INGLATERRA Y LAS PROVINCIAS UNIDAS: DE LA HOSTILIDAD A LA ALIANZA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

29.03.2024 13:02

               

                La Inglaterra de la Restauración podía seguir distintos caminos en su política exterior, como la de hostilidad hacia España. El 23 de junio de 1661 se firmó un tratado con Portugal, por el que Carlos II se casó con la infanta Catalina de Braganza, que aportó como dote dos millones de coronas y la plaza de Tánger. Sus habitantes, no obstante, gozarían de libertad de culto. Además, Portugal cedía Bombay y permitía el libre comercio. A cambio de estas concesiones, Inglaterra apoyó a Portugal frente a España con una fuerza de dos regimientos y diez buques de guerra.

                Sin embargo, el principal rival de Inglaterra en los mares no era una España en dificultades, sino las Provincias Unidas de los Países Bajos, ya reconocidas por la misma España. Carlos II libró una segunda guerra anglo-holandesa, que terminó oficialmente con la paz de Breda del 31 de julio de 1667. A pesar de sus victorias, las Provincias Unidas tuvieron que aceptar la pérdida de Nueva Holanda a cambio de Surinam y el derecho de la bandera inglesa a ser saludada en el canal y en las aguas de Gran Bretaña. Por el contrario, Inglaterra reconoció la interpretación neerlandesa de las importaciones del Sacro Imperio y de los Países Bajos españoles, recogida en las Leyes de Navegación.  

                El 23 de enero de 1668, durante este apaciguamiento, Inglaterra suscribió con las mismas Provincias Unidas y Suecia la Triple Alianza frente a las ambiciones de Luis XIV de Francia, que amenazaba con arrebatar a España importantes territorios de los Países Bajos. Se mediaría para alcanzar la paz. De no conseguirse, se entraría en guerra para que Francia se viera reducida a los términos del tratado de los Pirineos.

                Sin embargo, el entendimiento terminó rompiéndose. Carlos II firmó secretamente con Luis XIV el tratado de Dover el 1 de junio de 1670, dirigido contra las Provincias Unidas. Sería el Rey Sol quien decidiría el momento de inicio de las hostilidades, comprometiéndose a pagar a Inglaterra treinta millones de libras anuales y de poner a disposición del duque de York una flota de treinta barcos. A Inglaterra se prometía como botín de guerra dos islas del Escalda. Carlos II reconoció el catolicismo como la verdadera religión y debería reconciliarse con el Papa cuando las circunstancias lo permitieran. Luis XIV fortaleció este proceder con el ofrecimiento de dos millones de libras y de seis mil soldados. En el curso de la guerra con las Provincias Unidas, se trataría de conseguir la neutralidad de España, el Sacro Imperio, Dinamarca y Suecia.

                El 19 de febrero de 1674 se hizo la paz entre Inglaterra y las Provincias Unidas por el tratado de Westminster, que rindió a la primera una indemnización, mayores honores a su pabellón y la promesa de un nuevo tratado de navegación más ventajoso. Ambas partes se comprometían a no apoyar a sus respectivos enemigos. Finalmente, en 1678, culminó la alianza anglo-holandesa, por la que Carlos II auxiliaría con diez mil soldados a las Provincias Unidas,  que a su vez le asistiría con otra de seis mil. La resistencia inglesa en los mares y el aumento del poder francés en el continente europeo facilitaron el viraje diplomático.

                Para saber más.

                George Holmes, The Making of A Great Power. Late Stuart and Early Georgian Britain, Londres, 1993.