FLOTAS Y AUTORIDAD DE LOS OMEYAS DE CÓRDOBA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

19.09.2023 08:34

               

                El final del imperio romano en Occidente vino acompañado de una fuerte inseguridad política y militar. Varios grupos germanos emprendieron campañas terrestres y marítimas para conseguir botín, dominios y autoridad. Jutos, anglos y sajones se lanzaron contra Britania. Los hérulos, que depondrían al emperador Rómulo Augústulo, atacarían el litoral de Hispania. Aunque la Antigüedad Tardía o la temprana Edad Media han sido vistas tradicionalmente como un tiempo de repliegue continental, el comercio mediterráneo no se interrumpió ni por asomo. Los mercaderes sirios llegaron hasta los puertos del este hispano. En otro plano, los vándalos llegaron a tener en el Mediterráneo una importante armada. A finales del siglo VII, los barcos de los visigodos frenaron un ataque musulmán.

                Cuando los musulmanes conquistaron Hispania, convirtiéndola en una wilaya o provincia de su imperio, no se encontraron unas gentes desprovistas de experiencia naval, precisamente. La autoridad de Abd al-Rahmán I, que erigió en Al-Ándalus un Estado propio o dawla, no fue acatada por todos. Pierre Guichard defendió la distinción entre los moros de procedencia norteafricana de los sarracenos de otros orígenes. Entre estos últimos se encontrarían muchos hispanos, más o menos islamizados, que emprenderían ataques contra los dominios francos y los bizantinos. Tales piratas andalusíes dominaron Alejandría entre el 814 y el 826. Más tarde, marcharon a Creta y contribuyeron a la conquista musulmana de Sicilia.

                Los emires Omeyas de Al-Ándalus fueron muy conscientes que la islamización iba pareja al asentamiento de tropas y a la imposición de su autoridad. En sus fronteras reunieron en un solo representante el poder militar con el civil. Por ello, un almirante podía tener también la categoría de gobernador. En el siglo IX, de forma pareja, impulsaron la construcción de mezquitas aljamas en todas las ciudades importantes, así como la creación de ciudades de nueva planta que sustituyeran a antiguas urbes episcopales o acogidas a pactos de entrega.

                Los ataques vikingos de aquel siglo dieron la oportunidad de reforzar otro instrumento de poder, la armada. Se establecieron bases navales en Lisboa y en Sevilla, que se dotó de atarazanas (dar al-sinaa). Sus barcos fueron aprovisionados con los instrumentos de guerra oportunos y de nafta para elaborar el terrible fuego griego. Se atrajo a marineros expertos con buenos salarios, cuando los mercenarios ganaban protagonismo en el ejército frente a las comitivas de los poderosos árabes. El emir Abd al-Rahmán II fue el gran impulsor de estas medidas, coronadas por el éxito en el 859, bajo el mandato de su hijo Muhammad I. Los vikingos encajaron una derrota en la desembocadura del Guadalquivir, años antes de ser vencidos por Alfredo el Grande en Britania. Sus fuerzas volvieron a ser frenadas contundentemente en el 971. La construcción de los buques de guerra andalusíes había tomado en consideración el modelo de las naves enemigas.

                A comienzos del siglo X, el poder de los Omeyas de Córdoba se reforzó con la conquista de Baleares (903), una empresa tan digna de su fuerza militar como la sumisión de las tierras de Elvira y Jaén, con la toma de cerca de trescientas fortificaciones y torres. Sin embargo, la aparición en el 909 del poder de los fatimíes en el África del Norte, que llegaron a proclamar un califato, complicó sobremanera la situación omeya en el Mediterráneo y en el Sur, donde según algunos historiadores se organizó una frontera menos conocida que las opuestas a los cristianos del Norte.

                Abd al-Rahmán III, que adoptó también el título califal en el 929, emprendió una política de expansión en territorio africano. No sólo buscó afirmarse frente a sus rivales, sino también el oro y las riquezas que afluían hacia sus ciudades desde el interior del continente. En el 927 sometió el territorio de Melilla, perdido en el 936. Ceuta se tomó en el 931 y en el 951 Tánger, mientras se reordenaron las bases de Almería y Tortosa.

                El ataque fatimí a Pechina del 955 hizo saltar las alarmas. Las defensas navales se reforzaron, puntos como el de Algeciras fue dotado de atarazanas, se hizo una aproximación diplomática al imperio bizantino y Tánger sería recuperado en el 972. Aunque Almería era la  base más importante, su carencia de los recursos suficientes en su territorio circundante y de tropas le hacía depender de la asistencia de Sevilla. Situada en un área fronteriza con los cristianos y con buena provisión de madera, Tortosa podía ser considerada la segunda base naval andalusí en importancia.

                Ibn Jaldún sostuvo que Abd al-Rahmán III pudo botar una flota de doscientos buques, y de trescientos su hijo Al-Hakam II, según Ibn al-Jatib. Cada una de las naves era capitaneada por un qaid. El rais orientaba su rumbo. Al almirante o qaid al-asatil correspondía el mando supremo. Un comandante destacado de la armada de los Omeyas de Córdoba fue Abd al-Rahmán ibn Rumahis. Nacido en Almería, llegó a gobernar la kura de Pechina durante las ausencias de su padre. A él correspondió la victoria en el 971 frente a los vikingos que trataban de alcanzar Sevilla por el Guadalquivir. Tomó parte en las campañas navales africanas. El suspicaz Al-Mansur ordenó su envenenamiento en el 980.

                Los recursos forestales de áreas como las de la serranía de Cuenca beneficiaron al poder naval andalusí, hasta tal punto que algunos autores han sostenido que su pérdida a manos cristianas determinaría la declinación de la hegemonía musulmana en el Mediterráneo Occidental de décadas posteriores. La armada omeya fue empleada por Al-Mansur para bloquear Barcelona en el 985.

                La política naval del califato de Córdoba contribuyó al desarrollo urbano del Sharq Al-Ándalus y en urbes como Tortosa, Denia y Almería se fortalecieron a su sombra grupos de militares y administradores de origen eslavo, que con el tiempo crearían sus propios dominios. Dialécticamente, la flota que había dado poder al califato también tuvo su parte en su disolución. Con independencia de las acciones navales de la taifa de Denia, que alcanzaron Cerdeña, el fin del califato de Córdoba hizo mucho más difícil una armada andalusí poderosa.

                Para saber más.    

                Jorge Lirola, El poder naval en la época del califato omeya, Granada, 1993.