LA CONFEDERACIÓN IMPERIAL DE MALÍ. Por María Berenguer Planas.

28.03.2015 11:03

                

                En el África subsahariana se formaron importantes Estados antes de la llegada de los europeos, que con razón los historiadores han denominado imperios pese a sus diferencias con los de otras latitudes. Uno de los famosos fue el de Malí, cuyo monarca apareció en el Atlas Catalán de 1375.

                        

                Su fama de riqueza llegó a la Cristiandad, atraída por su oro y sus secretos. Lo que ya no tuvieron tan claro los europeos coetáneos fue cómo se forjó.

                A la caída del imperio de Ghana los grupos gentilicios mandingas del Alto Níger se mostraron muy activos en calidad de mercaderes y de guerreros, colisionando a veces entre sí. Muchos emprendieron el camino de la costa atlántica. De este magma podían haber surgido distintas opciones políticas.

                Sin embargo, sus principales clanes terminaron obedeciendo a un jefe carismático, Suniata Keyta, al igual que Gengis Kan hizo lo propio con los pueblos mongoles en el interior de Asia. En 1235 alcanzó una importante victoria en Kirina frente al poder sosso, aniquilado de hecho. Pronto se cantaron canciones en su honor, componiendo una verdadera epopeya.

                Entre sus sucesores el más destacado fue Mansa Musa I (1307-1332), con el que la islamización realizó un progreso más que notorio. Peregrinó a La Meca en 1325, entrando en contacto con sabios musulmanes en Egipto, y convirtió Tomboctú en su principal metrópolis.

                A Malí afluyeron las caravanas procedentes del África del Norte en busca del oro, la cola y el aceite de palma. El Níger trazó su principal arteria comercial interior. Sus soberanos llegaron a dominar de una manera u otra un territorio que cubría una parte muy importante del Sudán Occidental, cultivándose en varias de sus regiones el arroz, el mijo, las alubias y otras leguminosas, además de practicarse una activa ganadería.

                En la cúspide se encontraba un soberano rodeado de un grupo de consejeros selectos, auxiliados cada vez más por secretarios. En los primeros tiempos se escuchó la voz de una asamblea mayor.

                Bajo aquel emperador se situaron los reyes que conservaron su título al haber capitulado pacíficamente y los monarcas que tuvieron que aceptar una especie de inspector a su lado. En el fondo el imperio no era otra cosa que una confederación de poderes territoriales mejor o peor amalgamada.

                El imponente ejército con unos 100.000 guerreros que algunos les atribuyen y sus unidades de caballería selecta no detuvieron el proceso de disolución imperial, atendiendo a autoridades locales apuntadas. Los movimientos hostiles de los tuaregs en el Sáhara les privaron de muchas bazas comerciales, al igual que la irrupción de los portugueses en el litoral atlántico. La gran expedición marroquí contra Tombuctú en 1591 afectó a un imperio en disolución, cuya agonía se prolongó hasta principios del siglo XVII.