ESPAÑA ANTE LOS AMERINDIOS CREEK Y LOS GEORGIANOS.
En 1783, Gran Bretaña acabó reconociendo la independencia de los Estados Unidos, las primigenias Trece Colonias, tras una guerra prolongada. En las negociaciones, norteamericanos y británicos terminaron uniendo posiciones ante las presiones de Francia, por lo que Londres terminó por ceder a la nueva república los territorios que se extendían entre los Apalaches y el Misisipi, comprendidos entre el Canadá sometido a los británicos y la Florida española. Tales tierras estaban habitadas por poblaciones amerindias, como los creek de la actual Alabama.
Los creek, como los llamaban los angloparlantes, conformaban una confederación de pueblos ciertamente compleja. Además de la caza, practicaban una variada agricultura y habitaban en una pléyade de aldeas alrededor de una serie de puntos ceremoniales. A medida que avanzaba la colonización anglo-americana desde la costa atlántica, los creek dieron cobijo a esclavos negros fugitivos y a otros tipos fronterizos. En 1792 se formaron partidas de guerra dirigidas por mestizos como John Galphin. Eran la llamada gente loca, que atacaron con ferocidad a los colonos georgianos del Oeste. Cortaron muchas cabelleras y se llevaron en sus incursiones caballos y esclavos negros.
Los creek estaban divididos, pero sus prohombres supieron actuar con diplomacia, pues conocían las rivalidades que oponían a los pueblos blancos del continente. Los británicos todavía no habían terminado de ceder sus derechos sobre el territorio a los Estados Unidos y los españoles de Luisiana y Florida no veían con agrado el avance anglo-americano. Aunque los habían atacado en distintas ocasiones, los creek se dirigieron entonces a los españoles en busca de ayuda, halagándolos con los títulos de padres, amigos y hermanos. El jefe John Canard les aseguraría que no albergaban intenciones hostiles hacia ellos y que los ataques a los georgianos eran obra de unos cuantos.
Los españoles desconfiaban vivamente de los nuevos Estados Unidos, que reclamaban la libre navegación por el Misisipi y la colonización de nuevas tierras. A pesar de su pasada victoria frente a Gran Bretaña y de la extensión de sus dominios norteamericanos, que prolongaban hacia el interior del continente el virreinato de Nueva España, carecían de efectivos suficientes y se veían reducidos a una serie de plazas fuertes, no siempre bien aprovisionadas desde México o Cuba. La alianza con los creek planteaba serios riesgos.
Coaligarse con ellos suponía romper con los Estados Unidos, que estaban emprendiendo preparativos militares contra los pueblos amerindios del Oeste de los Apalaches. Su Congreso había ordenado alzar un ejército de cinco mil soldados, según informaban los diplomáticos y comerciantes destacados, y Pensilvania y Virginia estaban movilizando sus tropas milicianas. Los españoles conocían la fuerza demográfica de la nueva república en comparación con sus establecimientos en la América del Norte y sabían que uno de los motivos de su independencia había sido el afán de sus gentes y sus hombres de negocios de arrancar terrenos a los pueblos amerindios. No tuvieron, pues, deseo de arriesgar un enfrentamiento y no estorbaron ningún tratado de límites entre los creek y Estados Unidos, aduciendo desconocimiento del interior continental.
Tampoco se fiaban de las buenas palabras de los creek, a los que igualmente temían. Sabían que podían lanzar una fuerza de veinte mil guerreros, según sus cálculos, capaz de coaligarse con otros pueblos del Norte. España se las vería, según esta visión, contra una formidable horda bárbara. De hecho, el gobernador de San Agustín, la plaza fuerte de la Florida por antonomasia, simpatizaba con los georgianos y aborrecía a los amerindios, a los que consideraba crueles y enemigos de los españoles, por lo que comprendía el proceder expeditivo del coronel Clark. En junio de 1793 se decidió que España no tomaría partido por gentes que no guardaban la palabra, pues manifestaba combatir por la justicia. Desde un punto de vista más práctico, se sabía con razón que los Estados Unidos se estaban aprestando para atacar.
España, pues, no rompió hostilidades contra Estados Unidos por los creek, pero tampoco se opuso a ellos. Para hacerse perdonar su decisión, les entregó ciertas cantidades de armas y munición. La irritación creek era temible. Pendiente de la situación europea, España se encontraba maniatada en Norteamérica por la cortedad de sus reservas humanas y demasiado expuesta a las rivalidades de poderes de toda clase. En la implacable lucha por el continente terminarían imponiéndose los ejércitos más numerosos y competitivos, desbordando prudencias y escrúpulos.
Fuentes.
Archivo General de Indias, Estado 14, N. 49.
Víctor Manuel Galán Tendero.