ESPÍAS FRANQUISTAS EN EL MADRID REPUBLICANO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El levantamiento militar contra la República fracasó en Madrid, donde muchos desafectos al régimen quedaron atrapados. Los que pudieron llevaron a cabo operaciones de información y de sabotaje, formando la quinta columna de la que hablara a la espera de conquistar la capital el general Mola.
Este militar había propuesto a mediados del mes de agosto de 1936 al conde de los Andes la formación de un servicio de espionaje o inteligencia de carácter privado, que actuaría especialmente en Cataluña con la ayuda de los catalanistas conservadores, el Servicio de Información de la Frontera Noreste, algunos de ellos tan conocidos como el escritor Josep Pla. Madrid no le mereció por entonces las mismas atenciones pese a todo.
Allí un grupo de oficiales de intendencia habían conseguido refugiarse en la embajada de Turquía, conformando la que sería conocida como la red de los Antonios, que fue capaz de abrir la ruta de fuga del Tajo.
Precisamente el teniente Antonio Rodríguez Aguado logró captar para su organización a un hombre que se haría famoso en el espionaje español, el teniente coronel José Ungría, atrapado en el Madrid republicano junto a parte de su familia. Se le encomendó informar sobre la situación del frente de la Ciudad Universitaria.
Las actividades de los Antonios resultaron más modestas que las del SIFNE, con mayor financiación gracias a los buenos oficios de Francesc Cambó o Joan March y una red de informadores mucho más tupida, en particular en los puertos de Barcelona, Valencia y Alicante.
El contraespionaje republicano consiguió desarticular a los Antonios, pero no atrapó a Ungría, que fue capaz de formar el Servicio de Información y Policía Militar sustituyendo al Servicio de Información Militar. El 28 de agosto de 1938 el SIFNE se integró por decreto en el nuevo SIPM, que dependería directamente del cuartel general de Franco.
Imagen de José Ungría.
Se estructuró territorialmente adoptando la forma oficial de cuerpos de ejército, empleando como agentes en Madrid militares oficialmente caídos en combate, infiltrándose en la retaguardia republicana con identidades falsas.
Sus agentes consiguieron burlar los controles de carretera para restablecer la ruta del Tajo con la ayuda de conductores antirrepublicanos. A lo largo de la Guerra Civil este camino permitió escapar a no pocos oficiales de artillería y de ingenieros y pilotos de aviación, especialmente numerosos en Madrid antes del 18 de julio, lo que fue de gran valor técnico para el ejército franquista.
En el verano de 1938 su informó sobre el despliegue de las fuerzas republicanas en el frente matritense y del estado moral de su retaguardia, muy quebrantada por las carencias de alimentos. Su emisora clandestina resultó de gran ayuda. También fue capaz de pasar oro del Banco de España y monedas del Museo Arqueológico Nacional al campo franquista.
En enero de 1939 dio cuenta del intento militar republicano que hubiera conducido a la segunda batalla de Brunete. Al finalizar la guerra se le ordenó acabar con los resistentes republicanos para facilitar el traslado de la capital franquista desde Burgos, dividiéndose Madrid en doce distritos para acometer la represión.
Según nos informan Fernando Puell y Manuel de Ramón, muchos de sus miembros en Madrid como Manuel Gutiérrez Mellado, que con el tiempo plantaría cara a Tejero, no recibieron el debido reconocimiento de las autoridades franquistas y de demasiados compañeros, que no los consideraron dignos del uniforme militar al no haber entrado en batalla campal. Triste destino el de los espías militares, en especial cuando sirven la causa de una dictadura.
Imagen del joven Manuel Gutiérrez Mellado en fotografía ofrecida por ABC.