JUSTIFICAR UNA GUERRA EN EL XVII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.12.2024 03:56

                

                El poder español ya carecía de los bríos de otros tiempos en el reinado del enfermizo Carlos II, por mucho que la actual historiografía ha matizado tan lúgubre cuadro. La Francia de Luis XIV había alcanzado la hegemonía en Europa occidental y sus numerosos ejércitos dieron cumplidas muestras de su fuerza en los frentes de guerra de los Países Bajos, el Rin, el Norte de Italia, Cataluña y el Mediterráneo. Las posesiones de la Monarquía hispánica padecieron sus acometidas, consideradas finalmente igualmente peligrosas para sus antiguos rivales, las Provincias Unidas e Inglaterra.

                Los diplomáticos españoles tuvieron así una buena oportunidad para defender su causa, emprendiendo una guerra de propaganda en la que se trataban de resaltar las buenas intenciones propias, lo injusto de la agresión ajena, lo nociva que resultaba para la paz general y lo necesario de su respuesta militar. Los publicistas, algunos extraordinarios escritores, se incorporaron a las huestes de los poderes coetáneos.

                Consciente de la precaria posición española, la reina gobernadora Mariana de Austria mandó en 1673 circulares a los distintos puntos de la Monarquía hispánica para que se rezara con la esperanza de no romper hostilidades con Francia. Con una Corona de Castilla agotada y una Corona de Aragón que todavía tenía muy recientes los hechos de 1640, los perjuicios de una guerra resultaban más que evidentes. La situación en los dominios italianos no era más halagüeña, pero la apurada situación de las Provincias Unidas ante el empuje francés llevó a los españoles a entrar en el conflicto. El Franco Condado fue atacado por las tropas de Luis XIV en 1674. Su cesión en la paz de Nimega (1678) comportó la retirada francesa de una serie de plazas de armas españolas en la actual Bélgica, como Gante.

                Luis XIV, dispuesto a alcanzar los límites naturales de Francia, se empeñó en conseguir los Países Bajos españoles. Aprovechando la apurada situación de los Habsburgo de Viena, atacados por los otomanos, invocó los derechos de reunión sobre territorios cercanos a sus dominios en los Países Bajos españoles y en la parte más occidental del Sacro Imperio. El 26 de octubre de 1683 se iniciaron las hostilidades, cuando Luis XIV decía desear la paz con el Imperio y España. Convencido de la justicia de sus pretensiones, dijo mostrarse dispuesto a someterse al arbitraje del rey de Inglaterra. De esta manera, evitaba su entrada a favor de sus rivales. Con la misma intención se condujo su embajador extraordinario en las Provincias Unidas, el conde de Vaux, a 5 de noviembre.

                La réplica española, de la mano del marqués de Castel-Rodrigo, insistió el 12 de noviembre en que Francia venía contraviniendo la paz de Nimega desde su firma. De todos modos, la lentitud de los españoles a la hora de tomar una decisión facilitó el avance de las tropas francesas en Flandes. Luis XIV amenazó que en caso de no ceder plazas en los Países Bajos debían hacerlo en Cataluña o Navarra. La guerra se extendió hasta el 15 de agosto de 1684, con la tregua de Ratisbona, que fue un simple compás de espera de la política de agresión militar y propagandística del Rey Sol.

                Fuente.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Estado, 2813, Expediente 73.