ESPAÑOLES EN LA ISLA NORTEAMERICANA DE NUTKA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el siglo XVIII, las potencias europeas compitieron por la hegemonía del extenso océano Pacífico. Desde Siberia, los cazadores de la compañía rusa Lebedev-Lastochkin (la de comercio de San Petersburgo) alcanzaron la costa de Alaska en 1786. De mayo a finales de agosto, se dedicaban a capturar nutrias, lobos marinos, ballenas y otras especies. El resto del año, cazaban osos, zorros, ciervos y otros cuadrúpedos. Llegado septiembre, entregaban en Siberia a los agentes de la compañía hasta 9.000 pieles, según cálculos de los españoles.
En 1787, la zarina Catalina II solicitó al gobierno de Carlos III ejemplares de libros sobre lenguas indígenas americanas y filipinas. El interés por el Pacífico y América era claro. Entre 1787 y 1790, con 3.000 amerindios de Alaska bajo su férula, cada individuo tributaba dos pesos a la compañía. A aquéllos les enseñaron su idioma y a escribir los rusos, con el propósito de extender su área de influencia. No obstante, los amerindios también aprendieron inglés, que utilizarían en sus tratos con los españoles.
Los españoles llevaban tiempo siguiendo con preocupación la marcha de los acontecimientos al Norte de la costa de California, desde bases como la de San Blas. El virreinato de la Nueva España lo consideró una amenaza en toda regla. En 1774, se mandó una expedición al mando de Juan José Pérez Hernández, que descubrió el estrecho de Nutka o la Nueca de los españoles, una isla de la gran isla de Vancouver. Más allá de frenar a los rusos, tal área tenía un gran interés mercantil, pues se pensaba todavía encontrar el anhelado paso entre América y Asia, de singular importancia para comerciar con la atractiva China de los manchúes.
Con semejantes expectativas, los británicos también se interesaron por la zona, cuando sus colonias de la costa atlántica iniciaban su guerra de independencia. En 1778, James Cook llegó allí, y al publicarse su diario se abrió el apetito comercial de los que pensaban enriquecerse en Cantón vendiendo pieles de la América del Norte. En vista de ello, los españoles enviaron una nueva expedición, esta vez comandada por Ignacio Arteaga y de Bodega, que en 1779 exploró el Sureste de Alaska.
No obstante, el gobierno español decidió avanzar sus posiciones desde California más tarde, en 1787. Por orden del virrey novohispano Manuel Antonio Flores, se tomó posesión de la ensenada de Nutka en mayo de 1789. Allí se estableció el presidio o punto fuerte de San Miguel. Los españoles apresaron buques de otros países, de los nacientes Estados Unidos y de la veterana Gran Bretaña, que reaccionó con vivacidad, sin dejarse arrebatar más posiciones. Un nuevo conflicto hispano-británico estaba servido.
En junio de 1790, la fragata Concepción y la balandra Princesa Real fueron destinadas a explorar con mayor precisión la región y a tomar posesión de distintos puntos, según los usos de su tiempo. En la expedición viajaba el inquieto Esteban Mondofia como intérprete de ruso, que también hablaba el serbio por sus anteriores tratos con Ragusa o Dubrovnik. Se estableció una batería y se reconoció la costa, localizándose los fuertes rusos, con calderas para beneficiar el aceite de ballena, almacenes y pescado seco para las invernadas. También se pretendió explorar el estrecho de Bering, en busca del ansiado paso a Asia.
Mientras tanto, Nutka fue guarnecida por la primera compañía de los Voluntarios de Cataluña, formados en 1767 para la protección de La Habana y, más tarde, destinados al interior de la Nueva España. Tal despliegue, con todo, quedó en agua de borrajas, pues España no contaba con todo el apoyo de su antigua aliada Francia, entonces en plena Revolución. Optó por la negociación, y en la convención de octubre de 1790 aceptó la posibilidad del reparto del área con Gran Bretaña, la devolución de lo aprehendido y la indemnización a los británicos.
De momento, España no renunció a sus posiciones, y el gobernador de Nueva Orleans Carondelet acarició la esperanza de abrir una ruta hacia Nutka por el interior de la América del Norte, avanzándose a estadounidenses y británicos. En su magno periplo mundial, la expedición de Malaspina y Bustamante recaló allí en 1791, y al año siguiente Jacinto Caamaño emprendió otra a la región.
En el verano de 1792, negociaron en Nutka Juan Francisco Bodega y George Vancouver, llevando ventaja el habilidoso español en los tratos para ajustar lo convenido en 1790. Las negociaciones, sin embargo, pasaron a Europa, donde España y Gran Bretaña se acercaron ante los acontecimientos de la Revolución francesa.
Los enemigos de la víspera se unieron contra la Francia regicida, y aunque fuerzas de la compañía fija de San Blas fueron destinadas a Nutka, España aceptó una nueva convención en enero de 1794. Los británicos podían comerciar libremente, y los españoles se avinieron a compartir sus antiguos derechos exclusivos. La frontera septentrional de California quedaba pendiente de delimitación, pero los españoles debieron abandonar Nutka, que evacuaron en abril de 1795. Los británicos levantaron entonces su pabellón allí.
Las dificultades de la España del Antiguo Régimen, en guerra con los revolucionarios franceses, influyeron en el desenlace de la disputa, pero también se ha apuntado el escaso éxito de la burocrática administración española en alentar la empresa y la iniciativa privada, al modo de otras naciones. En áreas tan alejadas, tal carencia de impulso resultó fatal, y Nutka se convirtió en el primer retroceso de las posiciones españolas en la América Septentrional.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Estado, 43, N. 13.
Para saber más.
Miguel del Rey y Carlos Canales, Los años de España en México. De Cortés a Prim, Madrid, 2011.
Wallace Olson y Enrique J. Porrúa, “Los viajes españoles a las costas de Alaska entre 1774 y 1792 y su contribución a la etnografía del área”, Anales del Museo de América, 10, Madrid, 2002, pp. 177-183.
David J. Weber, La frontera española en América del Norte, México, 2000.