LA BATALLA POR DUNKERQUE (1658). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En 1656, España se encontraba en guerra con Francia e Inglaterra, por separado, además de combatir al independizado Portugal. En los Países Bajos, mantenía los estratégicos territorios del Sur (las modernas Bélgica y Luxemburgo en líneas generales) y había concertado la paz con las Provincias Unidas, que se había enfrentado poco antes a los ingleses. En tales dominios había acogido al príncipe Condé, contrario a la autoridad de Mazarino y Luis XIV durante la Fronda. Consumado militar y con importantes fuerzas a su servicio, el príncipe no dejó de ocasionar problemas a los gobernadores del Flandes español. Sin embargo, el valido Luis de Haro encareció a don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV, que lo tratara con la máxima deferencia durante su gobierno.
El resultado de una larga y agotadora guerra pendía de un hilo. Al no llegar con España a un acuerdo de paz favorable a sus intereses, particularmente en lo relativo al matrimonio de Luis XIV con la infanta María Teresa de Austria, Francia consideró la posibilidad de aliarse con la Inglaterra de Cromwell, la que había decapitado a Carlos I y puesto en cuestión el absolutismo real.
En guerra con los españoles, Cromwell buscó tal alianza tras el desastre de su gran Designio o conquista de las Indias españolas. No obstante, el convenio concertado en marzo de 1657 se limitó a un año. El objetivo de los coaligados sería la toma de las plazas españolas de Dunkerque, Mardyke y Gravelinas en los Países Bajos, cercanas a la costa inglesa y de gran importancia estratégica. Las dos primeras serían entregadas a los ingleses, con la condición expresa de tolerar el catolicismo en Dunkerque, y la última a los franceses. Ambos coaligados se comprometieron a no negociar por separado con España.
Los franceses aportarían 20.000 soldados y otros 6.000 los ingleses, además de su armada. En las filas de los segundos no figurarían ni irlandeses ni escoceses, por ser considerados proclives a los Estuardo. Al mariscal Turenne, junto a John Reynolds, correspondió dirigir el ataque al Flandes español. Enfrente tuvo a Condé y a don Juan José de Austria, visto entonces como una gran esperanza para la Monarquía hispana. A pesar de la difícil situación y las recomendaciones llegadas de Madrid, la relación entre ambos fue intempestiva.
Con unas fuerzas precarias, los españoles consiguieron algunos éxitos en los inicios del gobierno de don Juan José, pero la fortuna pronto cambió. En mayo de 1657, Turenne aprestó una fuerza de 24.000 soldados para atacar Cambrai como acción de diversión, en lugar de las codiciadas plazas costeras directamente. Con todo, tuvo que levantar en junio su asedio ante las fuerzas de Condé. No renunció por ello el mariscal francés a su estrategia, y en el verano de aquel año atacó Luxemburgo.
Mientras, las naves inglesas bloqueaban los puertos del Flandes español. Tal estrategia terminó por encolerizar a finales de agosto a Cromwell, que amenazó con disolver la alianza de no atacarse sin más dilación las tres plazas citadas. En vista de ello, Turenne tuvo que marchar en septiembre contra Dunkerque, mandándole Cromwell más refuerzos y artillería de asedio, aunque el mariscal francés prefirió primero atacar Mardyke.
Se tendieron trincheras entre Dunkerque y Mardyke, lográndose finalmente la rendición de su fortaleza. Optó entonces Turenne por avanzar contra Gravelinas, que no pudo ser tomada al romper sus diques los españoles. Desde Dunkerque, don Juan José de Austria intentó recuperar Mardyke con la ayuda del futuro Carlos II de Inglaterra, aliado de Felipe IV desde 1656. Guarnecida por los ingleses, sus defensas debían ser reforzadas, pero el fuego de su flota alejó a los atacantes.
El esfuerzo de los coaligados había sido importante, pero la causa española todavía se mantenía en pie. A regañadientes, Cromwell optó por renovar la alianza en marzo de 1658, insistiéndose en la conquista de la anhelada Dunkerque.
Nuevamente bloquearon por mar los ingleses los puertos de Flandes, enviando mayores refuerzos, que fueron de gran valor al no contar los españoles con fuerzas parejas para proteger sus alargadas líneas de defensa y sus numerosas plazas. En mayo, los coaligados reunieron una fuerza de 25.000 soldados. Turenne se lanzó esta vez contra Dunkerque, y ordenó tender dos líneas de atrincheramiento, una interna contra la plaza y otra externa ante posibles ataques de los ejércitos de socorro. El comandante de la plaza, el barón de Leiden, había alertado del peligro y no cejó de atacar las posiciones de los atacantes, que no pudieron avanzar según lo deseado por los terrenos arenosos y las marismas. Con todo, el mensaje del barón a don Juan José de Austria era acuciante: no podría resistir durante muchos días.
Para repeler la amenaza, don Juan José de Austria agrupó sus fuerzas en Ypres, unos 7.000 infantes y 8.000 jinetes, y marchó en junio hacia Dunkerque con parte de los mismos y sin apenas artillería para ir más rápido. Condé y otros no se mostraron muy conformes, pero lo siguieron. En las dunas al noreste de la plaza, desplegó sus fuerzas en forma de media luna hacia el mar. De derecha a izquierda de la formación se desplegaron los soldados veteranos españoles, las tropas británicas del duque de York (el hermano de Carlos II), los regimientos de valones y alemanes, y las fuerzas de los franceses de Condé.
Con 9.000 infantes y 6.000 jinetes, Turenne desplegó también su ejército. De izquierda a derecha se posicionaron las tropas inglesas (frente a los veteranos españoles), las unidades francesas y suizas, y los escuadrones de caballería. En el lado español, la caballería de Luis de Caracena tuvo que formar detrás de la infantería por los disparos de la flota inglesa.
Sus tiros se centraron en el flanco derecho español, que fue atacado por la infantería inglesa con el apoyo de escuadrones de jinetes. Se tomó la eminencia defendida por los veteranos españoles. El duque de York contraatacó con su caballería hasta dos veces, pero fue repelido en ambas. En el centro, los franceses y suizos se impusieron a valones y alemanes en reñido combate. Condé resistió en el flanco izquierdo español e incluso llegó a atacar a los franceses y suizos. Sin embargo, el hundimiento del resto de la línea de su ejército le obligó a desistir.
La llamada batalla de las Dunas del 14 de junio de 1658 resultó fatal para la causa española en los Países Bajos, y algunos historiadores la han destacado por encima de la de Rocroi, considerada tradicionalmente la del ocaso de la hegemonía de los tercios españoles en los campos europeos. Todavía aguantó Dunkerque diez días más, en los que el de Leiden cayó en una escaramuza.
El 24 de junio Luis XIV pudo entregar protocolariamente sus llaves al general inglés Lockhart, según lo pactado. En agosto cayó Gravelinas y siguió la de Ypres en septiembre. La posición española se encontraba maltrecha en los Países Bajos, tras demasiados años de guerra y agotar ingentes recursos. Tales circunstancias abrieron el camino de la firma del tratado de los Pirineos del 7 de noviembre de 1659 entre España y Francia, menos perjudicial para la primera de lo que se podía intuir. En 1662, la codiciada Dunkerque sería vendida a Francia por Carlos II por cinco millones de libras. Curioso desenlace para tantos esfuerzos.
Para saber más.
Bernard Capp, Cromwell´s Navy: the fleet and the English revolution, Oxford, 1989.