GRAN BRETAÑA TRAS LA GRAN GUERRA. Por Antonio Parra García.
En 1918 el imperio británico figuraba entre los triunfadores de la Gran Guerra, derrotando las ambiciones continentales de su rival alemán. Sus acrecentadas posesiones comprendían la cuarta parte de las tierras emergidas del mundo y había encajado menos pérdidas humanas en el campo de batalla que sus aliados franceses, cifrándose en unos 750.000 los caídos en los distintos frentes. También había escapado de las destrucciones que asolaron Bélgica y la Francia septentrional en materia de suelo agrícola, edificios, fábricas, minas, caminos, puentes, etc. A las bajas provocadas por el conflicto hemos de añadir las ocasionadas por la fuerte epidemia de gripe de 1918-19, unas 100.000 personas, que también golpeó a otros países.
De todos modos su situación no era fácil ni inclinaba al optimismo. Su economía carecía de los bríos del viejo pionero de la industrialización y se enfrentaba a las claras con rivales más poderosos, como los Estados Unidos, en donde la concentración empresarial había efectuado grandes avances. En consecuencia su comercio perdió empuje.
La economía fundamentada en la explotación del carbón, otra de sus bazas tradicionales, también acusaba su obsolescencia a las claras, máxime cuando el petróleo y la electricidad ofrecían notables ventajas a los países industriales.
Ante tal panorama de declive económico, que inclinaba hacia el sector financiero con fuerza, la conflictividad social se acrecentó. En 1917 los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia y su ejemplo podía ser seguido por los grupos proletarios del país que Marx consideró el que iniciaría la revolución socialista. El aumento de la población urbana, especialmente en el Gran Londres, añadía no pocos problemas. Los sindicatos (trade unions) plantearon con fuerza sus reivindicaciones entre 1919-21, origen de no escasos disturbios.
La vida política británica no se mostraba más apacible y la caída del veterano partido liberal fue acompañada del auge laborista frente a la alternativa conservadora, lo que a simple vista anunciaba una peligrosa polarización política. En el imperio algunas nacionalidades también exigían crecientes cotas de libertad e independencia, como fue el caso de Irlanda.
No se produjo pese a todo ningún apocalipsis británico. Tanto los políticos como los sindicalistas se condujeron con flexibilidad, emprendiendo negociaciones para mejorar la situación social de las clases trabajadoras. El gradualismo británico también se aplicó con éxito en el terreno imperial, impulsando a partir de 1926 el proyecto de la Comunidad Británica de Naciones. Se firmó el tratado de partición de Irlanda en diciembre de 1921. Antes de comenzar la II Guerra Mundial los británicos habían puesto los cimientos de su renovación económica y asegurado su vida parlamentaria en medio de un mundo frenético.