ESPAÑA-RUSIA, RUSIA-ESPAÑA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Karl Marx nunca confió en las posibilidades revolucionarias de España o Rusia, alejadas en el siglo XIX del grado de desarrollo industrial de Gran Bretaña, donde el proletariado concienciado pondría fin al sistema capitalista. A día de hoy, la historiografía se muestra más comprensiva con una España que combatió por el liberalismo e inició la industrialización, pese a todo, y una Rusia que comenzó a desmantelar el viejo sistema de servidumbre. La Gran Guerra, la que conocemos como la I Guerra Mundial, resultó devastadora para el zarismo, que fue derrocado en 1917. La toma del poder por los bolcheviques marcó un antes y un después en la Historia Universal.
En la España del 17 las aguas también bajaron revueltas, y la monarquía de Alfonso XIII se salvó de momento por la división de las fuerzas de oposición. Entonces surgió el Partido Comunista de España, desgajado del PSOE. A medio plazo, Alfonso XIII preservó su posición recurriendo a la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que alentó un sistema con puntos de contacto con el fascismo italiano, más tarde asimilados por el franquismo.
Mientras tanto, la Rusia bolchevique no había conseguido desencadenar la revolución mundial, pero se había impuesto en una durísima guerra civil a sus adversarios. La reconstrucción de posguerra determinó la aplicación de medidas consideradas capitalistas, que no gustaron a los más ortodoxos comunistas. A finales de la década de los veinte, Stalin terminaría con aquéllas. Impulsó la colectivización, con no poca oposición campesina, y afirmó su poder con dureza. Dirigentes revolucionarios como Trotsky fueron blanco de sus iras.
La proclamación de la II República en la España de 1931, cuando los efectos de la Gran Depresión ya comenzaban a notarse, abrió un horizonte esperanzador. Entonces se planteó la posibilidad de acometer reformas en distintos niveles, pero la oposición de las fuerzas conservadoras lo frustró en gran medida. Una buena parte del obrerismo español se decantaba por entonces por el anarquismo, que no contemplaba con buenos ojos una República tachada de burguesa. La subida al poder en Alemania de Hitler alertó a las izquierdas, y la tensión subió de tono en 1934, cuando en Asturias los socialistas emprendieron una revolución.
La ascensión de los fascismos fue cosiderada por la III Internacional como un elemento de preservación agresiva del capitalismo en crisis. El temor al fortalecimiento alemán condujo a Stalin a proponer coaliciones de los partidos comunistas con otros socialistas o liberales de izquierdas. Surgió así la forma del Frente Popular, defendida en España por José Díaz, y que se alzó con la victoria electoral en Francia y en la España de 1936. Su triunfo y el temor a sus políticas desencadenaron el golpe de Estado que condujo a la Guerra Civil.
En la España en guerra se debatieron brutalmente las grandes causas de su tiempo, pero Francia y Gran Bretaña se inclinaron por la no intervención, en vivo contraste con el intervencionismo de Italia y Alemania. El proceso revolucionario en el campo republicano, conducido por los anarquistas y los socialistas de Largo Caballero, no gustó lo más mínimo a las potencias liberales. En estas condiciones, la intervención soviética a favor de la República fue de gran importancia. A cambio de pagos en metálico e influencia política, Stalin ordenó el envío de armas y asesores. La III Internacional, además, promovió la movilización de las Brigadas Internacionales.
Deseoso de congraciarse con franceses y británicos frente a los alemanes, Stalin secundó a los adversarios del proceso revolucionario, los socialistas moderados y los liberales de izquierdas. Aprovechó también las circunstancias para ajustar cuentas con los trotskistas del POUM, mientras el PCE ganaba peso, especialmente tras los hechos de mayo de 1937. El gobierno de Juan Negrín fue acusado de hacer seguidismo de los soviéticos, que en la crisis de Checoslovaquia se pusieron enfrente del III Reich. Entonces, la República desató la batalla del Ebro con la pretensión de enlazar la guerra de España con una nueva en Europa, capaz de alterar la victoria de Franco. No lo consiguió, pero el abandono de Checoslovaquia por Reino Unido y Francia convenció a Stalin de la necesidad de acercarse a Hitler, lo que fructificaría en el pacto germano-soviético de agosto de 1939.
El triunfo franquista arrojó a muchos españoles al exilio. Ya durante la Guerra habían marchado distintas agrupaciones de jóvenes a la URSS, los llamados Niños de Rusia. Allí fueron acogidos y se encontraron con una nueva guerra, la ocasionada por la invasión nazi de 1941, a la que se sumaría la División Azul enviada por Franco.
La guerra contra Hitler resultó una dura prueba para las gentes de la URSS, incluidos los españoles allí acogidos. Algunos esperaron mayores cotas de libertad y de bienestar al concluir la lucha, pero se encontraron un estalinismo endurecido al calor de un nuevo enfrentamiento, la Guerra Fría. Para algunos historiadores, uno de sus primeros actos fue el mantenimiento de Franco en el poder por Gran Bretaña y Estados Unidos. En la España de la Autarquía actuaron las fuerzas del maquis, con fuerte implicación comunista, aunque al final no consiguieron su objetivo de derrocar al régimen aliado de Hitler y Mussolini. El franquismo terminó consolidándose mientras Europa concluyó por partirse en dos campos contrarios.
Tras la guerra de Corea y la muerte de Stalin, comenzó un pequeño deshielo entre el Este y el Oeste. La revolución húngara de 1956 ni alteró el reparto europeo ni encendió la temida III Guerra Mundial. En este ambiente, España y la URSS también llevaron a cabo un pequeño acercamiento, que permitió el retorno de españoles acogidos a la Unión Soviética o que habían participado en la División Azul. Aunque Franco elogiaba en la intimidad los éxitos técnicos de los soviéticos, que atribuía a la capacidad de los alemanes bajo su férula, la llegada de grupos de los Niños de Rusia desató la psicosis de que se trataran de espías infiltrados. En sus interrogatorios, tomaron parte agentes de la CIA junto a policías españoles.
La adaptación a la nueva realidad española no dejó de ser compleja. Algunos de los españoles de la Unión Soviética formaron parte de la misión destacada en la Cuba de Fidel Castro, que tanta relevancia tuvo durante la Crisis de los Misiles. Con la Transición y la legalización final del PCE en 1977, retornaron definitivamente figuras como Dolores Ibárruri. Su Historia es todo un capítulo de la española del siglo XX, escrita a kilómetros de distancia con el alma en el lugar de origen.