LA BAJA ANDALUCÍA AMENAZADA POR LOS ALIADOS DE CARLOS DE AUSTRIA.

12.03.2019 13:56

                La guerra de Sucesión Española fue mucho más que un combate entre casas reales. Se disputó también la hegemonía sobre el comercio ultramarino y las colonias de Europa. Francia obtuvo un notable avance con la entronización de Felipe V, pero ingleses y holandeses dejaron de lado sus rivalidades para disputarle semejante ventaja.

                Los estrategas anglo-holandeses se enfrentaron a una guerra cara y movilizaron inicialmente sus fuerzas navales contra la bahía de Cádiz. Hasta 1717 la Casa de la Contratación se emplazaría en Sevilla, pero el área gaditana era ya vital para el comercio de la Carrera de Indias. La toma y el saqueo de Cádiz aportaría grandes beneficios, callaría a los más renuentes y golpearía duramente la causa borbónica. Portugal reconsideraría su alianza con los poderes borbónicos.

                Los aliados formaron una armada de ciento cincuenta barcos, de los que veinticinco eran navíos de línea capaces de disparar muchas bombas. Se recabaron naves de comerciantes y de corsarios, según los usos de su tiempo. Según el marqués de San Felipe, tal despliegue era más para aterrorizar que para atacar la poco protegida costa española. Se encomendó el mando de la armada al duque de Ormont y el de las tropas de desembarco al príncipe de Hesse-Darmstadt, conocedor de España. Tal fuerza alcanzó la bahía gaditana el 24 de agosto de 1702.

                Las alarmas saltaron en buena parte del imperio español. El marqués de Villadarias, capitán general de las costas andaluzas, disponía en principio con solo ciento cincuenta soldados veteranos y treinta caballos. En Cádiz la guarnición militar se reducía a trescientos hombres. Desde los presidios norteafricanos se temió una oleada de ataques por parte de los enemigos musulmanes. El sultán de Marruecos no dejó pasar la oportunidad y ordenó al alcaide de Tánger que estableciera almacenes de granos y carne para las fuerzas inglesas y holandesas. Les dispensó cañones y municiones y les ofreció hasta cinco mil caballos. Parecía el sultán dispuesto a emular las acciones de gobernantes musulmanes anteriores.

                Con Felipe V ausente en Italia, la reina se hizo cargo de la situación con la ayuda de la princesa de los Ursinos y del conde de Montellano. A su llamamiento respondieron potentados como el cardenal Portocarrero y ciudades como Sevilla, pero el Almirante se excusó de acudir a Andalucía. Posteriormente abrazaría el partido de Carlos de Austria.

                A su llegada, tanto Hesse-Darmstadt como Ormont intentaron ganarse a los responsables de la defensa de la zona. El gobernador de Cádiz Escipión Brancacio no hizo caso de sus ofertas. Quinientos ingleses desembarcaron en Rota, que fue rendida por su gobernador. También cayó Puerto de Santa María. Las autoridades borbónicas pronto denunciaron las profanaciones de templos y sagradas formas (algunas oportunamente salvadas en Jerez y Cádiz), en una eficaz guerra de propaganda ideológica que se seguiría a lo largo de todo el conflicto. Los partidarios del archiduque Carlos eran unos herejes contrarios al catolicismo de los españoles. Al fin y al cabo, figuras como el marqués de Santa Cruz se habían pasado como teniente general al bando austracista.

                Los vecinos de Puerto Real llevaron sus bienes a Cádiz y derramaron todo el vino que no pudieron transportar. Andalucía se encontraba sobresaltada y las milicias urbanas que iban llegando para repeler la invasión no siempre disponían del debido armamento. De Extremadura también llegaron refuerzos. A pesar de todo, los defensores demostraron sus ganas de enfrentarse a los anglo-holandeses.

                Los atacantes se dirigieron desde Rota al castillo de Matagorda, una de las fortificaciones exteriores de Cádiz. Tendieron trincheras para conquistarlo, pero desde el mismo castillo y el fuerte del Puntal se abrió fuego, al que se sumaron las galeras de España y Francia comandadas por el conde de Hernán Núñez. Deshicieron los trabajos de asedio constantemente. En una de las acciones, hundieron a los atacantes cuatro barcos y varias lanchas, que sufrieron una gran pérdida de hombres. Al día siguiente, el asalto por tierra también fue repelido desde aquellas posiciones: cayeron unos ochocientos atacantes. Mientras tanto, para disimular su falta de efectivos, el gobernador de Cádiz ordenó encender hogueras por la noche y por el día alzar polvareda como si de un gran ejército dispusiera.

                Ante tal resistencia, los invasores se retiraron precipitadamente y los españoles lograron recuperar Rota y Santa María. En tal tesitura, el alto mando austracista decidió forzar la cadena del puerto de Cádiz, formada por vigas y dos navíos viejos echados a pique cargados de piedras. Cuando sus naves lo intentaron, fueron bombardeadas desde la plaza y sus fuertes. Ormont fue partidario de abandonar la empresa, en contra del parecer de Hesse-Darmstadt, que pretendía atacar por tierra. Los capitanes y pilotos de navíos fueron del parecer del primero, pues mantenerse en tales aguas solo con el ancla era muy arriesgado. A fines de septiembre, los anglo-holandeses se retiraron.

                La Baja Andalucía había repelido el embate austracista, que no había encontrado los apoyos sugeridos por Hesse-Darmstadt. La corte de Viena pensó que sus aliados no secundaban su causa debidamente. El regimiento de Granada se acantonó en Rota, con una serie de exenciones fiscales, para evitar nuevos sobresaltos. Sin embargo, la guerra proseguía y en el curso de la misma la corona española terminaría perdiendo Gibraltar en la estratégica área del Estrecho.

                Fuentes.

                Archivo Histórico de la Nobleza, Osuna, CT. 36, D. 16.

                Marqués de San Felipe, Comentarios de la guerra de España e historia de su rey Felipe V el Animoso, Madrid, 1957.

                Víctor Manuel Galán Tendero.