LA BRUJERÍA, ¿COSA DE MUJERES? Por Víctor Manuel Galán Tendero.

                La representación, quizá, más icónica de una bruja para nuestra sociedad ha sido la de una mujer mayor, tocada con un puntiagudo gorro negro, que volaba por los aires con su escoba mágica. Los inquietantes grabados de Goya inciden también en el protagonismo femenino en las artes de la brujería.

                Entre las personas acusadas de brujería en Europa y la América del Norte de los siglos XVI al XVIII, encontramos un acrecido número de mujeres, particularmente en algunos territorios:

                Distintos autores han puesto en valor la importancia de la participación femenina en los movimientos de disidencia religiosa, que ayudarían a entender las acusaciones de brujería hacia muchas mujeres, además de la práctica de formas de sanación tradicionales, consideradas diabólicas por las autoridades. Sin embargo, el cargo de herejía vinculado a la de brujería también condujo ante la Inquisición a muchos varones en Castilla, Aragón y Venecia. Además, en territorios como Finlandia, Estonia y especialmente Rusia el peso masculino fue todavía mayor.

                La obsesión por identificar brujería con condición femenina ha sido explicada por la misoginia de obras tan significativas como el Malleus Maleficarum, publicado en 1487 en Colonia, en el que se sostenía que las mujeres por sus capacidades intelectuales, su temperamento supersticioso y apetencias sexuales eran consideradas proclives a los influjos satánicos.

                Tales prejuicios se encarnizaron en muchas ocasiones con las mujeres de más de cincuenta años, según se desprende de estos datos:

                En verdad, el icono de la bruja voladora encubre muchos de los miedos y aversiones de las rígidas sociedades del Antiguo Régimen.

                Fuente.

                Brian P. Levack, La caza de brujas en la Europa moderna, Barcelona, 1997, pp. 178 y 187.