ESPAÑA FRENTE A LOS OSAGES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
A finales del siglo XVIII no estaba nada claro cuál iba a ser el futuro político de la América del Norte. Con no poca dificultad, las antiguas trece colonias habían alcanzado la independencia bajo la forma de los Estados Unidos y se habían dotado de una constitución, pero todavía subsistían importantes imperios europeos. España, Gran Bretaña y Rusia mantenían una enconada rivalidad. Los pueblos o naciones amerindias trataban de sobrevivir en este complicado juego político. Algunos, incluso, intentaron acrecentar su poder.
Los osages desafiaron al poder español en la cuenca del Misisipi. Al oeste de este río España poseía por entonces unos extensos dominios, los de la Luisiana occidental, una antigua posesión francesa. Había sido cedida a España en 1763 por el tratado de París a modo de compensación de la pérdida de las dos Floridas. Desde su capital Nueva Orleans, se había intentado impulsar el poder español en el alto Misisipi desde 1769 a 1777 por las vías de la diplomacia, el comercio y los establecimientos. En la cuenca del Arkansas se había fundado el puesto de Carlos III. Las correrías osages ponían en cuestión lo logrado, pues habían cortado las comunicaciones y el comercio de otros pueblos amerindios ubicados más arriba del Ohio, el río Bello de los franceses que permitía su conexión entre Canadá y la Luisiana.
El brigadier Esteban Miró, en calidad de gobernador de Luisiana, había intentado contener sus acciones de guerra, pero se habían extendido desde lo alto a lo bajo de la cuenca del Ohio. En 1785 había estimado la fuerza de los grandes osages en cuatrocientos guerreros y de doscientos cincuenta la de los pequeños osages. Se temía que el cese del trato comercial ocasionaría una pérdida de la influencia española sobre los amerindios del territorio, que los rivales británicos de Canadá tratarían de ganar para su causa.
A 13 de mayo de 1791, los españoles ya habían mandado fusiles, pólvora, balas y mercancías a otros pueblos amerindios enemigos de los osages. El 5 de octubre, el representante español en San Luis de los Ilinueses (de Misuri), Manuel Pérez, informó al gobernador de Nueva Orleans. Era un hombre que conocía la región y sus pueblos. Consideró que cada guerrero amerindio enemigo de los osages necesitaría un fusil, una manta, un par de polainas, un braguero, una camisa, una hachuela, una libra de pólvora, dos libras de balas, media libra de bermellón, un cuchillo alemán, eslabón, sacatrapos, piedra de fusil, tabaco, aguardiente y víveres; es decir, unos quince o dieciocho pesos al precio de Nueva Orleans. También debería tenerse en cuenta lo que decían perder y ser repuesto. En suma, una partida de treinta a treinta y cinco guerreros costaría mil pesos como mínimo, sin considerar el mantenimiento de prisioneros o las mismas bajas. Por ello, unas veinte partidas resultarían muy caras, sin tener en cuenta a las aldeas a su cargo. Por si fuera poco, Pérez advertía que de veinte partidas enviadas contra los osages, diez no atacarían bajo distintos pretextos.
Se carecía de población blanca para atacar a una nación que podía poner en pie de guerra unos ochocientos guerreros al menos. La llegada de tropas desde Nueva Orleans sería también muy onerosa para la real hacienda. Se comparó a los amerindios de la cuenca del Misuri (el gran afluente del Misisipi) con los escitas de la Antigüedad, que sabían retirarse a las montañas escarpadas con facilidad. Una fuerza de ocho a diez mil hombres de infantería y caballería sólo gozaría de una ventaja puntual.
Problemas muy similares se le plantearon a las fuerzas de los jóvenes Estados Unidos. La solución, para los españoles veteranos, pasaba por alzar un fuerte de madera, cuya construcción se adjudicaría a alguien del territorio. Con cuarenta o cuarenta y cinco hombres podían reclamar los caballos robados. Dentro de los mismos osages se podría contar con al menos dos tercios de gente favorable, contraria a los ataques contra los españoles. Ellos mismos arrestarían a asesinos y ladrones. Así lograron los franceses la sumisión de los pueblos del Misuri. Con el tiempo, semejante fuerte alentaría un establecimiento español de mayores dimensiones.
Nuevamente, el 8 de noviembre de 1791, volvió a escribir Manuel Pérez al gobernador de Nueva Orleans. Los osages habían mandado una delegación, de parte de los principales jefes de su nación, de cuatro representantes, en una partida de treinta y dos hombres. Las condiciones españolas eran que enviaran a uno de sus jefes a Nueva Orleans y uno o dos de consideración como rehenes, además de responder por las incursiones realizadas. No aceptaron los osages enviar rehenes. En consecuencia, los españoles decidieron hacerles la guerra económica, no enviándoles tratantes ni suministros.
Los españoles, al mismo tiempo, previnieron incursiones contra sus establecimientos, como San Carlos de Misuri. Sin embargo, los osages no atacaron directamente. Eso sí, mandaron doscientos guerreros al río Misuri para interceptar las piraguas con el género para otras naciones como los kansas y los misuris. Se llevaron las mercancías a caballo pese a los ruegos de los tratantes. Sin embargo, como los españoles temían vivamente a que los comerciantes británicos ganaran la voluntad osage y que otros pueblos se sumaran a la hostilidad antiespañola, atacando los establecimientos distantes de San Luis, se mandaron nuevas canoas con mercancías.
La cuestión adquiría relevancia, al afectar a la solidez del imperio español en la América del Norte, en un momento en que la alianza con Francia hacía aguas ante el vuelo de la revolución y la persistencia de la rivalidad con Gran Bretaña. El tema pasó a la consulta del gobernador de Cuba Luis de Casas, que también ejercía como comandante en jefe de Luisiana y las Floridas. El 28 de abril de 1792 escribió al secretario de guerra y capitán general de los ejércitos, el conde de Campo Alange Manuel Negrete de la Torre, que debía su responsabilidad a su actividad como contratista militar.
La solución del fuerte pareció la más idónea, máxime cuando los cazadores y tratantes pensaban alzarlo a sus expensas a unos 730 kilómetros del establecimiento español en Arkansas Carlos III, al oeste del Misisipi. De este modo, los comerciantes de la cuenca del Arkansas proseguirían con provecho sus tratos de peletería, muy cotizada a la sazón. Además, tendría la ventaja militar de emplazarse a dos jornadas del territorio de los osages, con una guarnición de cuarenta soldados y cuatro artilleros. El encargado de su mando sería el capitán José Valliere, del regimiento fijo de Luisiana. Era un veterano que había servido durante tres años en el puesto Carlos III. Conocía bien el territorio y a sus gentes. En su opinión, los osages eran rapiñadores, pero poco valerosos, duchos en utilizar a su favor las distancias que tenían que cubrir los españoles. El gobernador de la Luisiana, el barón de Carondelet, era de su mismo parecer, máxime cuando desde el fuerte se promovería el comercio español y la obediencia de los amerindios arkansas.
Por mucho que al real erario no le costara nada, los tratantes debían construir el fuerte según las indicaciones oficiales de defensa. Valliere señaló el pasaje de Les Gallais como el idóneo. Superadas las dudas de dividir más las fuerzas del regimiento fijo de Luisiana, se acordó que tuviera una guarnición de un oficial, un cabo, cuatro artilleros y cuarenta soldados, dotados con piezas de pequeño calibre. La tarea era ingente, pues se concibió igualmente la esperanza de atraer y pacificar desde el nuevo fuerte a los pueblos amerindios colindantes con Santa Fe, en las provincias internas de la Nueva España, como los pawnes. El mercader de pieles de San Luis Auguste Chouteau se encargaría en 1794 de su construcción, a cambio de un verdadero monopolio del comercio con los osages por seis años.
Una España en crisis no pudo fortalecer su poder en Norteamérica, donde las distancias, carencia de recursos humanos y hostilidad de no pocos enemigos complicaron mucho su situación. España terminaría cediéndola en 1800 por territorios en Toscana a Napoleón, que en 1803 la vendería a los Estados Unidos por quince millones de dólares, una suma importante para la joven república. La familia Choteau entró en estrecho contacto con las nuevas autoridades estadounidenses, desde la expedición de Lewis y Clark, y los osages tuvieron que encararse con un nuevo poder, que con el tiempo los conduciría a tierras de Oklahoma.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra, LEG, 7244, 63.