LA CRUZADA HISPANA DE XIMÉNEZ DE RADA. Por César Jordá Sánchez.
Mi interés sobre un hecho concreto de la historia local, la llamada "cruzada de Requena", me llevó a la lectura de un interesantísimo trabajo realizado por Carlos de Ayala y recogido en el libro titulado Fernando III, tiempo de cruzada, en el que comparte artículos con otros investigadores. Su estudio sobre la figura del rey castellano Fernando III en el contexto del enfrentamiento cruzado del siglo XIII, nos permite aclarar muchos aspectos sobre el conflicto entre el mundo islámico y el cristiano en territorio hispánico, y su directa relación con ese gran proyecto papal que fueron las cruzadas orientales. En él nos basaremos para desarrollar este artículo.
Antes de entrar en el tema conviene aclarar el significado de cruzada, pues si al escucharlo nuestra mente tiende a trasladarnos a las guerras entre cristianos y musulmanes en su pugna por dominar Tierra Santa, lo cierto es que el término se ha usado también a lo largo de la historia para referirse a otros conflictos que han enfrentado a ejércitos cristianos contra "infieles" de toda índole y localización geográfica, como los musulmanes de la península ibérica, los lituanos del Báltico, los herejes albigenses del sur de Francia, etc. En general, las cruzadas se conciben como aquellas campañas bélicas que, bajo el patrocinio de los papas y con la promesa de indulgencias o privilegios de diverso tipo, movilizaron a cristianos de diverso "pelaje" y extracción social en la lucha contra el "infiel", entre los siglos XI y XV.
Fernando III (rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252)) fue visto por los cronistas como un rey cruzado, y él mismo se debió considerar de esa manera. El propio papa Honorio III, su coetáneo, concedió a los que en su época se enfrentaron a los musulmanes de Al- Ándalus, las mismas indulgencias que se daban a los que luchaban en Tierra Santa. Además, tampoco debemos olvidar que aunque su acción cruzada se centró exclusivamente en territorio hispano, cronológicamente su reinado coincidió con la Quinta, Sexta y séptima Cruzadas orientales.
Pero volviendo al solar ibérico, deberíamos recordar que el enfrentamiento con el Islam fue algo más remoto que aquella Primera Cruzada puesta en marcha Urbano III en 1095, en pos de la conquista de Jerusalén. Había nacido en el siglo VIII como una pugna básicamente territorial, pero que con el tiempo fue ganando connotaciones religiosas. Esta nueva visión del conflicto llegó a alcanzar resonancia internacional y captó el interés de los papas. Ello explica que en una fecha tan temprana como 1064, el papa Alejandro II patrocinase una cruzada internacional para arrebatar a los musulmanes la ciudad de Barbastro. El llamamiento tuvo su eco por Europa, movilizándose gran número de cruzados, sobre todo francos, que culminaron con éxito el objetivo de la conquista.
La motivación religiosa fue calando en el proceso reconquistador hispano, pues se vio como un instrumento útil para impulsarlo. En el ámbito castellano-leonés, Alfonso VI aplicó esa visión cruzada a sus guerras de conquista; y sus sucesores, en menor o mayor medida, supieron también utilizarla. Pero será con Fernando III cuando podamos hablar de un auténtico "tiempo de cruzada": con él, el avance hacia el sur musulmán se acelera, recubierto del espíritu cruzado. Según Ayala durante su reinado se pueden establecer dos etapas en función de la visión que se tiene de la cruzada. La primera abarcaría aproximadamente de 1217 a 1224 -periodo en el que Fernando es exclusivamente rey de Castilla-, siendo la cruzada una acción dirigida por el papa a través de su legado y concibiéndose como la rama occidental de un enfrentamiento global contra el Islam cuyo último objetivo sería Jerusalén; durante esta etapa Castilla está en tregua con los musulmanes, por lo que el rey no tiene protagonismo directo, quedando éste en manos de un legado pontificio. La segunda, de 1224/30 a 1252, - siendo ya Fernando III rey de Castilla y León-, supone un giro radical en el planteamiento, pues el protagonismo y la dirección pasa al monarca, y la cruzada se hispaniza, es decir, se distancia de lo que ocurre en Oriente.
La primera etapa tiene en España un protagonista, el arzobispo toledano Rodrigo Ximénez de Rada, nombrado legado pontificio en 1218. El papa, que en 1217 había puesto en marcha la Quinta Cruzada en oriente, entendía que la lucha contra los musulmanes en España era el segundo brazo de una "cruzada universal" cuyo objetivo fundamental era Tierra Santa. Era por lo tanto un proyecto que debía ser dirigido no por reyes, sino por el propio papa, cabeza de la Iglesia. Por eso mismo el pontífice debía tener su representante en tierra hispana, igual que lo tenía en la cruzada oriental.
La primera acción cruzada no se hizo esperar; su objetivo fue Cáceres, en el área de expansión leonesa, y ello tiene una explicación: Castilla, tras el enorme esfuerzo que había supuesto la batalla de las Navas de Tolosa, firmó en 1214 una tregua con los almohades, que iba a perdurar hasta 1224. Este acuerdo imposibilitaba al arzobispo de Toledo organizar una campaña hacia los territorios al sur de su jurisdicción eclesiástica, pues ésta necesariamente tendría que hacerse desde Castilla. Por eso opta por ofertar la iniciativa al rey de León, Alfonso IX, que, bajo la supervisión del legado, dirigiría la acción. Participaron en ella tropas leonesas (al parecer también algunos castellanos), órdenes militares y cruzados europeos, movilizados por las indulgencias ofrecidas por el papa.
Pese al enorme esfuerzo la cruzada fracasó, Cáceres no pudo ser conquistada, lo cual se ha intentado explicar por las condiciones climatológicas (la cruzada se puso en marcha en noviembre) y por una insuficiente financiación. Ximénez de Rada expuso al papa Honorio III este inconveniente y, al parecer, éste lo tuvo en cuenta, pues decidió destinar la mitad de la "vigésima" (impuesto que se recaudaba en los reinos hispanos para la cruzada de Tierra Santa) para las necesidades de la cruzada hispana. Ayala hace hincapié en que esta medida permite interpretar que para el papa "ambos frentes cruzados quedaban identificados en una misma empresa".
Pero el apoyo de Honorio III a la empresa cruzada del arzobispo Toledano no quedó ahí. El 15 de marzo de 1219 el papa toma varias decisiones en favor de los cruzados españoles: permite a aquellos que habían hecho voto para luchar en Tierra Santa, puedan conmutarlo "por el combate contra los moros de la península"; concede a los cruzados españoles "los mismos supuestos penitenciales de remisión de pecados" que se habían concedido anteriormente a los participantes en la cruzada oriental; otorga una nueva ayuda económica, en concreto "la mitad de las tercias diezmales de fábrica de la provincia eclesistica de oledo por tres años".
Con todos estos incentivos, Ximénez de Rada pudo poner en marcha un nuevo proyecto cruzado en el otoño de 1219, la llamada "cruzada de Requena". En este caso, la expedición - también condicionada por las treguas entre Castilla y los almohades-, entraría desde territorio aragonés. Ayala apunta acertadamente, que en este nuevo proyecto expansivo se vislumbran de forma clara intereses personales del arzobispo, en concreto el objetivo de extender hacia el este el área de control de la archidiócesis toledana, en una zona en pugna con los afanes del arzobispado tarraconense, y cuya conquista militar, según los tratados, parecía corresponder al monarca aragonés. Las pretensiones del arzobispo de Toledo habían recibido un empujón unos años antes, en 1213, cuando el papa confirmó que la diócesis segobricense (que había sido identificada con Segorbe) debía, cuando se conquistase, ser sufragánea de Toledo. Pero todo este planteamiento nos genera una duda, y es la razón por la que el monarca aragonés permitió que Ximénez de Rada iniciase el ataque desde su reino, cuando el hipotético triunfo de su campaña afectaría negativamente a los objetivos territoriales de una futura expansión hacia el sur y a los intereses de su archidiócesis.
Una hipótesis explicativa a todo esto nos encamina a los orígenes navarros del arzobispo y su relación familiar con los Azagra -también de origen navarro-, señores de Albarracín. Este señorío era por aquel entonces un territorio con un funcionamiento autónomo respecto a la corona aragonesa y sus señores tenían intereses expansivos hacia el sur. Partiendo de estos hechos podríamos plantear la posibilidad de que la conjunción de intereses por parte de Ximénez de Rada y el señor de Albarracín, propiciaran que el punto de partida de la expedición fuera no tanto el Reino de Aragón en un sentido general, sino el propio señorío de Albarracín, explicándose esta forma autónoma de actuar, por un momento de debilidad de la monarquía aragonesa, con un monarca de tan sólo once años.
Otro dato a tener en cuenta sobre ese trasfondo de intereses navarros en la cruzada sobre Requena, sería el hecho de que ese mismo año de 1219 el rey de Navarra Sancho VII moviliza a sus huestes para llevar a cabo "una campaña contra los musulmanes levantinos". Los preparativos se debieron realizar entre los meses de abril y mayo, cuando el propio pontífice dicta una serie de disposiciones en apoyo del monarca, primero ordenando al arzobispo de Toledo que facilitase la protección de su reino mientras el monarca estuviese fuera, y, seguidamente, tomando a Sancho VII y a su reino bajo su protección directa (18 de mayo de 1219). Ante la posibilidad de que el rey navarro pudiese haber participado en la campaña del arzobispo de Toledo sobre la Requena musulmana, Carlos de Ayala considera esta opción harto improbable, pues al parecer la expedición del monarca fue "muy lucrativa", cosa que no concuerda con el fracaso cosechado ante Requena. Por ello el autor piensa que es posible "que el monarca navarro protagonizara en solitario la campaña, aunque al amparo de la ofensiva cruzada del legado". Pese a todo la hipótesis no es absolutamente descartable, pues si concatenamos los hechos de" ambas cruzadas" la sucesión cronológica de acontecimientos parece adquirir cierto sentido.
Sea como fuere, lo cierto es que el 21 de septiembre la expedición cruzada entra en territorio musulmán, conquistando Sierra, Serrezuela y Mira en su avance sobre Requena, que según cuentan los Anales Toledanos sufrió un largo y duro asedio que acabó en fracaso, pues los cruzados tuvieron que retirarse el 11 de noviembre, tras haber sufrido importantes bajas.
El fiasco de esta cruzada no fue interpretado de esa manera por el arzobispo, sino que destacó la toma de los tres castillos como un logro importante. Ante el papa reclamó más ayuda económica para retomar la lucha, objetivo que de nuevo consiguió , pues el pontífice le volvió a entregar lo recaudado en el impuesto de la vigésima durante tres años, aunque no mucho tiempo después la concesión fue retirada, por motivos no demasiado claros.
En febrero de 1221 el papa concedió otra bula a los cruzados hispanos que participasen en la nueva cruzada que se preparaba sobre Cáceres, objetivo que de nuevo acabó en fracaso.
En 1224, el rey castellano Fernando III, consciente de la decadencia del imperio almohade y de la recuperación de Castilla, decide romper las treguas firmadas diez años antes. Se abren así las puertas al mayor avance de la Reconquista, que llevará a los castellanos a extenderse por todo el valle del Guadalquivir, las tierras murcianas y a delimitar las fronteras con el naciente Reino de Valencia. Fernando III, que será conocido como el Santo, buscará remarcar el carácter cruzado de estas luchas, pero estableciendo, al mismo tiempo, una clara diferenciación en cuanto a la iniciativa y a la dirección de estas gestas, pues ya no va a ser el pontífice el que las promueva y establezca su representante (legado) para que las encabece en su nombre, sino que será el propio rey quien las lidere.
Este cambio lo explica claramente Carlos de Ayala cuando dice que el objetivo de Fernando III frente a los musulmanes es "su destrucción como efecto necesario de la voluntad de Dios, directamente transmitida al rey y por él instrumentalmente encarnada". Al distanciarse del papa, la cruzada adquirirá un carácter marcadamente hispano.