GUSTAVO DORÉ, EL FRANCÉS QUE DIBUJARÍA EL QUIJOTE. Por Cristina Platero García.

16.05.2016 07:42

 

 

           

            Quien disfrute de la técnica del grabado, sabrá que, por la maestría que alcanzaron en este campo artístico, se encuentran los de Albrecht Dürer (1471-1528), Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669), Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), y, Gustave Doré (1832-1883).

            Gustavo Doré, original de la célebre ciudad de Estrasburgo, capital de la antigua región de Alsacia, histórico linde conflictivo entre germanos y franceses, destacaría principalmente por su faceta de ilustrador, pese a que no le faltaron nunca las aspiraciones por dominar otros ámbitos como la pintura y la escultura.

            De él se dice, al más puro estilo mozartiano, que ya a los 6 años deslumbraba a todos con el virtuosismo mostrado en sus dibujos infantiles. A la edad de 15 años, viaja con sus padres hasta París. Allí, y sin formación académica de ningún tipo, haría sus pinitos en el periódico humorístico Journal Pour Rire, dibujando caricaturas para la tirada semanal y gracias al contrato que le haría el editor de aquel, Charles Philipon.

            Charles Philipon, caricaturista también y amigo íntimo de Honoré Balzac, en 1832 ya había fundado otro periódico humorístico, Le Charivari, en el que colaboraron ilustradores de la talla de Honoré Daumier, J.J. Grandville, Achille Devéria y Auguste Raffet. Examinar la obra de todos ellos lleva a valorar lo solicitado de aquella técnica gráfica durante el XIX, básicamente por la importancia que cada vez más iba adquiriendo la prensa como medio de comunicación y de entretenimiento; los folletines, de barato y fácil acceso a las masas. Por su parte, Gustave Doré, con apenas 16 años, era el ilustrador mejor pagado de Francia.

            En 1854 sale a la venta la novela satírica de François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, y Doré es el encargado de iluminar la historia. Aquello le daría gran reconocimiento público. Pronto su fama fue en aumento, convirtiéndose, por lo extraordinario de su talento y su capacidad de trabajo, en el ilustrador más solicitado para llevar a cabo la plasmación gráfica de las grandes obras de la literatura universal.

            Sus manos dibujarían los atemporales textos de la Divina Comedia (1861), La Biblia (1865), el poema de John Milton, El Paraíso perdido (1866), las fábulas de La Fontaine (1867)… Y así podría seguirse durante unas cuantas líneas más, sobre las que llamaría principalmente nuestra atención el ritmo al que trabajaba este grabador. Entre 1860 y 1877 ilustraría un total de 38 obras literarias.

            Durante el año de 1862 Gustavo Doré viajó por España. Tenía 30 años, y viajaba junto con el coleccionista de arte y escritor, el Barón Jean-Charles Davillier. Sus ojos se empaparon de todo aquello que observaba. La peculiaridad de sus gentes y lo exótico que resultaba nuestro país, vecino al África, eran un reclamo a ojos europeos.

            Nuestras costumbres, nuestro particular arte y variada geografía, eran vistas todavía con esa aura romántica propia del XIX. La obra, escrita por Charles Davillier, Viaje por España, salía a la luz recopilada en 1875, pues antes, entre 1862 y 1873, algunas de las experiencias vividas ya habían sido publicadas por fascículos en Le Tour du Mond, una revista de viajes tal y como se estilaba en unos años en los que realizar el “Grand Tour” era distintivo de los gentleman. La historia de Viaje por España es conocida por sus grabados acerca de la tauromaquia, a los que colocamos un enlace en el apartado de fuentes.

            Se invita al lector curioso a que les eche un vistazo, ya que no tiene desperdicio, por ejemplo, poder ver el dibujo del Cofre del Cid, entre otras vistas de la ciudad de Burgos como el patio del Palacio de los Duques del Infantado o el Monasterio de las Huelgas, en cuya estampa vemos la explanada que se abre a sus pies, con unas toldaduras plantadas en el centro que le hacen asemejarse más a una suerte de país sahariano que a un lugar de Castilla la Vieja.

            Es fácil de imaginar que fuese aquella misma estancia la que inspirara a Doré para la ilustración de la obra que narra las aventuras, y más aún, las desventuras, del notorio hidalgo Alonso Quijano, más conocido por como él mismo se apodara: Don Quijote de la Mancha. Aquella iconografía, que se ha extendido como forma de representar al personaje, fue dada, a partir de las descripciones cervantinas, por Gustavo Doré.

            Sería este grabador francés el que pusiera cara a ese Caballero de la Triste Figura que todas y todos tenemos en nuestro imaginario universal. A través de 370 xilografías, de las cuales 120 son a toda página y el resto son viñetas de encabezamiento o de final de los 126 capítulos de que consta la obra, Doré ayuda a visualizar las peripecias de aquel enjuto y escuálido soñador entrado en años pero con la inocencia, la bondad, el entusiasmo y la ilusión de un niño.

            Doré usó las técnicas litográficas que en esos momentos predominaban, pero la que más fama le daría fue la conocida como “xilografía a contrafibra”, “xilografía a testa” o “a contrahílo”. Consiste en una técnica directa del grabado en relieve, si bien la madera se corta a contrafibra, es decir, perpendicular a las propias líneas de las fibras del tronco del árbol. Esto permitirá líneas más finas y juntas que en la xilografía a fibra. Además se utilizaban para ella buriles especiales y maderas (como la del boj) de mayor dureza, para que en las prensas la pieza soportara tiradas más elevadas.

            Las características de esas maderas fuertes combinadas con la manera especial de prepararlas, dotaban al boceto de posibilidad a la precisión, de opción a la perfección en los trazados de las líneas, ofreciendo mayor margen para el detalle.

            Y es que si por algo se caracterizan las ilustraciones de Doré es por esa minuciosidad en su estilo. Sus imágenes, etéreas muchas de ellas, se contornean a partir de delicados y pormenorizados esquemas.

            En sus grabados, las líneas se disponen abigarradamente, y sabe, mejor que ninguno, transmitir las sensaciones táctiles de las texturas y de las superficies, creando también unos juegos de volúmenes poco vistos dentro de esta técnica.

            Destacado también por la fuerza de sus blancos, podemos afirmar que en los grabados de Gustavo Doré se encontraba la solución perfecta para estampar el nervio y el dramatismo que aquellas obras requerían. Pensemos en La Biblia, en la Divina Comedia. Luces y sombras son las protagonistas, sin embargo no es fácil ir de un extremo a otro progresivamente, con toda una escala de grises de por medio, cuando sólo se dispone de un solo color para dibujar. Las incisiones y el rasgado de la madera lo son todo dentro de este tipo de arte.   

            Gustave Doré no dejaría de trabajar hasta el mismo momento de su muerte, a la edad de 51 años. Moría el año de 1883, el mismo en que lo haría su amigo Charles Devallier, aquel compañero con el que había recorrido la piel de toro. No sabemos en qué medio lo habían hecho, pero dudamos que fuese montados sobre un caballo y un burro.

    FUENTES:

    - Ilustraciones de las Grandes obras de Gustavo Doré, EDIMAT LIBROS, S.A., Madrid, 2012.

    -Grabados de Viaje por España:

    https://bocos.com/inicio_dw.htm

    - Grabados de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha:

    https://users.ipfw.edu/jehle/cervante/doreesp2.htm