INÉS DE SUÁREZ Y PEDRO DE VALDIVIA.
El reciente estreno de la serie televisiva Inés del alma mía, según la novela de Isabel Allende, vuelve a traer ante el gran público las figuras de Inés de Suárez (o Juárez) y de Pedro de Valdivia. Los siguientes textos nos permiten acercarnos a la visión que se formó el capitán e historiador Pedro Mariño de Lobera de Inés de Suárez y la que Pedro de Valdivia trató de transmitir sobre sí mismo al emperador Carlos V.
EL TEMPERAMENTO DE INÉS DE SUÁREZ.
“Estando los cincuenta españoles de la ciudad de Santiago con las armas en las manos esperando a los enemigos, veis aquí un domingo a los once de septiembre de 1541, tres horas antes del día llegaron sobre la ciudad los indios de guerra repartidos en cuatro escuadrones para derribar por tierra las paredes y quitar las vidas a las personas.
“Y aunque la multitud de bárbaros y el orden y disposición de sus compañías, el pavor de sus alaridos y la oscuridad de la noche eran todos motivos para atemorizar a los ciudadanos, con todo eso no hubo hombre entre ellos que desmayase, antes mostrando un valor invencible pelearon todos con lanza y adarga, dando y recibiendo heridas por todo aquel espacio de tiempo que duró la oscuridad de la noche.
“Mas como empezase a salir la aurora y anduviese la batalla muy sangrienta, comenzaron también los siete caciques que estaban presos a dar voces a los suyos para que los socorriesen libertándoles de la prisión donde estaban.
“Oyó estas voces doña Inés Juárez, que estaba en la misma casa donde estaban presos, y tomando una espada en las manos se fue determinadamente para ellos y dijo a los dos hombres que los guardaban, llamados Francisco Rubio y Hernando de la Torre que matasen luego a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos. Y diciéndole Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas:
“-Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar?
“Respondió ella:
“-De esta manera.
“Y desenvainando la espada los mató a todos con tan varonil ánimo como si fuera un Roldán o Cid Ruy Díaz. No me acuerdo yo haber leído historia en que se refieran tan varoniles hazañas de mujeres como las hicieron algunas en este reino (…)
“Habiendo, pues, esta señora quitado las vidas a los caciques, dijo a los dos soldados que los guardaban que, pues no habían sido ellos para otro tanto, hiciesen siquiera otra cosa, que era sacar los cuerpos muertos a la plaza para que viéndolos así los demás indios cobrasen temor de los españoles.
“Esto se puso en ejecución, saliendo los dos soldados a pelear en la batalla, la cual duró gran parte del día, corriendo siempre sangre por las heridas que se recibían de ambos bandos. Y fue cosa de grande maravilla el ver que tan pocos españoles pudiesen resistir tanto tiempo a tan excesivo número de bárbaros de grandes fuerzas y determinación en la guerra, mayormente viéndolos ya posesionados de la ciudad, que estaba llena de ellos por todas partes, donde apenas se podía discernir cuál era el mayor número, el de los vivos o el de los muertos.
“Viendo doña Inés Juárez que el negocio iba de rota batida y se iba declarando la victoria por los indios, echó sobre sus hombros una cota de malla y se puso juntamente una cuera de anta y de esta manera salió a la plaza y se puso delante de todos los soldados animándolos con palabras de tanta ponderación, que eran más de un valeroso capitán hecho a las armas que de una mujer ejercitada en su almohadilla.
“Y juntamente les dijo que si alguno se sentía fatigado de las heridas acudiese a ella a ser curado por su mano, a lo cual concurrieron algunos, a los cuales curaba ella como mejor podía, casi siempre entre los pies de los caballos; y en acabando de curarlos, los persuadía y animaba a meterse de nuevo en la batalla para dar socorro a los demás que andaban en ella y ya casi desfallecían.”
Crónica del reino de Chile, escrita por el capitán don Pedro Mariño de Lobera, capítulo XV (De la batalla que hubo en la ciudad de Santiago entre los indios y españoles, donde mató doña Inés Juárez siete caciques), en Crónicas del reino de Chile. Edición y estudio de Francisco Esteve Barba, Madrid, 1960, pp. 264-265.
VALDIVIA HABLA DE SÍ MISMO ANTE CARLOS V.
“S.C.C.M
“Después de haber servido a V. M., como era obligado, en Italia en el adquirir el estado de Milán y prisión del rey de Francia, en tiempo del Próspero Colona y del marqués de Pescara, vine a estas partes de Indias año de quinientos treinta y cinco.
“Habiendo trabajado en el descubrimiento y conquista de Venezuela, en prosecución de mi deseo, pasé al Perú, año de quinientos treinta y seis, do serví en la pacificación de aquellas provincias a V. M., con provisión de maestre de campo general del marqués Pizarro, de buena memoria, hasta que quedaron pacíficas, así de la alteración de los cristianos como de la rebelión de los indios.
“El marqués, como tan celoso del servicio de V. M., conociendo mi buena inclinación en él, me dio puerta para ello, y con una cédula y merced que de V. M. tenía, dada en Monzón, año de quinientos treinta y siete, refrendada del secretario Francisco de los Cobos, del Consejo Secreto de V. M., para enviar a conquistar y poblar la gobernación del Nuevo Toledo, y provincia de Chile, por haber sido desamparada de don Diego de Almagro que a ella vino a este efecto, nombrándome a que la cumpliese y tuviese en gobierno y las demás que descubriese, conquistase y poblase, hasta que fuese la voluntad de V. M.
“Obedecí, volviendo el ánimo, por trabajar en perpetuarle una tierra como esta, aunque era jornada tan mal infamada, por haber dado la vuelta de ella Almagro, desamparándola con tanta y tan buena gente como trajo.
“Y dejé en el Perú tan bien de comer como lo tenía el marqués, que era el valle de la Canela en los Charcas, que se dio a tres conquistadores, que fueron Diego Centeno, Lope de Mendoza y Bobadilla, y una mina de plata, que ha valido después acá más de doscientos mil castellanos, sin haber un solo interés por ello, ni el marqués me lo dio para ayuda a la jornada.
“Tomado mi despacho del marqués, partí del Cuzco por el mes de enero de quinientos cuarenta, caminé hasta el valle de Copiapó, que es el principio de esta tierra, pasado el gran despoblado de Atacama, y cien leguas más adelante hasta el valle que se dice de Chile, donde llegó Almagro y dio la vuelta por la cual quedó tan mal infamada esta tierra. Y a esta causa y porque se olvidase este apellido, nombré a lo que él había descubierto y a la que yo podía descubrir hasta el estrecho de Magallanes, la Nueva Extremadura.
“Pasé diez leguas adelante, y poblé en un valle que se llama Mapocho, doce leguas de la mar, la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, a los veinticuatro de febrero de quinientos cuarenta y uno, formando cabildo y poniendo justicia.
“Desde aquel año hasta el día de hoy he procurado y puesto en efecto de dar a V. M. entera relación y cuenta de la población y conquista de esta tierra y del descubrimiento de la tierra de adelante y de su prosperidad, y de los grandes trabajos que he pasado y gastos tan crecidos que he hecho y se me ofrecen de cada día por salir con tan buen propósito adelante.
“He escrito las veces, con los mensajeros que aquí diré, y en qué tiempos por advertir que lo que a mí ha sido posible, he hecho, con aquella fidelidad, diligencia y vasallaje que debo a V. M.; y la falta de no haber llegado mis cartas y relaciones ante su cesáreo acatamiento, no ha sido a mi culpa, sino de algunos de los mensajeros, por haber sido maliciosos y pasar por tierra tan libre, próspera y desasosegada como ha sido el Perú, y a otros tomar los indios, en el largo viaje, los despachos, y a los demás la muerte.
“Estando poblado, traje a los naturales, por la guerra y conquista que les hice, de paz; y en tanto les duraba el propósito de nos servir, porque luego procuran cometer traiciones para se rebelar, que esto es muy natural en todos estos bárbaros, atendí a que se hiciese la iglesia y casas, y a la buena guardia de todo lo que convenía.”
Concepción, 15 de octubre de 1550.
Cartas de Pedro de Valdivia, que tratan del descubrimiento y conquista de Chile, en Crónicas del reino de Chile. Edición y estudio de Francisco Esteve Barba, Madrid, 1960, pp. 42-43.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.