EXPEDICIONES ABULENSES EN EL VALLE DEL GUADALQUIVIR. Por Verónica López Subirats.
A mediados del siglo XII, los castellanos habían establecido al Norte del reino de Toledo una serie de comunidades de villa y tierra de singular importancia, con amplios territorios y aguerridas fuerzas propias, las de sus huestes vecinales. Los vecinos tomaban parte en sus incursiones de acuerdo con su patrimonio y en consonancia participaban en el reparto del botín. Los más afortunados lograban fortuna para ingresar en las filas de la caballería. Vasallos directos del rey, tomaron a veces la determinación de emprender incursiones por su propia iniciativa. El hundimiento del imperio almorávide y la aparición de unas segundas taifas en Al-Ándalus les brindaron una gran oportunidad para ampliar el radio de sus incursiones.
Ávila, una de las más descollantes comunidades de villa y tierra de Castilla, hizo armas contra cristianos y musulmanes enemigos de su rey. Los abulenses llegaron en sus incursiones hasta Tarifa y Algeciras. Sus fuerzas disponían de buenos exploradores y llegaron a conocer bastante bien el terreno incursionado. Bajo el mando de hombres como Sancho Jiménez, conocido con el sobrenombre del Giboso, la hueste abulense salió en campaña en la primavera de 1173 hacia el rico valle del Guadalquivir.
Se encaminaron hacia Sevilla. Atravesaron el Guadalquivir por un vado y alcanzaron las tierras del Sur de Córdoba, donde hicieron cautivos y apresaron una gran cantidad de ganado. Tal incursión desafiaba el control de los almohades sobre la Hispania musulmana.
Consciente del peligro, el califa almohade mandó contra los abulenses un ejército mandado por sus propios hermanos. Los de Sancho Jiménez supieron del riesgo y emprendieron la retirada hacia sus tierras, pero al final fueron alcanzados por las fuerzas almohades. Los abulenses se acogieron a un monte para plantar cara, pero fueron sobrepasados y aniquilados. La muerte de Sancho Jiménez fue celebrada como un gran triunfo por el régimen almohade, que de esta manera se presentaba como el protector más cualificado de los musulmanes.
En los años sucesivos, el imperio almohade emprendió un notable esfuerzo de movilización desde el Norte de África para mantener a raya a los poderes de la Cristiandad ibérica, pero no consiguieron abatir el nervio de las huestes de ciudades como las de Ávila, más tarde de gran importancia en las campañas de Fernando III.