IRLANDA, A CIEN AÑOS DE UN POLÉMICO TRATADO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Un catorce de enero de 1922 se aprobó en el Dáil o parlamento irlandés el tratado del 6 de diciembre de 1921 con Gran Bretaña. Tal reunión, estimada oportuna formalmente, había sido precedida de la del 7 de enero, en la que se impusieron los partidarios del sí por sesenta y cuatro votos frente a cincuenta y siete, con no escasa disputa.
Tan polémico tratado ya había sido aprobado el 16 de diciembre de 1921 por la cámara de los lores y la de los comunes. En Irlanda se terminaba de librar una dura guerra de independencia, que se extendió desde el 21 de julio de 1919 al 11 de julio de 1921, y ahora se planteaba su futuro como Estado independiente, su integridad territorial y su relación con el Reino Unido, cuestiones todas ellas con una gran carga emocional e histórica.
Según el tratado, Irlanda merecía el mismo estatuto constitucional que el dominio de Canadá o la Unión Sudafricana dentro de la comunidad de naciones del imperio británico. Recibía el nombre de Estado libre de Irlanda, con su propio parlamento y gobierno responsable ante el mismo. Sus representantes provisionales serían elegidos según las disposiciones de 1920.
Las relaciones con la corona inglesa se regirían por los mismos cauces que con el dominio de Canadá, en particular en lo tocante al nombramiento del representante de la corona. Se juraba, en consecuencia, fidelidad a Jorge V.
El Estado libre asumía su parte de deuda pública y de las pensiones de guerra. Mientras organizaba sus fuerzas navales, la armada británica aseguraría su línea de costa, sus pesquerías y aduanas. Tales condiciones se examinarían en cinco años por una conferencia de representantes. En tiempos de guerra, el Estado libre facilitaría sus puertos a los británicos.
Las fuerzas armadas del Estado libre debían de ser proporcionales a su población para observar la limitación internacional de armamentos.
Se indemnizaría por el Estado libre a jueces, funcionarios y policías destinados en Irlanda, excepto a las policías auxiliares o agentes de la policía real irlandesa reclutados en Gran Bretaña, cuyos gastos correrían a cargo de los británicos.
Una comisión delimitaría las fronteras del Norte, con tres representantes: el presidente británico y dos integrantes de ambas áreas de la isla. En 1925 se condonaría la deuda de la nueva Irlanda a cambio de reconocer las fronteras establecidas, sin cambios.
Irlanda del Norte se regiría por la ley de 1920, y acordaría con el Estado libre las cuestiones de seguridad, de intercambio económico y comunicaciones.
En el tratado se establecía que ninguno de los dos gobiernos irlandeses podía favorecer a una confesión religiosa, pensándose en el poder de instituciones como la Iglesia católica.
Semejantes condiciones fueron aceptadas con resignación por una parte, para evitar males mayores, y rechazadas como inaceptables por otra, lo que dio pie a que el 28 de junio de 1922 estallara una guerra civil entre irlandeses, que se prolongaría hasta el 24 de mayo de 1923.
Los contrarios al tratado eran más numerosos, resultando especialmente fuertes en las tierras del Sur y del Oeste de la isla. Muchos de ellos habían sido miembros del IRA. Gozaron de las simpatías de los socialistas revolucionarios y de los comunistas, a pesar de su orientación ideológica. Los partidarios del tratado llegaron a contar con ayuda armamentística británica, y tuvieron el apoyo de la mayoría de los irlandeses establecidos en Estados Unidos. Su causa fue la que finalmente se impuso, con no poco sacrificio.
De aquellos turbulentos tiempos data la aparición en la política irlandesa de dos grandes partidos: el Fianna Fáil (creado por los contrarios al tratado) y el Fine Gael. La cuestión irlandesa distaba de resolverse satisfactoriamente en 1923, finalizada la guerra civil, y todavía hoy en día es motivo de polémicas y agrios recuerdos.
Fuentes.
Recueil des Traités et des Engagements Internationaux enregistrés par le Secrétariat de la Societé des Nations, XXVI, 1924.