GRAN BRETAÑA Y LA NO INTERVENCIÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.06.2024 11:58

           

            La España de la II República no era una gran potencia internacional como la III República francesa, triunfadora en la Gran Guerra y con extensas posesiones en África, Asia, Oceanía y América. Aunque en 1920 se le prometió ser miembro no permanente del consejo de la Sociedad de Naciones, su posición fue discreta. En la Constitución de 1931, renunció a la guerra como instrumento de la política nacional, algo que otros Estados no hicieron ni por asomo. Japón, Italia y Alemania llevaron a cabo acciones contra el orden internacional, sin que la Sociedad de Naciones pudiera cortarles las alas.

            En julio de 1936, una parte del ejército español tomó las armas contra el régimen republicano, dando pie a la confrontación civil que terminaría convirtiéndose en la guerra de España. La ayuda italiana y alemana a los sublevados debería de haber motivado una condena de la Sociedad a las potencias fascistas. Tal cosa no sucedió: Gran Bretaña organizó en Londres el comité internacional para aplicar la No Intervención, un teórico embargo de armas a los contendientes.

            La iniciativa no sirvió de nada, al igual que la presentación por parte republicana, en mayo de 1937 en Ginebra, de documentación probatoria de la intervención italiana en la guerra. Aunque un miembro de la Comunidad Británica de Naciones como Nueva Zelanda apoyó a la II República en la Sociedad, el gobierno británico no se mostró nada complaciente con la causa republicana, considerada peligrosamente revolucionaria y contraria a ciertos intereses británicos. Refrenó a su aliada francesa, enfrentada a importantes disensiones internas, y frenó la ayuda militar de otros países a través de la No Intervención.

            El agregado militar de la embajada británica así lo reconoció en diciembre de 1938, cuando la causa republicana se encontraba ya muy tocada. Por mucho que se reconociera el propósito imparcial y benévolo de la No Intervención, sus consecuencias se caracterizaron de funestas sobre el abastecimiento de armas a los republicanos. Sostuvo que la ayuda material de la Unión Soviética, Checoslovaquia y México no fue equiparable a la de Italia y Alemania a los sublevados en cantidad y calidad. Tal actitud, además, desalentó a otros países, según su opinión.

            Las finanzas de la República en guerra se vieron comprometidas por el pago a precios altísimos del material bélico, conseguido por medios a veces difíciles y sin el conveniente asesoramiento de instructores. La crítica velada a la Unión Soviética era clara, junto a la censura a la actitud oficial británica.

            La política de compromiso diplomático con la Alemania nazi demostró ser funesta. Permitió el rearme alemán, toleró la anexión de Austria al III Reich, no imposibilitó el acercamiento germano-italiano, aceptó la destrucción de Checoslovaquia y contribuyó a alejar a la Unión Soviética de las potencias occidentales, inclinándola a un entendimiento con Hitler. Su actitud frente a la Republica española estuvo en sintonía con esta línea. Los horrores de la guerra de España anunciaron los de la Gran Bretaña amenazada y bombardeada por las fuerzas del III Reich.

            Para saber más.

            Juan Avilés e Ismael Saz, “La Guerra Civil en el panorama internacional (antes y después)”, Coloquios sobre la guerra civil española, Universidad Francisco de Vitoria, 2022, pp. 294-334.