FRANCIA, ENTRE JUANA DE ARCO Y EL 14 DE JULIO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

08.07.2024 09:03

               

                El hoy de Francia.

                Francia es una de las grandes naciones de la Europa de comienzos del siglo XXI y todavía una potencia de rango medio-alto en la escena internacional, hasta tal punto que la Unión Europea sería mucho más frágil sin su intervención. Su cultura, modo de vida e idioma no son tan influyentes como en el pasado, pero todavía gozan de enorme prestigio y atraen a una enorme cantidad de turistas todos los años.

                Su economía es una de las diez más importantes del mundo y ocupa el vigésimo sexto lugar por PIB per cápita de los 196 Estados actuales. Son cifras ciertamente envidiables, pero incapaces de evitar el descontento de una parte de su ciudadanía. Los disturbios de octubre de 2005, el movimiento de los chalecos amarillos (iniciado en noviembre de 2018) o las protestas de los agricultores de enero-febrero de 2024 nos descubren una sociedad compleja con grandes dosis de hartazgo. La inmigración se ha encontrado en el epicentro de muchas polémicas públicas, con la llegada de muchas personas procedentes de Argelia, Marruecos u otros países africanos. El domingo 7 de julio la Agrupación Nacional, fuerza de extrema derecha, podía haberse alzado con un resultado histórico en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, algo que hubiera cambiado el actual equilibrio francés y europeo, pero sus pretensiones han sido frenadas con claridad. Ha sido el Nuevo Frente Popular el que ha logrado el primer lugar.  

                Muchas personas se preguntan cómo la Francia de las libertades, que celebra cada catorce de Julio su fiesta nacional, ha podido llegar a este panorama. Quizá la historia nos permita comprender mejor la complejidad francesa.

                Un reino turbulento.

                Desde L´Île-de-France, los monarcas de distintas dinastías consiguieron alzar un importante reino, en el que su autoridad fue más acatada que en otros territorios. Su cesarismo se convirtió en absolutismo en tiempos de Luis XIV, el Rey Sol. Sus servidores fueron capaces de aplicar justicia, dictar leyes, cobrar cuantiosos tributos y movilizar importantes ejércitos, en una medida que no consiguieron no pocos de sus rivales. La monarquía francesa aparecía tan imponente a ojos de otros que cuando se derrumbó con la Revolución algunos pensaron que los días de Francia como gran potencia habían llegado a su fin.

                Sin embargo, el reino de Francia estaba acostumbrado a padecer períodos de abatimiento y de turbulencias, que coincidieron con el despliegue ofensivo de sus enemigos. Durante la guerra que llamamos de los Cien Años, las facciones se disputaron con acritud el poder, coincidiendo con un hondo malestar social, el del tiempo de las epidemias de peste. La católica Francia hizo armas contra su hermana protestante en una serie de guerras civiles que desangraron muchas comarcas del reino. Antes de los esplendores de Versalles, la Fronda hizo tambalear la autoridad de la corona. La trayectoria francesa no ha sido nada lineal, ni predestinada a la paz.

                Una sociedad puntillosa de sus derechos.

                Cuando la monarquía imponía sus reales, no lo hacía sobre una sociedad amorfa, sino bien estructurada en grupos, más allá de los grandes estamentos. Como en otras partes de Europa, cada oficio, parroquia, circunscripción eclesiástica, municipio, demarcación señorial, país o linaje aristocrático disponían de su propia personalidad jurídica en forma de privilegios y normas particulares, que eran concedidos y prolongados por los reyes con la obligación de respetarlos. El feudalismo, en todas sus formas, había tendido sus redes en Francia, a veces en pugna con la monarquía, a veces aupándola. Los duelos que un día simbolizaron la quintaesencia de la caballerosidad de los servidores reales, fueron perseguidos siglos después como contrarios a la justicia regia.

                Curiosamente, los Estados Generales no llegaron a alcanzar el ascendiente del Parlamento de Inglaterra. Montesquieu se lamentó en su El espíritu de las leyes de la minusvaloración pública de los Estados o grupos particulares en el gobierno del reino bajo el absolutismo. Hombres de armas, de leyes, de la Iglesia y de las fianzas hicieron fortuna durante décadas y décadas, según los cánones de aquel Antiguo Régimen. Afirmaron su personalidad y sus ambiciones, hasta tal extremo que la burguesía insatisfecha de no poder alcanzar sus altas metas ha sido presentada como la fuerza motriz de la gran Revolución. En otras interpretaciones, fue el resultado de la frustración de todos los grupos sociales bajo un absolutismo cada vez más decadente.

                El régimen napoleónico alentó su propia nobleza y sus categorías sociales, que en el fondo prolongaban esta Francia de gentes puntillosas de sus derechos y de su honor. La repartición de la propiedad de la tierra tras la abolición de los derechos señoriales creó un campesinado orgulloso, unos hosteleros avispados la libertad de comercio, una oficialidad nacionalista las grandes movilizaciones de la Revolución y del Imperio, unos burócratas y unos políticos preeminentes la centralización del Estado, y unos círculos intelectuales destacados la libertad de pensamiento y la Universidad.

                Esta sociedad fuertemente segmentada, atenta a las formas y con fuerzas que dicen hablar en nombre de toda la nación, atesora grandes dosis de energía y de talento, pero también de descontento cuando su equilibrio se quiebra.

                Una sociedad con fuerzas contrarrevolucionarias.

                En 1789 se forjó la Francia actual. Nadie la entendería sin la Revolución, un movimiento de transformación ciertamente complejo que abarcó desde los defensores de una monarquía parlamentaria al modo británico a los partidarios de una república más social. En su contra, se levantaron las fuerzas partidarias del Antiguo Régimen, con Luis XVI al frente, que llegaron a movilizar en países como la particular Bretaña a fuerzas populares, los Chouans.

                Fueron vencidos al final, junto a sus aliados extranjeros, y la nueva Francia pudo despegar. Sin embargo, no entenderíamos este triunfo sin una liquidación y sin un compromiso. La derrota de los jacobinos y de los sans-culottes consolidó una república de perfiles burgueses. El régimen de Napoleón integró a elementos de la vieja sociedad y a su modo llevó al poder absoluto a una de sus mayores cotas de eficacia en Francia. La Restauración profundizaría sobre este compromiso.

                La Francia de los prohombres y de los prefectos fue visible durante el II Imperio e incluso bajo la III República, fundada por monárquicos  que liquidaron la Comuna de París. En esta Francia, con deseos expansionistas, se impuso el nacionalismo, causando un malestar muy intenso la derrota frente a los prusianos de 1870-71. Así pues, frente a la Francia rupturista se mantuvo la tradicionalista.

                Sus manifestaciones no fueron escasas: la amenaza de golpe de Estado del general Boulanger de 1889, el caso Dreyfus de 1899, la Acción Francesa de Charles Maurras, el intento de asalto de la Asamblea Nacional de 1934, la actitud frente a la II República durante la Guerra Civil de España, el colaboracionismo de Vichy con el poder nazi, la actuación colonialista en Indochina y Argelia, el intento de golpe de Estado de 1961 de los generales de Argel, y la Organización del Ejército Secreto (OAS). La tentación de edificar una Francia más nacionalista, altiva y de valores tradicionalistas ha sido, sin duda, intensa, ganando para su causa a veces a grupos populares y de las clases trabajadoras, que han culpabilizado al extranjero de muchos de sus males.

                Un poder con vocación de dominar Europa.

                El extranjero ha sido visto con una mezcla de altivez y de paternalismo por los dirigentes de la que en su día se consideró hija primogénita de la Iglesia católica. Sea como portaestandarte de una Cruzada, sea como campeona de la liberación de los pueblos, Francia se ha sentido con derecho a llevar la voz cantante y a educar, a civilizar, a los que acudían a su regazo.

                Quizá para entender esta tendencia nos deberíamos remontar a los aguerridos francos, que supieron utilizar el poder de la propaganda católica en su favor. Si el imperio carolingio supuso su pináculo, su división entrañó la aparición de la Francia propiamente dicha, relegada al principio del dominio de la Cristiandad ante el Sacro Imperio y el Papado. Abatidos ambos como poderes universales, Francia pugnó con Inglaterra, España o Gran Bretaña por algo más que el control de su territorio. Jugó con fuerza al dominio de Europa, con los Países Bajos e Italia como trofeos. A su modo, Napoleón fue el último gran intento de esta pulsión de poder.

                Los fracasos en la Europa decimonónica condujeron a la renovación de la expansión ultramarina, y la constatación de su fragilidad en Europa a terminar dentro de una comunidad europea, sin la relevancia internacional de Estados Unidos y otros poderes. Francia todavía aspira a un protagonismo del que ya carece.

                Desequilibrios actuales y la sombra del 14 de Julio.

                Más allá de los problemas por los que atraviesa el actual Estado del bienestar en muchos países, Francia ha descubierto una serie de desequilibrios propios. El sentido de la valía del propio grupo o de la individualidad misma contrasta con unas condiciones que se estiman intolerables. La patria de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad acoge a personas procedentes del antiguo imperio colonial, consideradas por algunos como invasoras de costumbres contrarias al carácter francés. Su poder internacional es muy discreto, inseparable de una Unión Europea no siempre vista con simpatía.

                En estas circunstancias, el mito de Juana de Arco vuelve a la carga, aunque en esta ocasión no se trata de derrotar a los partidarios del rey de Inglaterra, sino de afrontar los retos de una sociedad más compleja y cosmopolita.

                El 7 de julio de 2024 Santa Juana parece haber terminado nuevamente en la hoguera, pues en muchos franceses ha pesado más la idea del 14 de Julio republicano, el de la nación de las libertades. Francia ha vuelto a experimentar sus contradicciones y a demostrar su fortaleza.