LA AMENAZA DE LAS GALERAS DEL COMÚN DE GÉNOVA A LAS DE PEDRO IV DE ARAGÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En 1369 la causa de Pedro IV de Aragón en la isla de Cerdeña pasaba por momentos bajos, por mucho que Brancaleone Doria se hubiera decantado por la misma. Las plazas de Cagliari o Càller y del Alger, junto a unos cuantos castillos de menor importancia, eran los únicos puntos que controlaba efectivamente. Su oponente el juez de Arborea lo amenazaba de forma grave y los genoveses trataron de aprovechar la ocasión para perjudicar a su rival aragonés, enfrascado además en otros compromisos político-militares.
La disputada isla, parte del reino de Córcega y Cerdeña, era presentada por Pedro IV a las Cortes catalanas como una ventaja para su seguridad, navegación, comercio y abastecimiento de cereales, algo que el Común de Génova también apreció. Se había ido dotando de una ordenación con puntos de similitud con la de su rival Venecia, con la que entraría en guerra en el Egeo de 1378 a 1381, sin éxito. Los mares de Cerdeña tentaron antes sus ambiciones.
A finales del verano de 1369 los genoveses estaban armando cinco galeras para dirigirse allí. Los aragoneses supieron por sus informadores que dos de aquéllas ya estaban completamente listas para entrar en acción.
Su acción no adoptaría el tono de una acción corsaria, sino de una reclamación por vía punitiva, algo muy propio de la forma de entender la aplicación de la justicia entre los Estados de la Baja Edad Media. Las fuerzas genoveses reclamarían en Cerdeña a los oficiales de Pedro IV que resarcieran los daños cometidos por sus súbditos al Común. De lo contrario, de no ser atendido con rapidez el requerimiento, atacarían a las gentes del rey de Aragón.
Su principal objetivo, con todo, serían las dos galeras capitaneadas por el prohombre barcelonés Francesc Aversó, de acaudalado linaje patricio con intereses en los molinos reales del Riego Condal e interesado en el comercio de esclavos procedentes del Norte de África.
La amenazadora reclamación tenía todo el tono del anuncio de un ataque en mal momento. Consciente del peligro, Pedro IV ordenó al maestre racional de su corte, encargado de la supervisión de sus delicadas finanzas, que se pusiera manos a la obra.
Podía disponer de los fondos de lo sobrante del donativo concedido por las Cortes catalanas o incluso de los de otros derechos para armar tres galeras. El estado de las fuerzas navales de Pedro IV tras el notable esfuerzo de la guerra contra Pedro I, entre otros conflictos, no pasaba por sus mejores momentos.
Aquellas dos galeras reforzarían a las del capitán Aversó, junto a la que llevara a Cerdeña a don Gispert de Camplonch, que llegó a ser tesorero del rey, tomando las precauciones oportunas de venir este último del reino de Mallorca. Demostró don Gispert ser un sutil diplomático y un fino observador en la conflictiva Cerdeña, pero por ahora se le exigió participar con su galera en una fuerza de seis unidades navales que plantara cara a los genoveses en aquellos mares.
Cerdeña no terminó encendiendo otra prolongada guerra declarada entre la Corona de Aragón y el Común de Génova, pero volvió a evidenciar sus malas relaciones y las dificultades de Pedro IV en el disputado Mediterráneo.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Real Cancillería, Registro 1081, f. 130r.
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