado insular. Paralelamente se fueron excavando en las montañas hipogeos dotados de un pozo central, a veces con carácter individual, y cuevas artificiales dotadas con galerías cubiertas megalíticas (las de la cultura de Bonnanaro). El mundo sepulcral evidencia las novedades del de los vivos, cada vez más diestros en el aprovechamiento de las vetas de cobre y cinc sardas.
En el 1250 antes de Jesucristo ya se definen con claridad las torres tronco-cónicas o las nuragas, descollando la de Sa Nuraxi-Barumini, de unos veinte metros de altura. Contaba con tres cámaras abovedadas superpuestas, cuya función no está del todo clara, y una escalera de acceso bien perfilada. Se construyeron también los primeros dólmenes funerarios. La combinación palacial-sepulcral también se dio en el mundo micénico.
En los momentos finales del Bronce se marcaron con mayor precisión los templos de pozo tallados en los roquedos. Quizá los linajes principescos de las nuragas ejercerían las ceremonias religiosas, posiblemente muy asociadas al culto a los antepasados.
Hacia el siglo X antes de la Era Cristiana los fenicios llegaron a Cerdeña por motivos comerciales, interesados como estaban en controlar las rutas hacia Occidente. Posteriormente convertidos en cartagineses, tras la caída de Tiro, se asentaron al Sur y al Oeste de la isla, apuntando hacia tierras africanas e ibéricas. Los sardos entablaron relaciones de todo tipo con ellos, implicándose Cerdeña en las rivalidades entre los púnicos, griegos y etruscos, que alcanzaron los tiempos de la República romana.
En la isla se establecieron distintos principados, considerados por algunos autores auténticas ciudades-Estado capaces de ordenar jerárquicamente sus dominios. Las nuragas ya no aparecen casi aisladas, y se erizan de bastiones que les da un aspecto más temible, bien capaz de compensar su menor altura. Asimismo, se articulan en poblados de urbanismo cada vez más complejo a modo de alcazaba. Barrios de casas de piedra con forma circular de cabaña se arracimaban alrededor de un patio. Dentro de sus murallas ya encontramos espacios abiertos que indican una preocupación por lo público, además de los edificios de carácter religioso.
Los templos de pozo y los erigidos al aire libre, fuera de las cavidades montañosas, acompañaron en esta época a las tumbas de gigante, magníficas galerías megalíticas de carácter funerario. En esta sociedad tuvieron una cálida acogida los cultos a la fertilidad, tan necesarios para la labranza, y los exvotos de agradecimiento. Las figuritas de bronce proliferaron por doquier, sobresaliendo las de guerreros que blandían su arco, propios de una sociedad que ha convertido la guerra en una forma de vida para muchos.
El desarrollo megalítico sardo también se hizo visible en la vecina Córcega. Con frecuencia se ha comparado Cerdeña con la Mallorca y Menorca megalíticas, si bien su mundo también nos remite al de la sociedad micénica de príncipes guerreros, cultos elaborados y trabajadores ya subordinados.