ESPAÑA ANTE LA GUERRA DE CRIMEA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Una de las grandes potencias de la Europa de mediados del siglo XIX fue el imperio ruso, aureolado tras la victoria contra Napoleón y con un numeroso ejército terrestre. Sus apetencias hacia el declinante imperio otomano eran claras, y contrariaban sobremanera a británicos y franceses. La disputa por la custodia de los Santos Lugares entre monjes católicos y ortodoxos brindó a Rusia la excusa para inmiscuirse en el área otomana, lo que desató al final la guerra entre poderes que conocemos como la de Crimea.
El 22 de junio de 1853, las tropas rusas irrumpieron en los principados de Moldavia y Valaquia, teóricos vasallos del sultán y núcleo de la futura Rumanía. Dos días después, el gobierno español designó su cónsul en la disputada Jerusalén. La cuestión de los Santos Lugares no le resultaba ajena oficialmente, pero no rompió su neutralidad durante el conflicto.
Interesada por lo que podía suceder en Oriente, de gran trascendencia para el equilibrio internacional, España envió un comité militar, en el que tomó parte el general Prim, apartado entonces en París por los moderados. En agosto de 1853 el mismo Prim se reunió con el sultán, partiendo a continuación hacia el Bajo Danubio. El general llegó a formar parte del séquito de campo de Omar Pachá, el máximo responsable militar otomano en la zona.
Desde allí, informó al gobierno moderado del conde de San Luis, en el poder desde el 19 de septiembre de 1853. Lo reportado fue trasladado el 10 de octubre por el conde al duque de Riansares, el segundo esposo de la reina madre María Cristina, un avezado hombre de negocios.
Le comunicó que el sultán había proclamado la guerra, haciendo jurar a sus tropas que combatirían por él y el Islam, sin faltar la petición a Dios de exterminar a todos los cristianos, algo lejos de conceder, según ironizó el mismo San Luis. Tal “gente mora dispuesta a acometer a los enemigos a la primera” tendría el Danubio como primer obstáculo.
No se hacía ilusiones acerca de una posible resolución incruenta del conflicto. Por mucho que Omar Pachá invitara a los rusos a evacuar los principados en quince días, se le haría caso omiso. Sin embargo, aquéllos no contaban con fuerzas suficientes para atacar con ímpetu. Según estimaciones de comité militar español, los rusos contarían allí con 80.000 soldados, de los que 10.000 estarían enfermos. Para cruzar el Danubio con éxito contra los turcos, requerirían 150.000 soldados y una reserva de 50.000.
Los turcos podían reunir hasta 80.000 soldados (batallones de reserva incluidos), pero necesitarían de un mejor tren de abastecimientos. Sus transportes eran malos, con carros de bueyes poco aptos. Carecían de solidez para maniobrar en masa en Valaquia sin apoyarse en una plaza fuerte, según observó el comité. Se pensó que la prudencia se impondría durante el invierno, y las acometidas se reservarían para la primavera, por mucho que Omar Pachá asegurara que atacaría.
Los españoles siguieron con atención las sucesivas evoluciones del conflicto. Tras la batalla naval de Sinope, la armada franco-británica entró en el Mar Negro el 3 de enero de 1854. En julio de 1854, el general Prim retornó a España ante la gravedad de los problemas políticos internos. El encarecimiento del trigo ruso había favorecido la protesta social. Otros temas ocuparían a partir de entonces la atención de los políticos españoles.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
Diversos- Títulos Familias, 3545, Legajo 9, Expediente 48.