JUEGO DE TRONOS EN LA ESPAÑA DE LOS CINCO REINOS. Por Pedro Montoya García.
Situamos el rodaje desde mediados del siglo XII hasta los primeros años del XIII; con los exteriores localizados en la península ibérica y los interiores en cinco cortes, la de los reinos que inclinaban ante la Santa Cruz: Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón; y en otras dos que oraban en dirección a Oriente: en el este, el rey Lobo disfrutaba de las costas desde Valencia a Murcia; al sur una agrupación de taifas bajo el dominio bereber del norte de África.
Aunque dos eran las religiones oficiales, todos procesaban un ritual común, tan explicito como resumía la malvada Cersei que se sienta, por ahora, en el sillón de las espadas: “Cuando se juega al Juego de Tronos, solo se puede ganar o perder”. Y en ese tablero de juego, un “tal” al estilo de Jon Nieve, aún siendo hijo legítimo de rey, se forjó en una infancia muy golpeada, yendo y viniendo en casas ajenas sin protección paternal o cariño maternal (quedó huérfano muy pequeño), para dar temple a un carácter que blandiría contra todo y contra casi todos para convertirse en el “rey del Norte”, al menos el rey más poderoso de la Hispania cristiana, nuestro personaje se coronaría como Alfonso VIII.
Sancho II, el padre de nuestro protagonista, como Eddad Stark, el “padre” de Jon Nieve, duró sólo una temporada: tras un año de reinado falleció. Eso sí, le dieron sepultura en Toledo con la cabeza sobre los hombres, su muerte fue más mundana; aunque su desgracia también desataría la guerra. Una guerra civil entre dos familias nobles castellanas: los Lara contra los Castro (tal si fueran los Stark y los Lannister) a la que se uniría Fernando II (tío de Alfonso) rey de León, quienes se disputaban la custodia del rey niño de tres años, y por tanto, el control del poder de Castilla. Y a río revuelto, otro rey del Norte, el rey de Navarra Sancho VI, que por algo le pusieron el nombre de “Sabio”, bajó a pescar hasta el Ebro riojano y por el oeste se asomó cerca de Burgos, villa castellana por excelencia.
Pero todo cambiará por completo, cuando a los catorce años es nombrado caballero. Una vez se le puso la espada en la mano, se alzaría la vencedora de la batalla más importante de la historia de la Reconquista: Las Navas de Tolosa. Para eso quedaban 42 años, hasta el 1212; pero nuestro protagonista ya empezaba su obra.
El primer paso, la venganza contra aquellos cometieron abusos aprovechando su niñez. Poner en orden las fronteras del reino contra los cristianos, y luego se dedicaría a los “caminantes blancos” con el nombre de Almohades, que, aunque provenían del sur, de las montañas del norte de África, tal como cuentan las crónicas cristianas, metían el mismo miedo. Así pues, primero a devolver las visitas cristianas. Una vez recuperada Toledo que había sido tomada por los leoneses, se alía con Aragón y empujan al rey de Navarra a guarecerse en Pamplona y dejar advertencia de que: “El norte no olvida”. Establece alianza con Inglaterra al casarse con Leonor de Plantagenet (nueve años contaba la novia), reina principal que traería, entre otras cosas buenas, la lírica trovadoresca, por citar una y no extendernos…
Mientras, en el Levante, magníficos hortelanos y artesanos pagaban con su sudor a los mercenarios que mantenían sus fronteras bien guardadas. Porque, aunque como Jon Nieve afirma: "Dicen que es mejor tener a los enemigos cerca", el rey Lobo mantuvo todo lo lejos que pudo tanto a los almohades como a los cristianos: "Quien dijera eso no tenía muchos enemigos." Y no dudó en pagar a colmillos mercenarios, para mantener su reino y lanzar incursiones, incluso llegó hasta poner cerco a Córdoba. Sin embargo, un gran ejército pasó el estrechó y lo derrotó para recluirlo tras las murallas de Murcia, donde se atrincheraron tales “guardianes de la noche” hasta la muerte del “comandante supremo”; tras la cual, todo el Levante y el sur de la península quedaría bajo dominio almohade.
Con dos grandes fuerzas en el tablero, era cuestión de tiempo el enfrentamiento entre ambas. Alfonso VIII pone asedio a Cuenca, cercana a la frontera, su primera gran victoria contra tropas no cristianas y la consiguió sin luchar, ya que la rindió de hambre. De nuevo, con Aragón, se reparten la piel del Al-Andalus: para Castilla el sur, para Aragón el Levante, como idea era ambiciosa y evitaba futuras riñas fronterizas, pero, de momento, sería el oso quien cazaría al cazador.
"Las serpientes enfadadas atacan. Eso hace más fácil aplastar sus cabezas", así lo afirma la bella Daenerys Targaryen. En Alarcos, el rey Alfonso VIII fue aplastado por los almohades. Dicen algunas crónicas que quiso quedarse a morir en la batalla; otras no son tan heroicas… “¿Qué le decimos al rey de la muerte?”, “Hoy no” contesta la pequeña Stark. Salvaría la vida por poco y se repondría de esta cura de humildad, cierto que, favorecido por la fortuna: el emir Yaqub al-Mansur tuvo que regresar a Marrakech; pero, sobre todo, el aprendizaje de los errores cometidos durante la batalla será decisivo años más tarde en Jaén.
Los saqueos sarracenos tras las batalla de Alarcos no ayudaron a salvar las diferencias entre Castilla y León, al contrario, las disputas entre los reyes cristianos no cesaron. Se repite la historia, con la ayuda de Aragón puso, también, el sello del “norte no olvida” en el reino de León. Además de la capital, sitiaron Astorga y subieron hasta el Bierzo. Con los Navarros alcanzó en primer lugar un acuerdo, para luego terminar por invadirlos e incorporar Álava y Guipúzcoa a Castilla. Con todo esto y la ayuda de una mente privilegiada, la del Arzobispo de Toledo, Jiménez de la Rada, para organizar la intendencia y obtener bendición papal de la cruzada y la bula acorde, bajo amenaza de excomunión a todo cristiano que perjudicara la batalla que se avecinaba, la madre de todas las batallas.
Una vez solucionado el problema cristiano, la llamada a la cruzada fue escuchada por los “caminantes blancos”… Ya conocemos el final, no “una” gran victoria: la “gran” victoria. Ahora nos queda esperar a la “gran” batalla de Juego de Tronos.