FILIPINAS, EN EL CENTRO DE LAS AMBICIONES EUROPEAS DEL XVII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las riquezas de Asia atrajeron a los europeos desde la Edad Media, al menos, y en el siglo XVII comerciantes y gentes de acción de distintas naciones se disputaron los favores de los mercados asiáticos. A los portugueses y españoles se sumaron los holandeses, ingleses, franceses y daneses, entre otros. En 1616 se estableció la Compañía Danesa de las Indias Orientales, que llegó a tener tanto vuelo comercial como la inglesa en la India de la primera mitad del XVII. Los daneses fundaron en 1620 el establecimiento de Tranquebar, y desde allí extendieron sus negocios por la costa oriental india, a veces en connivencia con los portugueses.
Dinamarca, señora por entonces de Noruega, entró en la guerra de los Treinta Años del lado de los enemigos de la casa de Habsburgo, pero su derrota y la clara enemistad de su rival Suecia le forzaron a acercarse a los españoles. Tenían un enemigo común, los holandeses, aliados de los suecos, por lo que el 20 de marzo de 1641 se concertó el tratado de amistad y comercio entre Cristian IV de Dinamarca y Felipe IV, entonces en severos apuros políticos y militares. Ambos monarcas pretendieron quitarse de encima la intermediación de los holandeses, algo que también podía ser favorable a Carlos I de Inglaterra, en buenos tratos con España y en pésimas relaciones con el parlamento, algo que le conduciría a la guerra civil.
La cooperación parecía prometedora, pero su viabilidad fue puesta a dura prueba en Filipinas, área especialmente sensible de las ambiciones comerciales y políticas de los europeos en Asia. En relaciones con la agitada China de la época y conectadas a través de la ruta pacífica del Galeón de Manila con la Nueva España, los holandeses las codiciaron. Desearon conquistarlas como hicieron con varios dominios de Portugal, que en 1640 se separó de la Monarquía hispana. Otros pueblos europeos, paralelamente, buscaron ganar mayor poder y riqueza en la región.
El gobernador y capitán general de Filipinas, Diego Fajardo, refirió al Consejo de Indias el 15 de agosto de 1645 que de las factorías inglesas en Oriente, concretamente de las de Surat, llegó en 1644 un patache para comerciar. Ofreció municiones, pertrechos, hierro y salitre, mercancías muy necesarias en una Filipinas tan mal provista como amenazada. Se le admitió por ello y por las paces entre ambas coronas, con el consentimiento de la Real Audiencia.
En julio de 1645 llegó otro patache, el danés Buena Esperanza, con hierro y elementos parecidos a los de los ingleses. También se le autorizó a comerciar. Coincidió su arribada con la de dos galeones de la Nueva España, y su maestre pudo vender sus mercancías por valor de 40.000 pesos. Cuando se disponía a partir del puerto de Cavite una tempestad lo detuvo. Un esclavo moro, preso por ciertos delitos en la embarcación, escapó a nado e informó que en verdad el Buena Esperanza venía de Batavia (la sede del poder holandés en Indonesia) para espiar a las fuerzas españolas. Al parecer, los holandeses pretendían apoderarse de las Filipinas en 1646.
Instó el esclavo a buscar en los papeles y cosas del maestre. El gobernador mandó en barcones a gente armada al patache. El 26 de agosto de 1645 se dictó sentencia, confirmada el 23 de octubre: el maestre y el piloto fueron ahorcados, los marineros condenados a remo y los objetos confiscados, por valor de 40.000 pesos, en oro y plata, por mucho que se declararan 18.301. El patache y su artillería quedaron al servicio del rey Felipe IV. Se apreció que muchas de sus mercancías procedían de las Indias portuguesas en rebelión. También se declaró carácter luterano de los tripulantes para reforzar la sentencia.
¿Era el Buena Esperanza un medio de espionaje holandés? ¿Fue una argucia de los españoles de Filipinas para quedarse con su carga? El gobernador de las Indias Orientales danesas, Guillermo Vey, protestó, y el de Filipinas le indicó que procediera por vía de apelación al Consejo de Indias. Al fin y al cabo, dos pataches ingleses habían comerciado con los españoles de Filipinas en 1644 y 1645, a pesar de proceder de la portuguesa Macao.
En vista de ello, el residente Cornelio Lezque reclamó ante el Consejo en nombre de Cristian IV. En Filipinas, distintos testimonios refirieron una historia azarosa. El Buena Esperanza se proponía viajar de la India a Japón, adoptando la usanza portuguesa. Sin embargo, los holandeses lo capturaron a la entrada del estrecho de Malaca y lo condujeron a su fortaleza allí, donde estuvo detenido durante cuatro meses. Sus autoridades entablaron amistad con su capitán, alteraron su usanza, proveyeron con mercancías de las factorías holandesas (ropas, hierro, canela y pimienta) y embarcaron hasta doce marineros holandeses, además de a más de un inglés. Antes de llegar a Filipinas, el capitán murió en una aguada en combate con los naturales. El maestre tomó el mando: se deshizo de todos los documentos portugueses antes de recalar en el puerto de Cavite.
En consecuencia, el gobernador Fajardo negó todo mal el 29 de agosto de 1646. El Consejo aprobó su proceder, pero no se mostró nada conforme con el de la Real Audiencia de Manila en relación a los pataches ingleses. Su fiscal Jerónimo de Camargo instó el 24 de julio de 1647 a una severa reprensión por no autorizar la paz con Inglaterra tal paso a las Indias Orientales, por mucho que se adujera la necesidad de abastos estratégicos. Era al virrey de Nueva España al que correspondía dispensar el oportuno situado o asignación económica. Por tanto, al presidente de la Real Audiencia se le multó con 500 pesos y con 200 a cada oidor, fiscal y oficial a 21 de septiembre de 1647. Por aquel entonces, el Consejo también descartó la oferta de venta de pimienta por la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, por temor a que fueran un portillo para apoderarse de las codiciadas Filipinas.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Filipinas, 193, N. 11.