¿IRÁN ACUERDA CON LOS EE. UU.? Por Víctor Manuel Galán Tendero.
De explosiva podemos calificar la situación en el Oriente Próximo y Medio en este dramático verano de 2014. Las atrocidades israelíes en la franja de Gaza han tenido su correlato al Norte del magmático Irak, donde los soldados del Califato se han consagrado a otra horrorosa limpieza étnica. La eliminación de los yazidíes adquiere la misma categoría que la destrucción de los emblemáticos Budas de Baniyan años ha por los talibanes, la de extirpar todo recuerdo de un pasado mucho más complejo que el relatado por la mitología al uso de los fanáticos. También se teme un Kurdistán fuerte, quizá auspiciado a corto plazo por la propia Turquía de Erdogan, que dispondría de un notable baza en sus negociaciones con la esquiva Unión Europea.
Los shiíes irakíes están destinados igualmente al cuchillo del verdugo, algo que no complace en absoluto a Irán por razones muy variadas. El equilibrio político de la república iraní es más complejo de lo que parece a primera vista. El histriónico presidente Ahmadineyah tuvo que vérselas con la oposición de los grupos sacerdotales atrincherados en las instituciones parlamentarias, que lo contemplaron como un dictador que se saltaba los delicados equilibrios de la Revolución islámica, y con la contestación del Movimiento Verde de tendencia populista, en cierta manera el correlato de los indignados aparecidos al calor de la Primavera Árabe. Ponerle freno a la inflación ha herido a muchos particulares, cuyas condiciones microeconómicas individuales nada entienden de los grandes deberes de la macroeconomía. Desde el 2013, temiéndose un desbordamiento similar al de otros Estados musulmanes, la presidencia está en manos del más moderado Hassan Rohani, que no ha dudado en desverlar a la matemática que colma el orgullo de Irán.
Descartadas las aventuras por razones prácticas, el ofrecimiento de colaboración de los Estados Unidos le viene muy bien a Rohani, y le da un cierto respiro a un asediado Obama, cuyo poder blando ha perido muchísimo gas. El tembloroso gabinete de Washington se asegura la siempre peligrosa frontera oriental irakí y consigue ciertas ayudas militares cuando sus sofisticados "drones" suplantan en el campo de batalla a la fiel infantería, cuyos sacrificios deben relegarse a las jornadas históricas en el sentir de muchos ciudadanos estadounidenses. Mientras se libra en esta perdida Mesopotamia una guerra galáctica, se fuerza la precaria tregua de Gaza para que no se vean similitudes por ardorosos propagandistas del adversario. La política hace extraños compañeros de cama, y nuevamente se plantea una alianza estratégica que recuerda los días del Irangate. Las guerras y las alianzas de civilizaciones son altisonancias que están fuera de la realidad cotidiana de la diplomacia pura y dura.