ESTAMPAS DEL SIGLO NO TAN DE ORO. UNA ORGULLOSA CIUDAD DE CRISTIANOS VIEJOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La preocupación de los gobiernos del celoso Felipe II por cuestiones geográficas, que hoy llamaríamos estadísticas e incluso históricas fue importante, pues afectaban al prestigio de sus dominios y al conocimiento de sus recursos. En Castilla, ordenaría las singulares Relaciones topográficas, que tanto jugo han dispensado a la historiografía.
El 27 de octubre de 1575 el gobernador y justicia mayor del marquesado Jerónimo Briceño de Mendoza, un veterano de la administración, comunicó el deseo real de disponer de una memoria que describiera Villena y las cosas particulares de su Historia. Gracias a la misma, conocemos cómo era en líneas generales una pequeña ciudad castellana (hoy alicantina), muy próxima al reino de Valencia, entonces en plena expansión económica.
Los escogidos para tal tarea fueron el escribano Francisco de Medina, el jurado Francisco Rodríguez Navarro y el vecino Francisco Martínez de Olivenza. Se pregonó para que los ayudaran los vecinos en tres días. Aquéllos formaban parte del grupo dirigente local, y en la relación tuvieron buen cuidado de incluir a algunos de sus familiares más destacados. Juan Martínez de Olivenza había acudido al socorro de Malta en 1565, y el capitán de la ciudad y marquesado Pedro Rodríguez Navarro gastó mucho de su hacienda durante la guerra de Granada. También se destacó al canónigo de Cartagena Alonso Martínez Navarro, linaje que se preciaba de su origen vizcaíno.
Gozaba Villena del título de ciudad desde el 6 de noviembre de 1525, y era cabeza del marquesado del mismo nombre, un amplio territorio extendido por la submeseta Sur. Su concejo se componía de dos alcaldes ordinarios, un alguacil, dos jurados, seis regidores y dos alcaldes de la Santa Hermandad. San Juan era el tiempo de su elección anual.
Los que respondieron conocían de la antigüedad de Villena por sus edificios, aunque también dijeron ignorar gran parte de su pasado. De forma más segura se remontaban, sintomáticamente, a Jaime I. No dejó de destacarse la presencia de las armas de Aragón.
El orgullo de cristianos viejos se destacó al caracterizar la rebelión de 1475 contra don Diego López Pacheco, favorecedor de confesos o judeoconversos que vejaban a los fieles. La rebelión contra el señor se cubrió con la fidelidad a Dios.
Aunque se sostuvo que Villena era de poco pasaje y percibía pocos derechos, la raya con el reino de Valencia se encontraba a escasa media legua (poco más de dos mil metros), careciendo de casa de aduana. Sin embargo, se quejaron del factor del recaudador de los puertos secos, que ocasionaba desde 1556 diversas molestias, particularmente en el camino de carros entre Orihuela, Alicante y Valencia, al no dar valor en sus registros a los documentos de la alcabala de guía.
Con poco trigo y carne, debía abastecerse en el resto de Castilla. Villena producía solamente una media de 10.000 fanegas y tenía 700 vecinos a alimentar.
Deseaba Villena tener asiento en Cortes como la ciudad de Murcia para evitar los inconvenientes en los repartimientos de servicios reales. En aquel momento, las deudas habían obligado a marchar a cuarenta o cincuenta familias al reino de Valencia y a la repoblación de las Alpujarras. Muchos de sus vecinos de Villena eran jornaleros, y el común de la gente no era gente rica, comiendo “de lo suyo”, sin que florecieran las contrataciones o los oficios mecánicas.
La relación resultante se envió al influyente secretario Juan Vázquez de Salazar, dejando claras las glorias y las limitaciones de una localidad de cristianos viejos de la España del siglo XVI.
Fuente.
José Cano y Aurelio Cebrián, Relaciones topográficas de los pueblos del reino de Murcia, 1575-1579, Murcia, 1992.