GINEBRA: NI WHISKY NI VODKA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La realidad es tozuda. Siempre han tenido las grandes potencias la tentación de superar a sus rivales, pero también la necesidad de entenderse cuando no ha habido más remedio.
Estadounidenses y rusos cuentan con una dilatada relación histórica, más allá de la Guerra Fría. De orígenes distintos, han compartido y comparten la apetencia por el poder.
El dominio del águila americana se ve desafiado por el ave fénix ruso. El último zar vuelve a exhibir maneras de gran señor, con disgusto del sucesor de Washington y de su república imperial.
Aparentemente, Putin parece querer un nuevo Tilsit, como el que consiguió fugazmente Stalin de Hitler en 1939. Ver reconocida su área de influencia euro-asiática y hacer su santa voluntad en casa en materia de derechos. Más de lo mismo, al fin y al cabo.
Y más de lo mismo desde el otro lado. No se quiere ceder un territorio tan estratégico ni condescender en un tema tan sensible, pues de lo contrario se perdería de una u otra forma la hegemonía, la política y la cultural. Aquí, Estados Unidos sigue los pasos de la Gran Bretaña decimonónica, la de la Guerra de Crimea.
La Historia ha visto sucederse distintas hegemonías, sólidas en apariencia, pasajeras al final. Cuando un poder mundial decae, van cuajando las esferas de influencia de los rivales. El juego no ha terminado.
Estados Unidos, con independencia de quien sea su presidente, puede retrasar el avance contrario, pero no ahogarlo. Rusia no lo puede forzar más a día de hoy. Es necesario hablar, y al menos decir que no se alimentara más la hoguera de la discordia. Con tal sucedáneo de la pipa de la paz, cada uno se tragará su particular sapo. La realidad es tozuda.