JUANA DE ARCO ALZA EL SITIO DE ORLEÁNS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Una guerra no siempre se gana con los medios materiales, sino también con los morales. Tras su derrota en Azincourt y la firma del tratado de Troyes en 1420, los franceses se encontraban con los ánimos muy bajos para acometer a los victoriosos ingleses y sus aliados.
La historiografía patriótica francesa ha intentado quitarle hierro a tan enojosa situación destacando la resistencia de las gentes del común de la ocupada Normandía como si de una guerra contemporánea se tratara.
Lo cierto es que entre 1423 y 1424 los ingleses y sus aliados borgoñones hicieron de las suyas por las tierras francesas. El débil Carlos VII se encontraba recluido en Bourges y no se antojaba como una opción muy seria al trono de San Luis. Su suegra la duquesa de Anjou le negoció una alianza con el duque de Bretaña Juan V, pero en 1428 la alianza casi se fue al traste.
En tales circunstancias los ingleses se lanzaron contra el corazón de los dominios del pobre Carlos VII, que parecía a punto de caer. Comandados por el experto Salisbury se dirigieron contra la poderosa plaza de Orleáns.
Tomaron el puente del Oire y el 12 de octubre de 1428 se emplazaron en la orilla izquierda del Loira, al Sur de la ciudad, un poderoso cuadrilátero de fuertes muros rodeados de fosos. Un puente que cruzaba el río la unía con una bastilla de dos torres, la de Tourelles, conectada con el creciente arrabal por un puente levadizo. Cercano se alzaba un convento agustino, muy a propósito para la defensa.
Sus habitantes se encontraban bien dispuestos a vender caras sus vidas, dirigidos por hombres como el llamado bastardo de Orleáns, hijo natural del duque Luis. Disponían de setenta y un grandes cañones y no pocas culebrinas y catapultas para recibir debidamente a los asaltantes.
Los ingleses eran gentes de temple guerrero y el 27 de octubre tomaron la bastilla de Tourelles al precio de ver caer a su comandante Salisbury. Los franceses se retiraron de los Agustinos.
Un ataque directo contra Orleáns era suicida y los ingleses prefirieron intentar rendirla por hambre, siguiendo usos habituales de la guerra de su tiempo. A comienzos de 1429 levantaron a su alrededor hasta trece pequeñas fortificaciones o bastillas, capaces de cortar las comunicaciones con el exterior con una atenta vigilancia.
Los divididos franceses no acertaban a enderezar la apurada situación. Se llegó a considerar la entrega de Orleáns al duque de Borgoña en calidad de plaza neutral e incluso la marcha del endeble Carlos VII al Delfinado, Castilla o Escocia.
Aparece en este momento la figura de una chica de diecisiete años, nacida en el ducado de Bar de obediencia de los Armagnac favorables a Carlos VII, Juana de Arco. Convertida finalmente en un símbolo del nacionalismo francés, su figura histórica emerge de un mundo campesino atormentado por los males de la guerra y profundamente supersticioso. La pobre Juana no dejó de sufrir las intrigas cortesanas pese a todas las voces divinas que decía escuchar.
Estuvo dispuesta, lo cual ya era de por sí mucho, a tomar el toro por los cuernos. Las fuerzas del “intrépido” Carlos VII marcharon a Orleáns con ella a la cabeza, deseosa de entrar por su peligroso sector septentrional. Sus capitanes aprovecharon uno de sus éxtasis visionarios para hacerlo por el Sur sin consultarla el 27 de abril.
Enojada, Juana se dirigió al de Orleáns con rudeza, muy consciente de su misión divina. Sólo aceptó atacar a los ingleses. Ordenó apresar su flotilla fluvial sobre el Loira, pero el viento no les fue favorable para llegar al Norte de la ciudad. El cambio de dirección de los vientos fue interpretado como un milagro.
Ya en el sector septentrional, Juana se mostró a lomos de un caballo blanco en Blois el 29 de abril y al día siguiente dirigió una carta al comandante inglés Talbot instándole a la rendición. Los ingleses le respondieron con palabras de grueso calibre.
Las bastillas no cumplían debidamente su función de aislamiento de la ciudad. Los ingleses se encastillaron allí demasiado y el 3 de mayo Juana y los suyos entraron en la atribulada Orleáns.
Fiel a su espíritu combativo, la joven instó al ataque, que arrojó el resultado de la toma de la bastilla de Saint-Loup. Los franceses habían pasado a la ofensiva gracias a Juana. El 5 de mayo, simulando un ataque cuyos detalles no se le comentaron, sus capitanes consiguieron conquistar los Agustinos.
El punto crítico llegó dos días más tarde, durante la Journée des Tourelles, cuando se tomó la importante bastilla del Sur, finalmente incendiada. Juana fue herida por una flecha en su asalto, pero no desfalleció. El 8 de mayo los ingleses abandonaron sus bastillas y máquinas de guerra del Norte. Desistieron de expugnar Orleáns, salvada gracias al corazón de Juana de Arco.
La llamada muy posteriormente guerra de los Cien Años había experimentado un giro muy decisivo. El 18 de julio de 1429 el mediocre Carlos VII sería ungido en la recuperada Reims y la brava Juana quemada en la plaza vieja del mercado de Rouen un 29 de mayo de 1431. La fortuna no recompensó a los valientes en aquel tiempo.